sábado, 15 de noviembre de 2014

Exprimiendo medias naranjas

Todo eso de las medias naranjas, de su búsqueda y de su encuentro, son tonterías que brotaron del cerebro de algún inconsciente perdido sin más hacer ni qué-hacer que dar por culo con gilipolleces. Y es así. Ni todos tenemos una media naranja ni tenemos por qué buscarla. 

Y, ¿por qué una media naranja y no un medio melón? ¿O una media sandía, o medio plátano? Puestos a dividir... 

Las piezas del puzzle, las que encajan, nunca son iguales. ¿Por qué ha de ser aquella persona, esa tan especial, igual a nosotros? Menudo aburrimiento. Vaya coñazo tener a un clon constantemente dándote la razón en todo, sin más magia ni quiebro de conversación. Todo el día en equilibrio, en jodido equilibrio

Las mitades llegan sí, no hay que buscarlas ni encontrarlas. Aparecen. Como si brotaran de los árboles y fueran a caer a tus pies, justo en el momento en el que caminas bajo su sombra. Y brotan para hacerte la vida más sencilla, para sacar lo mejor de ti y para, en definitiva, hacerte feliz. Si no cumple esos requisitos, patada y a otra cosa, mariposa. 

Como si fuera tu mitad perdida, te llena un vacío que no sabías que tenías. Y esa es la magia de toda esta patraña de medias naranjas. Sigamos llamándolo así, para no caer en confusión. Y dejemos claro en qué se diferencia una media naranja de una rodaja de limón. 



Una 'media naranja' te mira y comprende exactamente (con puntos y comas) qué sucede por tu cabeza. Te entiende aunque haya momentos en los que ni siquiera tú sepas de qué va la cosa. Es el faro que te guía a buen puerto, acepta la peor versión de ti porque sabe que, sino, no se merece la mejor. En lo malo, en lo bueno, y en lo peor.

Te habla, sin palabras, pero con gestos, con gestos tales como meter en la lista de Spotify una canción que diga algo así como 'te echo de menos', o 'I miss you'. Y que deje que suene hasta que te queme los tímpanos y no tengas otro remedio que gritar a los cuatro vientos que 'I come for you', una y otra vez. 

Una 'media naranja', -o alma gemela, o mitad, o como quieras llamarlo- te coge de la mano, te mira a los ojos y te dice que va a hacerte la persona más feliz del mundo. Y tú sabes que con esas palabras, ya lo ha conseguido. 

Pero pisando tierra, a mí todo esto de las 'medias naranjas' me suena igual de mentira que 'El Hombre del saco', 'El ratoncito Pérez', y toda su prole. Pero si algo hemos aprendido es que porque algo sea invisible al ojo humano, no significa que no lo sintamos. De hecho, se siente todavía con más fuerza. Y lo de las mitades perdidas, que te llenan y te rellenan, es un cuento que nació de la innata necesidad de querer y ser queridos. 

Un cuento al fin y al cabo pero, ¡qué bien sabe! 



Porque yo no creo en 'medias naranjas', ni en 'medios limones', pero sí que creo en las naranjas enteras, que se encuentran, que compenetran y que se exprimen juntas, dando todo y más de sí, dejándose la piel y lo que no es piel, para formar algo nuevo, diferente, incluso, mejor. 

En eso consiste toda esta mierda de la vida. De no andar solos por si cojeas, de tener quien te sujete si tropiezas. Alguien que salga de casa sin avisarte solo porque le gusta verte correr a través de las cortinas, con el pelo mojado y el vaquero a medio abrochar. 

Y llegará tu mitad, pero tú ya estás entera, y la aceptas porque en esta puta vida no necesitamos suplementos, sino complementos. Algo que nos haga más fuertes, no más pequeños, ni más débiles. Que las mitades existen, pero para sumar. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

¿Dónde estás, que no te veo?

Pienso en ti cuando todo va mal. Y lo hago simplemente porque quiero que estés aquí y no entiendo ni cuándo, ni por qué, ni cómo te fuiste. Lo éramos todo. Todo. De esas que se miran sin decir nada y ya saben qué pasó. Ahora ninguna de las dos lo sabe, porque llevamos demasiado tiempo sin mirarnos a la cara, sin reconocernos entre todas estas personas que pasean por Madrid, buscando Dios sabe qué. 

Yo sí sé lo que busco. A ti. Busco tu mirada de enfado, de castigo por no haberte llamado en todos estos años, por no haberte buscado cuando colgaste el teléfono, diste media vuelta y te largaste, como el que no quiere la cosa. 



Me pregunto muchas veces dónde estás, qué estarás haciendo y si me necesitarás tanto como te necesito yo a ti. Porque siempre estuviste. En las malas y en las pésimas, y ahora que esta se lleva la palma he marcado tu teléfono tantas veces que el pulgar me duele, pero sin el valor para permitir que la red me lleve hasta ti. 

Porque, al final, ¿qué te voy a decir? "Hola, soy yo, estoy en un aprieto y necesito que me saques de él". No, eso ni pega ni despega. Porque hace tiempo que nos perdimos y ninguna dio el paso para recuperarnos. Y así, con el tiempo, llegamos a ser dos personas que lo único que comparten son un par de fotos de Facebook, alguna canción absurda y algún recuerdo todavía más absurdo. 

Pero sigo necesitándote. Y más ahora, cuando todo va mal. Cuando no sé qué decir ni qué hacer pero todos los caminos llevan a Roma pero pasaban por tu casa. Aquella donde tantas noches pasamos, entre almohadones, perros y muelles. Y ni me atrevo a pasar por ahí, por miedo a verte salir del portal. ¿Te acuerdas cuándo esperaba, poniendo caras en el telefonillo? Parece que han pasado décadas de aquello. Y en realidad, sé que pasará más que eso hasta que volvamos a reencontrarnos.



El tiempo lo cura todo. Y nos curará las heridas, pero las cicatrices no nos recordarán nada bueno, sino la cobardía que tuvimos de luchar por todo excepto por nosotras. 

Pienso en ti cuando todo va mal. Y la verdad es que te espero. He perdonado demasiadas cosas y tú no ibas a ser menos. El dolor hace tiempo que quedó atrás, y supongo que esto es lo que pasa cuando el rencor se va, que solo queda el vacío, la melancolía, las ganas rotas de un abrazo y decirte: "Bienvenida a mi vida, de nuevo, para siempre".