Hace
tiempo leí un artículo que se titulaba algo así como “Somos demasiado jóvenes para estar tan tristes”. Estaba basado en
la frase de una ilustración de Sara Herranz (que, por cierto, saca nuevo libro
y estoy deseando tenerlo entre mis manos). Recuerdo leer acerca de la depresión
–qué palabra tan fea-, de la impotencia que sienten algunos por no llegar.
¿Llegar a dónde? A algún sitio con vistas, espero.
Recuerdo
pensar en mí, en que yo no estoy triste, pero sí que soy joven. Soy todo lo
joven que me proponga.
Sigo con mis veintiséis años a cuestas, disfrutando como si tuviera quince y valorando la vida como si fuera la primera vez que la vivo. Y yo, con mi juventud a la espalda, no estoy triste.
Estoy
con ganas. Infinitas. Ganas de comerme el mundo, de comerme los conflictos que
lleguen y aprender de ellos. Estoy con ganas. Con ganas de ser quien quiero
ser, no quien me impongan. Ganas de hacer y deshacer. Estoy con ganas de
equivocarme. Con ganas de dejarme la piel, el alma y hasta los huesos en
aquello que creo. Estoy con ganas de hacerlo todo, lo que sé y lo que no sé.
Porque si no lo sé lo aprendo, y si lo sé lo aprendo también.
Soy
tema aparte. No estoy por encima ni por debajo, soy como tú y como todos. No,
miento, no soy como nadie. Y casi…mejor. Yo tengo las riendas, yo tomo las
decisiones. Soy CEO de mi propia vida.
Me gusta eso que se dice ahora de que los jóvenes no sabemos a dónde vamos, ni sabemos lo que queremos, que no levantamos la vista de la pantalla de nuestros teléfonos y que no sabemos vivir. Me gusta que se diga, porque me gusta y me encanta demostrarles lo equivocados que están.
Los
jóvenes –los de ahora, los de siempre- tenemos la fuerza y sobre todo, la
valentía, para mover el mundo en dirección contraria. Paramos el tiempo con un
click y con otro lo retomamos, todavía más deprisa. Somos los que no nos
conformamos con una vida de un rato. No, nosotros somos los de “todos mis
ratos”.
Soy
–y somos- los jóvenes del ahora. Los que salen en las noticias bajo el titular
“un grupo de jóvenes…” Sí, sí, somos esos. Los que creamos empresas y nos
dejamos la piel en ellas. Los que comemos en diez minutos porque el postre no
es más que una pérdida de tiempo. Porque la vida es aquello que pasa mientras
esperas que te traigan la cuenta.
Somos los todoterreno, los huracanes. Los que arrasamos con todo y no dejamos títere con cabeza. Somos los que pensamos antes y después de actuar. Los que no nos arrepentimos por nada. Porque si lo hicimos, fue por algo, ¿verdad? Somos los que cambiamos de trabajo como de camiseta, porque no nos conformamos, porque innovamos hasta en la funda de nuestros teléfonos.
A
nosotros no se nos puede definir, ni millennials, ni generación Y. Nosotros
somos únicos, cada uno distinto. Basta ya de categorías, de estándares, de
meternos a todos en el mismo saco. Ni la edad, ni el país, ni la cultura… No
hay rasgos comunes con los que puedan segmentarnos. Porque quizá lo único que
tengamos en común es nuestra pasión por el sushi, las series de Netflix y las
frases de Defreds.
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