Hola.
Estoy aquí. Sigo aquí. Quizá ha pasado demasiado tiempo. Quizá ya me has
olvidado. O quizá, sólo quizá, estabas esperándome. Yo sí he estado esperando
que saliera algo, algo que mereciera la pena poner en palabras, algo, por muy efímero
que fuera, que hiciera a las palabras brotar. Y aquí está.
Siempre
he presumido de ser una persona de esas… como se dice… “echada pa’lante”. Nunca
entenderé esa expresión. Pero sí, básicamente es lo que he sido y lo que espero
seguir siendo. De esas que da el primer paso, de las que se guía al ritmo de “el
no ya lo tienes”, de las que se arrepienten antes de lo hecho que de lo no
hecho. Algo así, sí.
Hace
un año más o menos empecé la que sería la mayor aventura de mi vida hasta
ahora. Imagínate. Yo, con mis 25 años de entonces, acostumbrada a lo mío, a lo
que no es de nadie más, acostumbrada a mi ciudad, a mis planes, a mi vida de
siempre. Yo, recorriendo el mundo solo con una mirada, aprendiendo gestos del
otro lado del océano, costumbres, palabras, lenguajes, conociendo personas que
se convertirían, sin lugar a dudas, en el gran amor de mi vida. Personas que
por a o por b, e incluso por c, ya no están. No están aquí, en esta ciudad que
tanto compartimos, ni tampoco están en aquel edificio blanco, antiguo, de techos
altos que durante mucho tiempo estuvimos llamando casa. Y yo, cobarde, cuando
tuve la ocasión de decirles todo lo que eran, todo lo que son, y todo lo que
siempre serán, cerré el pico, callé la boca, y cobarde sí, muy cobarde, no tuve
el valor de levantarme para gritar a los cuatro vientos que lo que es de verdad no acaba nunca. Y que crecí el día que me cogieron de la mano.
Hoy
no escribo desde Salem, ni siquiera escribo desde como era. Escribo, por
primera vez, desde quien soy. Y desde quien quiero seguir siendo.
Antes
de que todo empezara escribí en un papel mi nombre, mi edad, mis estudios, mis
inquietudes, escribí quien era. Y eso lo hicimos todos. Hoy, un año después,
leo y releo esas palabras y sé que si pudiera volver a escribirlas, serían
otras distintas, con otra esencia. Porque no soy la misma persona que era, y
estoy muy orgullosa de poder decirlo en alto. He crecido. Gracias a ti. Porque
estás tú, detrás de mi mejor yo.
La
calidad del amor no se mide –jamás- por la duración en el tiempo. Hay amores
intensos que duran solo unos meses y otros que aunque duran años, apenas se
consideran amor. Son otra cosa, pero no amor. Lo nuestro fue –y es- amor del
bueno, del que supera el tiempo y el espacio, del que te hace volar durante
horas para recibir un abrazo a la entrada a la terminal, del que te pone la
piel de gallina cuando escuchas una canción, porque cierras los ojos y ya no
estás parada en el vagón del metro, no, estás subida en tus tacones, mirando a
tu alrededor y sintiéndote afortunada. El nuestro es ese tipo de amor. El de
los buenos.
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