En mi caso son ellas. Y ellas son mejor que cualquier cosa.
Mejor que el chocolate y las fresas con nata, mejor que el primer chapuzón de verano, mejor que las rebajas, que los batidos de Vips y los helados de Ben and Jerrys. Mejor que Zara y el nuevo modelo de Mercedes. Mejor que las ofertas de El Tenedor y las clases de Spinning. Mejor que los zumos de frutas a la orilla del mar y las fotos de Facebook.
Mejor que los grupos de Whatsapp y las partidas de Triviados. Mejor que la heroína, el hachís y la marihuana. Mejor que el vodka, el gin y el ron. Mejor que las tartas de queso y el nuevo capítulo de Juego de Tronos. Mejor que todas las películas de Marvel y la escena de los patos del Diario de Noa.
Mejor que ver Crepúsculo en pantalla grande, mejor que Formentera y sus italianos en vespa. Mejor que la Coca Cola Zero y los calipos de fresa. Mejor que volver a 140 km/h, mejor que dar negativo en un control y viajar con Iberia. Mejor que las visitas al Zoo con el colegio. Mejor que el primer sorbo de cerveza.
No necesitamos medias naranjas. No estamos formados por una mitad más otra, sino por diferentes y muy variados pedazos. Ellas son mis pedacitos. Y no se necesita más. Nos distraemos buscando lo que no tenemos, lo que, bien es verdad, que algún día llegará. Nos encerramos en el cuarto a llorar porque aquella persona, la que para nosotros era el ombligo del mundo, se ha ido.
Pero, ¿qué pasa con las personas que sí que están? Ellas no se van a ir. Lo han dejado muy claro. Jamás te juzgan, te dicen las verdades a la cara, sabiendo que duele más abrir los ojos después de un largo sueño, pero que la vista se recupera y las legañas acaban por disiparse. Y ya no te hablo de las lágrimas. Son de risa. De la risa. Y eso vale oro.
'Y dejas de pensar en lo que te falta porque estás ocupado enamorándote de todo lo que tienes', me dijeron una vez. Tengo la suerte de que aquella persona todavía sigue en mi vida, y tengo la certeza de que seguirá ahí.
A veces nos olvidamos del valor de una copa de vino y de una cena, porque estamos distraídos pensando en quién será el siguiente en nuestra cama, o en nuestro corazón. Un corazón que ya está ocupado.
Tenemos que vivir más los Goonies y menos Cenicienta. Porque en las grandes historias de amor no hay besos, ni abrazos, ni cenas a la luz de las velas, ni sexo desenfrenado. Las grandes historias de amor están protagonizadas por alguien que se cae, y alguien que le levanta. Y por esos mismos dos, o tres, o cuatro, que acaban descojonándose después.
Tienes razón, el amor de las películas no existe, pero creo que mejor así. Cómo tú dices en la vida real hay personas que caen y se levantan, y eso nos hace apreciar más lo que tenemos y lo que conseguimos con nuestros esfuerzos. Saludos :)
ResponderEliminarDefinitivamente tienes razón, creo que nos centramos en conseguir algo para ser felices, mientras dejamos de lado lo que realmente nos haría felices. Saludos desde: enunapartedemi.wordpress.com ;)
ResponderEliminarMe encantan tus post! Visitamos
ResponderEliminarhttp://capuchinosyabrazos.blogspot.com.es/