miércoles, 12 de marzo de 2014

Para que tú, homicida, aprendas

Me indigno. Doy patadas. Vomito. Grito. Chillo. Y vuelvo a gritar. Incluso alguna lágrima despistada cae sin remedio. Se ha cometido un asesinato con premeditación y alevosía. Han matado a Afrodita, Cupido y a toda su prole. 

Con dos cojones. Sí, sí. Con dos cojones van e inventan una aplicación para el móvil (o app, para los más modernizadamente tecnológicos) cuya función es, nada más y nada menos, que escribir mensajes de amor a la pareja, ligue, royito, esposa o amante. 

Pero no en plan Movilisto y sus 7777, que de lo ñoños que eran incluso te hacían gracia. Nada de a la antigua usanza. Estos van en serio, en plan plagio, falta de imaginación y falta de todo.

(No diré el nombre, eso es publicidad y no promocionaré algo perverso)



Esta última cornada, junto con el emoticono sidoso con corazones en los ojos, ha sido la estocada final para terminar de matar el amor. Así es. No me siento orgullosa de dar la noticia pero, señores, el amor ha muerto. Ha sido asesinado a manos de frívolos insensibles que se rindieron en la búsqueda de su media naranja, exprimieron a su medio limón y ahora pretenden acabar con todos nosotros. 

Movilizo a la población a favor del amor, del romanticismo shakespeariano y de todo lo que acabe con un "y fueron felices y comieron perdices". 

Y empiezo abriendo camino.

Esto es lo que yo quiero escuchar. (Y a ver si alguno se aplica el cuento).



Hola tú, querida tú.

Llevo un rato en el coche, conduciendo a la deriva y me faltas tú desafinando a mi lado. Los viajes se hacen cortos cuando te da por cogerme la mano y agarrarla con fuerza. Supongo que así te sientes más segura y yo, cafre, siempre la quito. 

Creéme, disfruto de su tacto casi más que de cualquier cosa, pero no más que de tu cara de enfado. Me gusta ver cómo frunces los labios y cómo la vena de tu cuello cobra vida propia. 

Te cuesta estar enfadada conmigo y eso lo aprecio tanto como a tu persona. Soy cafre, cabezota y es bastante improbable que alguien haga las cosas peor que yo, pero ahí estás tu, con tu paciencia infinita y tus ganas de abrazarme. 

¡Y benditos abrazos! Me devuelven a la vida y al mismo tiempo me sumen en un delicioso trance. 



Dices que soy hielo y piedra con un toque de moho, pero me citas a Marea y haces que si soy piedra da igual, tu serás pedregoso camino. 

Porque todo lo haces fácil y siempre tienes algo que decir. No cierras la boca y sé que es tu estrategia para que sea yo el que eche el cerrojo.


Si supieras cuántos mensajes te he escrito y cuántas veces los he vuelto a borrar... Ya no sé qué decirte para llamar tu atención. De una forma inmadura e infantil, quizá un tanto egoísta, quiero asegurarme que piensas en mí. Solo en mí. 

Tardo en dormir. Es llegar a la cama y qué guarrada sin ti. 

Y aquí me ves otra vez, escribiéndote sin utilizar emoticonos, pensando cada palabra y que cada una nazca de mí, con algún toque de inspiración extrema



Mi imaginación llega a su fin. Tengo mucho más que decirte pero no encuentro las palabras. Creo que no las hay, y me va a tocar inventarlas. O eso, o las canjeo por besos y abrazos. 

Solo te puedo decir que no hagas planes durante los próximos 200 años; pienso tenerte entretenida el resto de tu vida. 

jueves, 20 de febrero de 2014

13 razones para quedarme

Después de un periodo sabático, de reflexión, inspiración y aspiración de ideas aquí estoy otra vez. He estado pensando en muchas cosas, de todo tipo. Buenas, no tan buenas, y alguna que otra mala, qué se le va a hacer. 

Pero después de un tiempo con más malos momentos que buenos, ha habido algo que me ha sacado adelante. A mí y a otros muchos. Pero hoy estoy aquí para hablar de mí. Y de nadie más. Así de egocéntrica me siento.

Sin pecar de cursi -que sí, lo soy bastante, no me importa reconocerlo- he descubierto que ese algo que te saca adelante, que te eleva del pozo de la desesperación -y olé con el dramatismo-, es el amor. Eso mismo. Roma pero al revés. 



Tras una bronca colosal, de esas que más vale no tener platos u objetos punzantes a tu alrededor, de las que lloras ríos, mares y océanos, un buen amigo, en su inútil intento por hacerme sentir mejor, me dijo lo siguiente: "Tienes suerte, te puedes ir cuando quieras"

Y cuánta razón. De eso de las relaciones te puedes ir cuando quieras, pero el caso es que yo no quiero. Y no quiero por 300 razones que ocuparían alguna que otra página más que "Cien años de soledad", así que me limitaré a 13. 

Y aquí van...

1.- Me quedo porque no creo en el "forever in love", ni en el "para siempre juntos", ni en ningún tipo de promesa condenada a acabar envolviendo pescado. Pero sí que creo que día a día se hace un siempre. Y eso es lo que me das, un día, y después otro.


2.- Me quedo porque puedo estar sin ti. Lo sé. Eso de "sin ti me muero" (o Can't leave without you, para los bilingües), es otro bulo inventado por los pedantes autores de las canciones de Mariah Carey. Quedamos en que por poder puedo, pero creo que la vida es mejor a tu lado. Y seamos realistas, ¿para qué voy a vivir sin ti pudiendo vivir contigo?

3.- Me quedo porque has conseguido resetear mi cabeza, formatear mi memoria ram, rim y rom. Y ya pocos recuerdos me quedan de una vida en la que tú no estabas. Tirando de tópicos, mi vida actual, la que soy ahora mismo, la que tienes ante ti, empezó a vivir en el momento en el que entraste en su vida. Eso sí, sin confusiones. Era yo antes de ti y lo puedo seguir siendo después. Pero volvemos a lo de siempre: no quiero. 

4.- Me quedo porque algún artista callejero ha decidido plasmar tu nombre en frente de la oficina. Podría haber dibujado una choni pechugona, o algún eslogan apolítico, pero no, decidió escribir tu nombre, que seguramente será el suyo, así muy molongo, lleno de colores y tan grande que probablemente lo capte el satélite de Google. Yo, desde luego, lo capto todos los días.


5.- Me quedo porque me lo paso bien. Más que eso. Contigo me lo paso extremadamente bien. Jamás me había reído tanto, ni me había sentido tan viva -que sí, que o estás vivo o estás muerto, pero es una forma de hablar, ya me entendéis-. Qué importante es pasárselo bien, ya me lo decía mi madre. Si no te ríes, entonces vete, que puedes. 

6.- Me quedo porque somos diferentes. Porque a ti te gusta una cosa y a mí otra. Pero he ahí el secreto, queridos. Lo de que las parejas sean iguales, tipo los Beckham, ya no se lleva. Está pasado de moda, fuera, out, au revoir. La chispa está en compartir las diferencias, en conocer en el otro lo desconocido. Y será por todo lo que descubro cada día. Me has enseñado que también se puede ir de crucero subido en un coche y que los zombies pueden ser muy graciosos. Y un trillón de cosas más, que me guardo para mí.

7.- Me quedo porque te ríes de ti mismo. Y qué le voy a hacer, eso me enamora, día sí y día también. 


8.- Me quedo porque puedo llenar otras tantas entradas llenas de nuestros "¿Te acuerdas de...?". Y porque como dice Bebe -que no bebé-, "guardo tu recuerdo como el mejor secreto". 

9.- Me quedo porque parece que ha llegado la última de las diez plagas de Egipto y ha borrado de un plumazo todo rastro de seres masculinos en mi vida. Porque todos me la resbalan. Así, mal y pronto. Que sí, que ese muy guapo, pero estás tú. Que muy gracioso, fenomenal, pero tú. Tú, tú y tú, y qué pesadilla pero tú. 

10.- Me quedo porque tus brazos son el mejor de los edredones y tu pecho la mejor de las almohadas. Y punto.


11.- Me quedo porque es lo más complicado. Porque podría irme cuando azota la tormenta, cuando empiezan a caer rayos y truenos y el aire levanta todo a su paso. De ese calibre encolerizado son nuestras broncas. Pero eso sería lo más fácil. Me van los retos y desafíos. 

12.- Me quedo porque te has molestado en conocerme. Porque sabes que me cuesta dormir cuando peleamos pero que caigo rendida si estás a mi lado. Porque sabes donde tengo cosquillas y a donde no debes acercarte si no quieres recibir una patada involuntaria. Porque sabes que lo verde no va conmigo y que hablando del futuro siempre me ganas.

13.- Me quedo porque lo intentas y casi siempre lo consigues.