Yo le daba. Y todavía le doy. Y este es mi mayor regalo. Porque estas palabras no son mías, ni tuyas, tú que te adentras en mis abismos y bajas a mi infierno. Estas palabras son suyas, le pertenecen desde aquel maldito momento en el que mi alma decidió parirlas.
Porque hay verdades que duelen más que cien mentiras y abrir los ojos un día y descubrir que jamás amaste, jamás, hasta ahora, eso, amigos, es la mayor de las putadas.
Y empezaste a amar en el momento en el que apareció con su camisa de cuadros y te dijo su nombre. Abreviado, para que no pese. Y es que nada que proceda de él pesa, ni su nombre ni su alma.
Estas palabras son suyas, le pertenecen. Es dueño a diestro y siniestro de cada letra que procede de mi alma. Es el dueño de todo, y así, simplificamos la lista.
Él no se conoce, no sabe lo que es llevar el coche -y el pecho- revolucionados, a más de tres mil revoluciones, solo por ganar segundos. Los segundos valen horas cuando de amor va la cosa. Porque eso es lo que es todo esto. Un enamoramiento repentino, loco, rápido y doloroso. Es romperte el corazón a ostias con su alma.
Él no sabe que su bondad atraviesa paredes, hueso y músculo. Que cada vez que respira es un segundo más de vida. Nada tiene de malo. Y si se viera con mis ojos. Uf, si se viera con mis ojos. No te puedo contar yo lo que vería.
Porque estar enamorada de él es la mayor de las putadas. Y es que el día que se vaya, que se marche y desaparezca de esta realidad, caerán truenos y relámpagos y será como el apocalipsis que narran en las películas. Y no habrá ni buenos ni malos, solo el vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario