Hoy me he despertado con un regalo. Mi amigo Pepe me ha dejado cuatro minutos de intensa reflexión, a las cuatro de la mañana y con, estoy segura, más de cuatro copas de más.
En esa grabación, mandada por whatsapp (porque ahora todo lo que tiene un sentido se manda por whatsapp), me habla de todo lo que echa de menos y, al final, me dice que echa tantas cosas de menos que no puede ser feliz.
Da qué pensar. Echar de menos es, sin lugar a dudas, el peor sentimiento habido y por haber. Todos echamos de menos algo o a alguien, o las dos cosas.
Echo de menos verte sonreír, ya no lo haces como antes. Te ríes, sí, y muchas veces a carcajadas, pero aquella sonrisa que iluminaba tardes de niebla ya no está. Echo de menos quemarme los pies con la arena de la playa y el alivio al llegar al mar; siempre a la carrera.
Echo de menos tener el convencimiento de que jamás te ibas a ir. Jamás de los jamases. Pero si aquello fuera todavía así, ahora no te estaría echando de menos.
Echo de menos las noches de palabras sin sentido, de despertarme abriendo un ojo y encontrar tu brazo en mi abrazo. Encontrarte a ti, en resumidas cuentas.
Echo de menos todas las aventuras que juramos realizar y que ahora se han quedado plasmadas en fotos viejas, perdidas en algún lugar del disco duro.
Echo de menos las vistas desde tu casa, las luces y la sensación de poder ver el mundo desde tu balcón. Echo de menos tu vida, aquella que me vendías con tantos cuentos que ninguno parecía mentira.
Echo de menos aquella vena que se formaba cada vez que algo tenía un alto porcentaje de seriedad y que se desvanecía con cada broma y cada sinsentido.
Echo de menos andar descalza por la calzada y sentir que algo tan absurdo como una herida no iba a cambiar mi camino. Echo de menos el sabor de tus historias que me cambiabas por besos.
Echo de menos todo lo que juramos ser, y que hoy se nos ha olvidado. Echo de menos todo lo que tenía que ver contigo, lo que fue, lo que tenía que ser, todo tú y todo yo.
jueves, 23 de octubre de 2014
lunes, 20 de octubre de 2014
Lo que queda de ti
¿Has pensado alguna vez en lo que queda cuando ya te has ido? ¿Cuánto tiempo se quedarán tus huellas grabadas en el pomo de la puerta que tan bruscamente cerraste? ¿Seguirá tu aroma en aquella almohada que apretabas contra tu pecho de tanto llorar?
Porque eso es lo único que hacías, vaciarte por dentro, desahogarte sin saber que te estabas ahogando cada vez más. Para tener perspectiva hay que agarrarse a algo que te mantenga a flote, y tú te empeñabas en sujetarte a un barco ya hundido.
Quisiste escribir una novela de lo que solo era un relato breve. Incluso, diría yo, un microrelato, de esos que están tan de moda y que solo tienen una coma, un punto, y un hashtag con la palabra #microcuento.
Alargaste la cuerda. Y la rompiste. Porque todo tiene un fin, y es más sano romper (por lo sano), que luchar en una batalla que solo deja cadáveres a su paso. Fuiste a la guerra con el fusil descargado, sin chaleco antibalas ni casco de combate. Y perdiste. Te dejaste la piel, el alma y las fuerzas.
Y aquí estás, volviendo a escribir. Buscando las palabras que justifiquen tus decisiones, que allanen el camino hasta un futuro sin fuego cruzado.
De ti quedará mucho. Eso lo sabes bien. Quedarán todas las cartas escritas con rotuladores de colores, los libros y las películas que no recuerdas cuándo pero sabes que las viste, las cenas a deshora y los madrugones repentinos. Quedarán todas las palabras bonitas que nacieron de ti para explosionar en el trayecto.
Pero, sobre todo, quedarán todas las mentiras, toda la mierda que se suelta cuando el amor ya no es amor y probablemente nunca lo fue. Quedará esa parte de ti que prefieres ocultar y que jamás vuelva a salir. Quedará toda la basura que algún día pensaste que era vida, y las cucarachas y gusanos en lo que terminará convirtiéndose todo eso.
Todo eso quedará. Pero quedará atrás, muy atrás. Porque pensar en el pasado es vivir mirando por un retrovisor. Y aquello no trae nada bueno, solo tortícolis.
Lo mejor no es lo que queda. Sino lo que está por venir. Es tu momento. De gritar, de bailar, de beber y de reír. Y de todos los verbos que conlleven una sonrisa de oreja a oreja y un aceleramiento repentino de la velocidad cardíaca.
Te esperan noches sin dormir por no querer dormir, días de sol y mañanas de resaca. Te esperan amores de un rato, de dos o de toda la vida que permanecen despiertos hasta que llegas a casa y no dudan en gastar gasolina para un beso a medianoche.
Te esperan todas aquellas cosas que jamás pensaste que tendrías y que demostrarán que hay amores que todo lo pueden y otros que pueden con todo. Y tú te mereces cualquiera de ellos.
Te va a tocar aprender a llorar de felicidad y a disimular el subidón de color de tus mejillas. Vas a tener que aprender a dormirte de cansancio, y no de tristeza. Vas a vivir. Y eso, es lo que queda de ti.
Porque eso es lo único que hacías, vaciarte por dentro, desahogarte sin saber que te estabas ahogando cada vez más. Para tener perspectiva hay que agarrarse a algo que te mantenga a flote, y tú te empeñabas en sujetarte a un barco ya hundido.
Quisiste escribir una novela de lo que solo era un relato breve. Incluso, diría yo, un microrelato, de esos que están tan de moda y que solo tienen una coma, un punto, y un hashtag con la palabra #microcuento.
Alargaste la cuerda. Y la rompiste. Porque todo tiene un fin, y es más sano romper (por lo sano), que luchar en una batalla que solo deja cadáveres a su paso. Fuiste a la guerra con el fusil descargado, sin chaleco antibalas ni casco de combate. Y perdiste. Te dejaste la piel, el alma y las fuerzas.
Y aquí estás, volviendo a escribir. Buscando las palabras que justifiquen tus decisiones, que allanen el camino hasta un futuro sin fuego cruzado.
De ti quedará mucho. Eso lo sabes bien. Quedarán todas las cartas escritas con rotuladores de colores, los libros y las películas que no recuerdas cuándo pero sabes que las viste, las cenas a deshora y los madrugones repentinos. Quedarán todas las palabras bonitas que nacieron de ti para explosionar en el trayecto.
Pero, sobre todo, quedarán todas las mentiras, toda la mierda que se suelta cuando el amor ya no es amor y probablemente nunca lo fue. Quedará esa parte de ti que prefieres ocultar y que jamás vuelva a salir. Quedará toda la basura que algún día pensaste que era vida, y las cucarachas y gusanos en lo que terminará convirtiéndose todo eso.
Todo eso quedará. Pero quedará atrás, muy atrás. Porque pensar en el pasado es vivir mirando por un retrovisor. Y aquello no trae nada bueno, solo tortícolis.
Te esperan noches sin dormir por no querer dormir, días de sol y mañanas de resaca. Te esperan amores de un rato, de dos o de toda la vida que permanecen despiertos hasta que llegas a casa y no dudan en gastar gasolina para un beso a medianoche.
Te esperan todas aquellas cosas que jamás pensaste que tendrías y que demostrarán que hay amores que todo lo pueden y otros que pueden con todo. Y tú te mereces cualquiera de ellos.
Te va a tocar aprender a llorar de felicidad y a disimular el subidón de color de tus mejillas. Vas a tener que aprender a dormirte de cansancio, y no de tristeza. Vas a vivir. Y eso, es lo que queda de ti.
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