Hace
unos días volví atrás en el tiempo. Volví a leer aquello que escribí hace
tantos años y me sentí tan lejos de aquellas palabras que ya no recuerdo quién
las escribió. Y, aparentemente, fui yo. O por lo menos es lo que me recordaste.
Hoy me vuelves a pedir que te escriba, que vuelva a poner con letras y guiones
lo que tienes dentro. ¡Y qué difícil, amiga! Porque, ¿si no te entiendes tú, cómo
voy a hacerlo yo? Te prometo intentarlo.
Intentarlo
como llevas intentando tú llenar tu casa de cuadros, de dibujos que te digan
que vales todo el oro del mundo y que no hay nadie como tú. Y créeme, amiga,
que no necesitas de viñetas que te lo digan, porque ya te lo digo yo. Eres única
en tu especie, nadie se ríe como tú y mereces pasarte la vida riéndote, y que
lo único malo que te pase sea ese dolor de estómago que llega por las agujetas
de una felicidad desmedida.
Y
créeme, amiga, que si te he visto reírte así, haré todo lo que esté en mi mano
para que vuelvas a hacerlo. Te prometo intentarlo. Intentarlo como llevas
intentando tú despertarte por el lado derecho de la cama, porque el izquierdo
ya está ocupado. Y créeme, amiga, que sé que vas de hotel en hotel buscando
algo que te haga reír como antes. Y déjame decirte, amiga, que aquello no está
en los minibares de tus hoteles de gran ciudad, ni en los aviones a los que te
subes cuando todavía no ha salido el sol. No. La felicidad, amiga, tampoco está
en el norte, en ese norte que tanto adoras cuando lo que ocurre es que acabas
perdiendo el sur. Ni siquiera está, como dice Andrés Suárez, en una noche de
verano porque Benedetti en tus pupilas.
La
felicidad y esa risa tuya tan tuya está aquí dentro, en el fondo de un fondo de
saco del que salimos marcha atrás y en lo más profundo de un sofá rojo que hace
tiempo que nos llama a gritos. Porque no importa la distancia si seguimos
escuchando tu risa a través de notas de voz. Te lo dije una vez, y con todo el
amor del mundo te lo repito: el gris, amiga, no va contigo. Igual con esto no
consigo hacerte reír, pero… Prometo intentarlo.
A B.G.V porque si la escucharas reír, no querrías verla llorar