Viviría entre las paredes de este aeropuerto si con ello siguiera aquí, atada a ti.
Todavía siento los latidos de tu corazón y el mío, alejándose a medida que mis pasos, lentos y precavidos, huían del campo de batalla.
Miré hacia atrás una vez –esto no te lo dije- y te vi, buscando despistado la salida. Del aeropuerto y de mi vida. Porque los dos sabíamos lo que era esto: una despedida, de las de verdad. De las de “todos los caminos llevan a Roma”, pero a mí me estaban llevando en dirección contraria.
Y se quedaron tantas cosas por decir y sentir. Nos faltó tiempo. Por faltar, faltaron tantas y tantas cosas… Si te tuviera delante te diría que te mentí cuando te dije que podría haberme enamorado de ti. Lo hice.
Me enamoré de ti y de tu forma de cantar en el coche, moviendo las manos al ritmo de los acordes de una guitarra que no estaba ahí. Y me mirabas, divertido. Te gustaba hacerme rabiar quitando las manos del volante. Y entonces yo te abrazaba despacio, apartándome en seguida para repetir contigo el estribillo. No se toca al conductor, decías siempre. Pero te gustaba que te diera la mano para besarla con fuerza.
Me enamoré de tu mirada y de la forma en la que me sujetabas para que no cayera. Así estabas tú, salvándome. De los adoquines, del calor, e incluso de mí misma. Y me encantaría gritar(te)lo. Me has salvado. Me has salvado. Me has salvado. Y ahora sin ti, ¿qué? Dame la respuesta, igual que me has dado cien anteriores.
Me enamoré de tus promesas. Cumplidas. Todas. Jamás conocí a nadie tan a favor de su palabra. Me prometiste llevarme lejos y así lo hiciste. Me prometiste enseñarme tu mundo y no fallaste. Y ahora, cuando te pido que me prometas que no saldrás de mi vida, te ríes y guiñas un ojo, sabiendo que eso es lo único que no puedes asegurarme.
Porque me enamoré de ti a pesar de que me avisaste. Tengo el corazón cerrado, aquí no cabe nada. Lo que no te dije es que somos dos corazones rotos que pueden formar uno completo. Y con eso nos basta. Y a mí me sobra.
Y que aquí, escuchando el mar, estoy tan lejos de ti que ni siquiera sé si compartimos la misma luna. Y te echo de menos. A ratos. No todo el tiempo. Cuando no te echo de menos es porque pienso en todo lo que tuvimos, y en todas las ganas que tengo de escucharte cantar(me). Corazón espinado.