jueves, 24 de abril de 2014

5 motivos para no dejar de ser tú

Cuando empecé a escribir este blog lo hice por un motivo: para recordarme a mí misma que nunca, nunca tengo que dejar de ser yo misma. 

A la mierda la sociedad y todos los que pretenden que seamos algo que no queremos ser, y que no nos da la real gana de ser.

Lo primero que pudisteis leer aquí fue una oda al verano, un adiós a la persona que eres.

Hoy me retracto de mis palabras y os animo a ser vosotros mismos, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad y hasta cuando algún mago de mala muerte decida cortaros por la mitad. 



1) Sé tú mismo porque nadie lo va a ser por ti. Crea tu propia esencia, tu lugar en el mundo, tu huella en otros. Difunde tu marca personal, pasa inadvertido si te da la gana, pero que te recuerden por ser tú mismo, no la imitación barata de un channel descosido. Básicamente, nadie quiere una copia pudiendo tener el original. 



2) Quien se enamore de ti merece saber la verdad. Merece saber que tienes la manía de dejar la ropa doblada y que siempre te dejas las luces encendidas. Merece ver tu cara detrás de tanto maquillaje y merece saber que enamorándose de ti se arriesga a ganarte.



3) Ser uno mismo no significa renunciar al reggeton y empezar a escuchar cantautores de guitarra y sombrero borsalino. Ser uno mismo implica escuchar lo que más te guste, sea Mozart, Pitbull, Nirvana o Carmen Boza. 

Lo mismo pasa con el cine. Ser uno mismo no es evitar las películas americanas a toda costa porque pecan de comerciales. Ser uno mismo es ver lo que te apetezca, la hayan visto un millón de personas o dos mil. 



5) Ser uno mismo es defender tus creencias, tus vivencias y tus opiniones pero aceptar que puedes estar equivocado. Sé tú mismo para que nadie te pueda decir lo contrario, para poder defender tus convicciones y para poder reconocer cuando cometes un error.

Sé tú mismo para que tus aciertos sean tuyos y de nadie más. Sé tú mismo para que la victoria lleve tu nombre. 

miércoles, 16 de abril de 2014

5 razones por las que ellas viven en Hollywood

1. Desde pequeñas nos acostumbraron a las princesas Disney, y nos enseñaron que lo que ahora conocemos como piratería, pura y dura, constituía "un delito tipificado en el artículo 534 del Código Penal". 

Y bajo esa advertencia y sin saber con exactitud qué significaba no apartábamos la vista de la pantalla. 

Y tras el mágico castillo Disney, una princesa -o aspirante a ello- conocía a su príncipe azul cantando con voz de ganadora de OT y con pájaros de bello plumaje aleteando a su alrededor. 

Ellos soñaban con ser futbolistas y nosotras con ser princesas. Y todo empezó por ahí.



2. Y todo sigue. Porque de Disney pasamos a las comedias románticas de adolescentes sufridos cuya única preocupación es el baile de fin de curso, o en su defecto el baile de primavera. Y, por supuesto, conseguir una pareja decente para este acontecimiento planetario.

Porque, todo queda dicho, aquí en España lo más cercano que tenemos son las puestas de largo, pero en estas celebraciones más propias de niñas pijas que del populacho, da igual ir sólo o mal acompañado, los bailes lentos son cosa del guateque o, efectivamente, de las películas de Hollywood

Nos hemos vuelto a cargar el romanticismo. Ahora, en días de Pitbull y Rihanna, lo más parecido a bailar pegados es sacar culo y arrimarse indecentemente al ritmo de Daddy Yankee y Don Omar.

Pasamos del romance a la obscenidad. Y nos quedamos tan anchos. 



3. Y luego llegaron las películas de índole universitario. Desconozco las universidades más allá del Atlántico, pero que alguien me explique por qué aquí no podemos molar tanto. Cartas de admisión apiladas sobre la mesa, ¿qué será? ¡OMG, me han aceptado en Harvard! ¡Voy a ser la repera limonera! 

Y aquí, nos joden con Bolonia, nos toca ir a clase a mirar a las musarañas (o al techo, que he leído que es una de las actividades más populares durante momentos de severo aburrimiento) y quien no ha gozado de este plan de estudios tan innovador, mataba las horas jugando al mus. 

Pero, cómo no, en las pelis románticas llega el pardillo de turno a una universidad de gran prestigio nacional, internacional y, por supuesto, planetario, y, aprovechando su segunda oportunidad en la vida, conquista a la más exitosa y sofisticada antigua cheerleader. 



4. Porque siempre es igual. Todo va fenomenal hasta que uno de los dos, o los dos, la cagan, meten la pata y cada uno va por su lado, sin dramas pero con el corazón destrozado. Pero de una forma u otra siempre termina en final feliz.

Alguno de los dos acaba llamando a la puerta o corriendo detrás del taxi -amarillo, of course- o, por si no fuera algo que todos hemos hecho alguna vez, siempre queda eso de montar el numerito en el aeropuerto.

Y da igual el motivo del enfado, todo se arregla y llegan los créditos. 

Tendríamos que tomar nota y dejar de esperar que alguien venga corriendo detrás con disculpas, palabras de amor y lágrimas de cocodrilo, para empezar a pensar en que todo pasa, después de la tormenta viene la calma y que siempre se puede tener un final feliz, por lo menos hasta los créditos. 


5. Como si de una bebida energética se tratara, las películas románticas crean en el espectador -seamos realistas, general y mayoritariamente espectadoras- una sensación de alegría intensa, de esperanza y de proyección personal.

Porque, ¿quién no se ha visto reflejada alguna vez en Julia Roberts? Durante un par de horas te olvidas de que el tío de turno no te ha llamado y te involucras tanto que nada existe más allá de la pantalla.

Y, sin más, eres feliz. Por lo menos hasta los créditos, cuando te das cuenta que todo aquello no tiene por qué pasar, pero, lo que no sabes, es que a veces pasa.