lunes, 20 de enero de 2014

Motivos para no enamorarte

Te dije que no te enamoraras, no quería verte sufrir así. Me caes demasiado bien para hacerte esta putada, pero aquí nos ves, yo como siempre, viéndote fumar en la ventana, con esa forma tuya de coger los cigarros, de aspirar fuerte y echar el humo como si todo aquello no fuera contigo. 

Tus rizos oscuros como tus ojos, y yo solo puedo pensar en que siendo yo así, y tú también así pero diferente, es una putada lo que nos está pasando. 

Te pedí que no te enamoraras de mí. Soy tan inestable como el tiempo estos días, subo y bajo como si de una canción de Katy Perry se tratase. No tengo miedo más que al propio miedo, y eso me ha causado más de un revés. No tengo vergüenza y demasiado morro, soy cabezota y si algo sé es que si entras no vas a poder salir. 



Soy inquieta y positiva. Demasiado rosa veo las cosas como para sacar de sus casillas, incluso del propio tablero, a cualquiera. Quiero que cuentes mi altura con besos, no centímetros, y que no me hables. Susurra. Los gritos no van conmigo y si tú gritas espera una tormenta monzónica. Como empiece a quererte no voy a parar, me voy a enamorar de ti con cada paso que des, y cuando te tenga voy a dejar que me agarres fuerte. Y ni se te ocurra soltarme. 

No te enamores de mí, me verías perfecta. Y de eso tengo más bien poco o nada. La imagen que tendrías estaría distorsionada por todo el amor que irradian tus venas. 

Te voy a pedir la luna y ya que estás de pie, las estrellas. No voy a parar hasta conseguirlo, aunque para ello tenga que patalear como aquel niño que vimos una vez. ¿Te acuerdas? 



Es que esa es otra. Me voy a acordar de todo. De hecho, ya lo hago. Me acuerdo de tu mirada y de cómo frunces los labios, de tu voz cuando te enfadas y cuando intentas ser amable. Me acuerdo de tus manos fuertes y, prepárate, porque como te enamores sé que no voy a querer que me suelten. Jamás. 

Así soy de tremendista. O nunca o siempre. No tengo término medio. No quiero término medio. Contigo o todo o nada. 

Te voy a mandar más de cien mensajes y me voy a enfadar si no me contestas. Voy a querer verte a todas horas y vas a tener que hacerme reír. Sí, como haces ahora. 

Me voy a enrabietar contigo veinte veces al día, y veinte veces más vas a querer matarme. Pero no lo harás, porque la sola idea de estar sin mí te provocará convulsiones.



No te enamores de mí, voy a cambiar tu vida del derecho y del revés. Te voy a contar las cicatrices y me detendré en la que tienes en el brazo para curarla a besos. He cometido más errores de los que puedo asimilar, te perseguirán mis fallos pero seguirás enamorado de mis virtudes. 

Te pedí que no te enamores de mí, porque si lo haces, mi amor por ti te perseguirá, hasta que no sepas ni quien eres, y yo me olvide de quien soy, y todo eso de que tú eres y yo soy quedará diluido en quienes somos. Los dos. Nosotros. Y se acabara tu existencia. Y la mía. 

No te enamores de mí, que bastante tengo yo con estarlo de ti. 

viernes, 17 de enero de 2014

Y vas tú y te enamoras

Te voy a dar la peor noticia que vayas a recibir. Siento ser yo quien te lo diga pero es momento de que sepas la verdad. Ha pasado tiempo y no puedes engañarte más. Mírate en el espejo, ¿acaso no es obvio?

Ya no eres un niño. Es momento de empezar a asimilar y vivir en consecuencia. Tus problemas no son los que eran, tanto dramatismo ya no se acepta y por mucho que llores la solución no va a llamar a tu puerta. Nadie te va a coger en brazos cuando llores ni va a cumplir todos tus deseos cuando pongas cara de corderito. 



Y es que antes todo era diferente. Cuando eras pequeño y no podías dormir tenías a alguien cantándote canciones de cuna o contándote por décima vez el cuento de Los tres cerditos o de Caperucita Roja, cambiándote la versión para que el lobo fuera menos malo. 

Ahora te toca contar ovejas y esperar a perder el sentido. Es el turno de crear tu propio cuento y de dormir recordándolo e intentando cambiar el final. Pero ahora también hay lobos, y estás a punto de toparte con ellos. Y no será bueno.



Y qué fácil era todo antes, cuando tu mayor drama era no haber terminado los deberes o que el compañero de turno no te diera chuches en el autobús. Ahora los deberes y las chuches te importan un culo, porque tienes que levantarte al sonido del despertador, maquinaria infernal, y afrontar problemas de verdad, cosas de mayores. De esas que si no se resuelven provocan una ciclogénesis explosiva o el colapso del planeta. O todo en uno.  

Y te puede la pereza, y el asco, porque tienes demasiado pecho y la gente se ha olvidado del color de tus ojos, o tienes demasiada barba que te toca afeitar cada mañana porque sino no estás decente. Tienes que parecer mayor, actuar y pensar como tal. Simplemente, tienes que ser mayor.



Envidias a Peter Pan porque nunca crece. Nunca tiene que acudir a reuniones ni hacer cálculos para llegar a fin de mes. Nunca tiene que pensar en cómo llenar la nevera ni en que la gasolina ha subido. Vive de vacaciones y no tiene responsabilidades ni que dar cuenta a nadie. Nunca tiene que enamorarse, desenamorarse y superar ese desamor para seguir respirando. 

Porque esa es otra. Creces y vas tú, y te enamoras. Y entonces ya no hay vuelta atrás. Ya no puedes hacer como si nada importara, porque importa. Ya no estás tú. Te han abducido y da igual cuánto mires para atrás, esa persona que ves ha crecido, se ha enamorado y ya no piensa en primera persona. 



Te van a hacer daño. Ya te voy avisando. En lo que respecta al amor viene todo junto: felicidad y daño. El querer es lo que tiene, que no todo depende de ti. Es como conducir, seguir las normas no te exime de tener un accidente, porque habrá quien no las siga. Y te la pegues. Y te preguntarás qué has hecho, y la respuesta será nada. Pero ahí estarás tú, con el corazón destrozado. 

Pero tampoco es cuestión de ser tan negativos. Lo de enamorarse está la mar de bien. Todo eso de las mariposas en el estómago que se confunden con diarreas; lo de sonreír hasta que sumas a tu cara varias arrugas, pero son de felicidad así que no cuentan, embellecen; lo de mirar el teléfono esperando una notificación y recibirla y poner la misma cara que pondrías si se te hubiera aparecido la Virgen. Todo eso está muy bien.



Y es que, como dice Carlos Salem: "Mira que hay tontos enamorados en este mundo...". Porque cuando te enamoras y dejas de ser tú, te conviertes en un tonto que se ríe por todo, que llora por nada y que busca incluir el nombre de la otra persona en todas y cada una de las conversaciones. 

Que si Pedro por aquí, que si mira Pedro lo que dice, que si Pedro puede hacer tal, o cual. Y todo el mundo acaba hasta las narices de Pedro y de ti, pero te da igual porque estás enamorada y porque Pedro... 



Y es que al final en eso se basa todo. No hay una ley que nos obligue a enamorarnos, a emprender una vida en común (que frase tan típicamente de mayores), a planear un futuro, ni a dormirte inventándote tu cuento de turno, en el que no hay ni brujas ni dragones, pero ahí estáis vosotros. Nadie te obliga pero te enamoras sin quererlo ni beberlo. Y eso es lo que cuenta. 

Enhorabuena, has crecido. Te toca vencer el miedo, aprovechar cada instante de alegría y sonreír todo lo que puedas, es tu turno de ser feliz. Sin miedos. Que venga lo que tenga que venir. Se valiente. Afróntalo con ganas y con fuerza, da todo de ti y sonríe. La vida se vive mejor sonriendo. 

martes, 14 de enero de 2014

Cuando el límite no es infinito

Todo, absolutamente todo lo que merece la pena viene con libro de instrucciones, desde los muebles de Ikea hasta cómo hacer un bizcocho. La vida ha avanzado tanto que tenemos libros sobre cómo ser padres, cómo hacerse millonario en un abrir y cerrar de ojos o cómo adelgazar comiendo bocadillos. 

Pero por muchos manuales, libros o tutoriales que haya, nada ni nadie nos puede decir cómo vivir. Ni siquiera yo que estoy aquí escribiendo sobre lo que conozco, sobre lo que veo.  

Agradecida de que me leas, pero tampoco me hagas demasiado caso.


A lo que iba. Cómo vivir. Cómo querer. Cómo hacer que nos quieran. Sí, todo eso está muy pero que muy bien. Pero al final es como todo, a vivir se aprende viviendo y a querer, queriendo. Punto. No hay explicación más sencilla.

Pero yo me pregunto, ¿y a superar el dolor? ¿Eso cómo se hace? Hay dolores que tal como llegan, se van. Pero hay otros que nos empeñamos en repetir, en mantener ahí, hincados en la piel, acostumbrándonos a él hasta que son tan parte de nosotros que ni nos damos cuenta de lo que hieren. 


Hablando con una amiga, me hizo pensar en algo: ¿Hasta dónde llegamos? ¿Cuál es nuestro límite? ¿Cuánto dolor podemos aguantar? Ella es de esas personas que ha sufrido como la que más, ha querido de la mejor forma posible y la han querido también a raudales. Pero eso no ha sido suficiente. 

El todo nunca va a ser suficiente con nosotras. Somos inconformistas sí, pero no tontas. Queremos siempre más de lo bueno, no de lo malo. Y eso es lo que muchas veces recibimos: patadas en el culo. Pero lo aguantamos porque queremos. Además de inconformistas somos masocas, nos va la marcha. Pero hasta cierto punto. Sin pasarse. 


Tenemos un límite. La cuestión es dónde se encuentra. ¿Hasta cuándo tenemos que estar esperando cuando nos piden que esperemos? ¿Cuánto tiempo tenemos que mantener la puerta cerrada mientras que ellos son castigados en el umbral? ¿Dónde está el límite de nuestro aguante? ¿Cuántas más segundas oportunidades estamos dispuestas a dar?

Como todo, depende de cada persona. Hay quien aguanta poco y hay quien aguanta demasiado. Y hay quien directamente no aguanta. Y sobre esto no sé realmente qué pensar. 

Soy de las que cree en el cambio, en que un grito no define a una persona. Pero, ¿y uno tras otro? Las broncas son necesarias, siempre lo he pensado y siempre lo pensaré, pero, ¿hasta qué punto? No hay una norma que establezca que la relación perfecta son tres enfados al mes. Es más, no hay relación perfecta. Y punto. Hay relaciones felices y otras que no lo son. 


Me cuestiono todo esto porque realmente no tengo respuesta. No puedo decirte hasta donde tienes que aguantar, ni si tienes razón dejándole las maletas en el rellano, ni si después de dos horas esperando en el portal es momento de abrirle la puerta y las sábanas de la cama. 

Cada uno decide cómo vivir su vida pero lo que está claro es que hasta que no rozan el límite, no espabilan. Cuanto más grande es el ramo, más grande es el enfado. Pero aun así, vemos todas esas flores, algo tan bonito acompañado por un te quiero, un perdón, un te necesito en mi vida o todo tipo de derivaciones tan poco propias de él, que nos derretimos. Todas. Sin excepción. 


Y es que no tenemos remedio. Nos gusta sentir que luchamos hasta el final, pero la mayoría de veces la valentía no está en aguantar, sino en dar el paso y permanecer fiel a tu límite, esté dónde esté.

Y mira que sí, que te quiero mucho, pero me quiero más a mí. 

sábado, 11 de enero de 2014

Tanto que sí, que no

Vamos a ver. Viernes noche. Es así. Sales de fiesta con tus amigas, todo parece una noche normal, de esas que bebes mucho, te ríes todavía más, subes fotos a instagram de las cuales no te vas a acordar al día siguiente y ligas

Sí, sí. Ligas. Chica, eres joven, date un garbeo

Y, ahí está, le viste nada más entrar pidiéndose el que sería su cuarto gin-tonic de la noche. Está en la barra, por lo que entra dentro de nuestra categoría de amores de barra


Coincidencias de la vida es amigo de un amigo. El mundo es un pañuelo y acabas de conocer al moquete de turno. Vas bebida pero todavía no rozas la ridiculez. Bien, bien, vamos bien. Bailas. Te invita a tu tercera copa y a su quinto gin-tonic. 

Os salís fuera a fumaros un cigarro. Te deja su chaqueta porque hace un frío de espanto. (¡Olé la Ley Antitabaco!). Otra copa más y tus amigas ya están dándote la lata porque te has pasado toda la noche colgada al cuello de ese ser que bien podría haber salido de Pasión de Gavilanes. 

Y en cuanto ve que llega el inminente final, te besa. Y qué bien sienta, ¿verdad? Te vas contentita a casa y él con los morros colorados. Marca de la casa. 


Y te vas a dormir tan tranquila. Feliz porque se ha quedado con tu teléfono pero llevas tanto alcohol en sangre que caes rendida nada más aterrizar en tu cama. 

Y a la mañana siguiente... ¡Sorpresa! Un whatsapp. (Sí, ya no se mandan cartas, es una pena). 

- ¿Qué tal? ¿Mucha resaca?

Venga. Tú. El corazón late a mil revoluciones por minuto. Este sí que sí, piensas como si fueras nueva en esto. ¿Este sí que sí qué? ¿Te vas a casar con él, vaís a tener tres churumbeles y los domingos iréis a comer a casa de los suegros? No bonita no te confundas. O por lo menos no te adelantes. Has pasado una noche con él, te ha dado un beso que supo bien pero a poco. Y punto. No corras. 

- Hola. Nada de resaca, ¿tú?


En línea. No contesta. Y así estás tú, con una resaca del demonio esperando a que tu gavilán se digne a contestar. Después de lo que parece una hora en línea (¡Hay que ver que mal ha hecho el wuasap a este mundo!) decides olvidarte, te duchas, comes, comentas la noche con tus amigas y a otra cosa, mariposa. 

Tres, cuatro y cinco horas más tarde...

- ¿Qué plan tienes hoy?

Y vas tú, tonta, y contestas.

- No sé todavía.

Sé mala, no le preguntes. 


- ¿Te apetece ir a tomar una cerveza?

No, más alcohol no, por Dios. 

- Venga, vale.

Y a medida que avanza el número de cervezas ingeridas se incrementa el número de palabras. Es directamente proporcional. Una cerveza, monosílados. Tres cervezas, voy a comer panchitos porque sino no me voy a callar jamás. 


Te has reído. El chico te ha llegado bien. Te deja en casa y te vuelve a dar un beso. De esos tiernos, casto, nada baboso y hasta romántico. Si fueras un emoticono te saldrían corazones por los ojos. Y mira que eres tonta...

- Te prometo que mañana te llamo

Vale nene, ya la has cagao. Te prometo dice. Empieza a reírte ahora porque mañana las vas a pasar canutas como le creas. Porque, como es normal y como tendrías que haber aprendido a estas alturas de la película: no te va a llamar, si eso, un wuasap, si eso. 

Y así te quedas, con cara de tonta. Mirando el móvil cada tres segundos, no vaya a ser que se paralice el sistema de telecomunicaciones y te quedes sin cobertura justo cuando te está llamando, le salté el buzón y adiós muy buenas.


Y te preguntas qué ha podido pasar, si comiste demasiados cacahuetes o bebiste demasiadas cervezas, si ibas demasiado informal o si la noche le confunde y se esperaba a otra. No te comas la cabeza. Ni lo uno ni lo otro. Has sido perfecta. Has sido cordial. Simplemente, él no era para ti. 

Y después de la psicosis que te entra durante una semana repasando todos y cada uno de los minutos del plan (es que a mí lo de cita me suena a película americana, y esto es la vida real), después de leer y reeler los escasos mensajes y después de que tu mano adopte la forma del teléfono de tanto sostenerlo esperando una señal del cielo, entras en razón. 


Pero va el c****** y el viernes te escribe. Claro, es viernes. Se habrá tomado sus cinco gin-tonics y querrá mambo. Y va y cuando sacas todo tu demonio interior te suelta, con dos pelotas:

- Pero, no te enfades. 

"Qué lástima que no lo haya en emoticono, que sino, te lanzaba todo mi dedo corazón, que es lo único que vas a recibir", piensas. Claro, lo piensas porque para qué lo vas a decir. Sale surfeando en su foto de perfil. Hace surf. Es el amor de mi vida. 

¡Y una ****!


Es uno más, de esos que se cree que sabe lo que quiere pero que no puede decidirse entre una caña y un tercio. Es uno de esos que ha visto un bache en la carretera y ha decidido dar la vuelta. El mundo está lleno de poco valientes, y tú te acabas de topar con uno. 

Tanto que sí, que no, no es sano. Diviértete, vive tu vida, y cambia el final del cuento, que Blancanieves solo tenía una indigestión y la Bella Durmiente la tensión baja. 

martes, 7 de enero de 2014

De la teoría a la práctica


Lo de que te den un buen consejo es una suerte. Tener amigos que sepan qué decirte en el momento apropiado resulta todo un lujo. Pero, ¡qué difícil es pasar de la teoría a la práctica! Sobre todo en cuestiones del corazón.

Os cuento. Típica bronca. Típica en nosotros, porque en otros sería el principio del apocalipsis. Pero supongo que así somos, caóticos e incoherentes pero también apasionados y enamorados. O así es cómo yo lo veo. Porque lo que está claro es que aunque miremos lo mismo, no siempre lo vamos a ver igual. 



A lo que iba. Me dice una amiga que le haga caso a la razón, pero parece que hablamos idiomas diferentes, porque nunca consigo entenderla del todo. Me dice que vaya por un camino y voy yo y tomo otro, y me equivoco, y me cuesta horrores levantarme. Pero me levanto y sigo sin hacerle ni puto caso a esa que se llama razón y, como su propio nombre indica, parece saber siempre por dónde ir. 

Y es que sigo sin saber por qué tengo que pensar antes de actuar. 

En el fondo nos gusta ser un poco animales. Actuar por instinto. Pensar menos e intervenir más. ¿Acabaremos devorados y nuestros huesos repartidos por la sabana del Serengeti? Probablemente. 



Y es que te dan consejos. Te ponen manuales enteros de teoría encima de la mesa y tú tienes dónde elegir. Cuando despiertas del letargo que produce escuchar una tras otras las lecciones de vida, te das cuenta de que no vas a hacer ni lo uno ni lo otro. Que no te da la gana. Que prefieres ir pisando ascuas si crees que después hay una playa de arena blanca y agua transparente. 

Pero te estás volviendo a equivocar. Ves lo bello de las personas y poco a poco, a medida que te acercas, te van dando más por saco. Hasta que sobrepasas el umbral del dolor. Y duele. 



Y entonces te vuelven a dar consejos. Te aconsejan, no coaccionan. La coacción es una cosa muy fea que te hace parecer más un policía que un amigo. No nos engañemos. Ninguno hacemos caso. A lo mejor, a la larga, acabas pensando que tendrías que haberlo hecho. Y siempre hay alguno que te suelta aquella majestuosidad de "te lo dije"

Sí, sí, me lo dijiste y no te he hecho ni puto caso porque, ¿y si te equivocabas? Te hubiera culpado toda la vida. Pero, por norma general quien te aconseja no se equivoca. Tiende a tener razón, simplemente porque lo mira de forma objetiva y deja los sentimientos fuera de escena. Pero como no le vas a hacer ni caso, ¿qué mas da?




Ajá! Son los malditos y puñeteros sentimientos los que nos impiden tomar el camino correcto. Bueno, correcto. Si lo reflexionamos cual filósofo experimentado, nos preguntaremos quién establece qué es lo correcto

Vamos a ver, en una pelea. Estás hasta las narices de discutir, porque después de una tras otra te aburres, bostezas y se te taponan los oídos con tal de no seguir escuchando tonterías. Y yo me pregunto ahora: ¿Cuándo es el momento de parar?

Hagamos caso a mi amiga. Utilicemos la razón. Silencio, está hablando. No. Nada. Yo no oigo nada. Ah sí. Puerta. Sí, ese es el camino que la razón siempre te señala con luces de neón. Exit. Salida.


La razón tiende a aconsejarnos que despachemos todo lo que no nos hace bien. Pero seguimos andando sobre ascuas, pensando que se tendrán que enfriar en algún momento. Queremos mantener ciertas cosas, a ciertas personas, ciertos elementos. ¿No deberíamos? También. Pero los consejos se toman o no, y eres tú quién decide qué hacer con ellos.