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lunes, 3 de noviembre de 2014

Como un orgasmo de la vida misma

No digas que no te lo advertí. Has hablado mil veces de amores en bucle, tenías un máster en perdonar lo imperdonable, un doctorado en relaciones tóxicas y ahora te has visto metida en el ajo buscando una sola alternativa. Te dije que no iba a ser fácil aplicar la teoría desde dentro. Y ahora es tu decisión. Haz lo que quieras. Pero no es el fin del mundo. Si, ni siquiera aunque sea el mismísimo:  "Vietnam Sentimental".

¿Te acuerdas cuando gritamos a la vez "QUÉ GRAN VERDAD" cuando escuchamos aquella frase en la serie de moda que decía ... "Si me engañas una vez es tu culpa, si me engañas dos es la mía"? Y si, qué drama. Intentas aplicarla pero no puedes, porque no paras de pensar en que ya no le vas a ver más, ya no le vas a besar más, ya no irás a cenar a ese sitio que ibais siempre...(Llantos y más llantos) ¿De verdad quieres eso a toda costa?, ¿aunque sea irreal?, ¿aunque el sentimiento no sea mutuo? Qué poco te quieres, ¿no? Y no me vengas con ese rollo de que te vas a morir, que no puedes vivir sin él, que no sabes como salir de esta. Que sí, que vas a salir y que si no sales de esta pues entro yo contigo.



Que todas hemos escuchado todo tipo de excusas baratas, desde el clásico "yo no quería" hasta el típico "tus amigas se lo inventan porque quieren jodernos". Y no, no esperes que te lo reconozca jamás porque eso es demasiado pedir. No te quedes sentada esperando que toque en la puerta y te de las gracias por el tiempo invertido en una relación que sólo tiene penas y discusiones. No pretendas que venga a rescatarte de la pesadilla en la que crees que vives y te diga que todo ha sido un error. No  dejes que te convenza replanteándote si eres tú la loca, o si a lo mejor te has pasado de la raya. No caigas, tú y yo sabemos que la única locura que necesitamos es la de los viernes por la noche





Todo esto está muy bien pero tanto tú como yo sabemos que tiene fecha de caducidad. Era una batalla perdida antes de empezar. Las probabilidades de que acabes con ese tipo de personas son nulas. Tan nulas como él. Simplemente ahora crees que es imposible, pero acuérdate que no hay nada imposible, sólo improbable. Y que lo más probable es que un día como por arte de magia te canses y salgas de esa espiral de consumo. No le busques a él. Si tienes que buscar algo, busca un trabajo, busca una amiga, busca un lugar a donde ir o busca a Salem que para eso estamos, no? Porque él tiene el mismo miedo que tenía Alejandro Sanz cuando cantó "no hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes nada". Y tú estás asustada sólo porque no entiendes cómo, cuándo, ni porqué dejo de sentir por ti, pero lo mejor es que lo aceptes aunque te intente convencer que esto que estás leyendo es pura basura.




¿Quieres que te cuente un secreto? Esa clase de tíos acostumbrados a tenerte siempre, cuando pasa el tiempo y ven que te han perdido, salen a buscarte. Y casi siempre es demasiado tarde. Deberías hacerme caso sólo por descubrir el tipo de satisfacción de la que te hablo. Vuelven cuando mejor estás y cuando ves su nombre en la pantalla del móvil y te das cuenta que no se te ha movido ni un sólo músculo de la cara, cuando le ves volver con el rabo entre las piernas, sientes algo así como un orgasmo de la vida misma. 



V.L.




lunes, 27 de octubre de 2014

La vida se vive, no se sobrevive

Hace tiempo me preguntó cómo pensaba que le veía el resto del mundo. Si era realmente el monstruo que muchas veces encontraba frente al espejo o si otros eran capaz de verle como le veía yo: el hombre más maravilloso del mundo. Nunca supe qué responder. Más tarde comprendí por qué.

Lo único que le convertía en hombre era su barba de tres días, que llevaba más de una semana intentando brotar, los pelos del cuerpo y la fecha del DNI. Por lo demás, era un niño. Un niño inquieto, hipócrita y egoísta que se negaba a ver más allá de la neblina que se había dibujado frente a él. Si algo resultaba un problema, al cajón, y ahí se podía quedar. Y no hay nada más cobarde. 

Nunca supe si me mentía, si sus palabras eran enteramente ciertas o si se guardaba medias verdades bajo la manga. Me habían engañado tantas veces que podría haber protagonizado La Fille sur le Pont porque a mí, 'todos los días de mi vida me han engañado'. 


Por aquel tiempo él era todo lo que se podía pedir. Todo lo que en ese momento yo pedía. Comercializaba consigo mismo, me ofrecía su vida, su amor y su tiempo a un precio que, entonces, pensaba que era más que razonable. Como todo, al final, lo barato acaba saliendo caro. Y lo que pagué por él fue más allá de mi tiempo. 

Era un niño con zapatos de hombre. Daba igual la naturalidad con la que se encendiera los cigarros, y la forma de hablar, como si ya hubiera elegido de antemano las palabras que sabía que iban a calar -y calaban- profundamente. Con su sonrisa podía convencer a cualquiera de lo que fuera. Y a eso jugaba conmigo. A convencerme de que la vida tenía sentido sólo porque él había decidido regalarme su tiempo. Y tenía que estar agradecida. 

Maldito egoísta. La vida tiene sentido porque yo tengo sentido, porque yo elijo y vivo. La vida es más que sobrevivir un día y otro, y otro más, y al siguiente también. La vida se vive, no se sobrevive. Y eso lo aprendí el día que di un portazo y decidí que ya no quería que fuera detrás, con plegarias y lamentos y promesas que no valen nada. 


La vida no está hecha para repetir las malas decisiones, para tropezarse con la piedra hasta hacerla parte del camino. Tampoco está hecha para agarrarse al primero que pasa, ni al segundo, ni al tercero. Porque pocas cosas salen bien la primera vez. La vida es más que eso. Tiene que ser más que eso. Sino, hace tiempo que estaríamos todos muertos o, por lo menos, fuera de combate. 

La vida está hecha para disfrutar de cada amanecer y de cada atardecer sin tener una cadena atada al tobillo que te impida acercarte lo suficiente al mar para sentir su brisa. Hay personas que han hecho de la maldad y del egoísmo su estandarte y lo llevan tan pegado a la piel que es parte de ellos. 

Y te cazan, y te compran, y te usan y te desusan a su poder y a su antojo hasta que de ti solo quedan los huesos. Y componerte lleva tanto tiempo que, a veces, perdemos la esperanza de volver a ser quienes éramos. Y es probable, más que probable, que jamás volvamos a ser aquellas personas. Porque nos han maltratado, nos han obligado a sobrevivir. 

Y la vida, se vive. Y no me cansaré de decirlo. Y después del daño hay más vida. Porque todo se cura, y eso es algo que muchas veces olvidamos. Hay cura para casi todo, y para los golpes en la cabeza y los corazones rotos, también. 



Mi historia no tiene desperdicio, y algún día, os contaré los detalles. Cuando averigüe qué fue verdad, si es que en algún momento hubo algo de cierto en aquellas palabras -de mierda-, en aquellos gestos -ásperos- y en aquella sonrisas -de mierda, sí, más mierda-. 

Pero sobreviví. Sobreviví a aquello y volví a vivir. A vivir una vida que me correspondía, y que pienso seguir viviendo. Porque la respuesta a aquella pregunta, de cómo era él, tendría que haberla respondido pensando en cómo era yo, y si se correspondía con la persona que quería ser. 

jueves, 20 de febrero de 2014

13 razones para quedarme

Después de un periodo sabático, de reflexión, inspiración y aspiración de ideas aquí estoy otra vez. He estado pensando en muchas cosas, de todo tipo. Buenas, no tan buenas, y alguna que otra mala, qué se le va a hacer. 

Pero después de un tiempo con más malos momentos que buenos, ha habido algo que me ha sacado adelante. A mí y a otros muchos. Pero hoy estoy aquí para hablar de mí. Y de nadie más. Así de egocéntrica me siento.

Sin pecar de cursi -que sí, lo soy bastante, no me importa reconocerlo- he descubierto que ese algo que te saca adelante, que te eleva del pozo de la desesperación -y olé con el dramatismo-, es el amor. Eso mismo. Roma pero al revés. 



Tras una bronca colosal, de esas que más vale no tener platos u objetos punzantes a tu alrededor, de las que lloras ríos, mares y océanos, un buen amigo, en su inútil intento por hacerme sentir mejor, me dijo lo siguiente: "Tienes suerte, te puedes ir cuando quieras"

Y cuánta razón. De eso de las relaciones te puedes ir cuando quieras, pero el caso es que yo no quiero. Y no quiero por 300 razones que ocuparían alguna que otra página más que "Cien años de soledad", así que me limitaré a 13. 

Y aquí van...

1.- Me quedo porque no creo en el "forever in love", ni en el "para siempre juntos", ni en ningún tipo de promesa condenada a acabar envolviendo pescado. Pero sí que creo que día a día se hace un siempre. Y eso es lo que me das, un día, y después otro.


2.- Me quedo porque puedo estar sin ti. Lo sé. Eso de "sin ti me muero" (o Can't leave without you, para los bilingües), es otro bulo inventado por los pedantes autores de las canciones de Mariah Carey. Quedamos en que por poder puedo, pero creo que la vida es mejor a tu lado. Y seamos realistas, ¿para qué voy a vivir sin ti pudiendo vivir contigo?

3.- Me quedo porque has conseguido resetear mi cabeza, formatear mi memoria ram, rim y rom. Y ya pocos recuerdos me quedan de una vida en la que tú no estabas. Tirando de tópicos, mi vida actual, la que soy ahora mismo, la que tienes ante ti, empezó a vivir en el momento en el que entraste en su vida. Eso sí, sin confusiones. Era yo antes de ti y lo puedo seguir siendo después. Pero volvemos a lo de siempre: no quiero. 

4.- Me quedo porque algún artista callejero ha decidido plasmar tu nombre en frente de la oficina. Podría haber dibujado una choni pechugona, o algún eslogan apolítico, pero no, decidió escribir tu nombre, que seguramente será el suyo, así muy molongo, lleno de colores y tan grande que probablemente lo capte el satélite de Google. Yo, desde luego, lo capto todos los días.


5.- Me quedo porque me lo paso bien. Más que eso. Contigo me lo paso extremadamente bien. Jamás me había reído tanto, ni me había sentido tan viva -que sí, que o estás vivo o estás muerto, pero es una forma de hablar, ya me entendéis-. Qué importante es pasárselo bien, ya me lo decía mi madre. Si no te ríes, entonces vete, que puedes. 

6.- Me quedo porque somos diferentes. Porque a ti te gusta una cosa y a mí otra. Pero he ahí el secreto, queridos. Lo de que las parejas sean iguales, tipo los Beckham, ya no se lleva. Está pasado de moda, fuera, out, au revoir. La chispa está en compartir las diferencias, en conocer en el otro lo desconocido. Y será por todo lo que descubro cada día. Me has enseñado que también se puede ir de crucero subido en un coche y que los zombies pueden ser muy graciosos. Y un trillón de cosas más, que me guardo para mí.

7.- Me quedo porque te ríes de ti mismo. Y qué le voy a hacer, eso me enamora, día sí y día también. 


8.- Me quedo porque puedo llenar otras tantas entradas llenas de nuestros "¿Te acuerdas de...?". Y porque como dice Bebe -que no bebé-, "guardo tu recuerdo como el mejor secreto". 

9.- Me quedo porque parece que ha llegado la última de las diez plagas de Egipto y ha borrado de un plumazo todo rastro de seres masculinos en mi vida. Porque todos me la resbalan. Así, mal y pronto. Que sí, que ese muy guapo, pero estás tú. Que muy gracioso, fenomenal, pero tú. Tú, tú y tú, y qué pesadilla pero tú. 

10.- Me quedo porque tus brazos son el mejor de los edredones y tu pecho la mejor de las almohadas. Y punto.


11.- Me quedo porque es lo más complicado. Porque podría irme cuando azota la tormenta, cuando empiezan a caer rayos y truenos y el aire levanta todo a su paso. De ese calibre encolerizado son nuestras broncas. Pero eso sería lo más fácil. Me van los retos y desafíos. 

12.- Me quedo porque te has molestado en conocerme. Porque sabes que me cuesta dormir cuando peleamos pero que caigo rendida si estás a mi lado. Porque sabes donde tengo cosquillas y a donde no debes acercarte si no quieres recibir una patada involuntaria. Porque sabes que lo verde no va conmigo y que hablando del futuro siempre me ganas.

13.- Me quedo porque lo intentas y casi siempre lo consigues.  

lunes, 20 de enero de 2014

Motivos para no enamorarte

Te dije que no te enamoraras, no quería verte sufrir así. Me caes demasiado bien para hacerte esta putada, pero aquí nos ves, yo como siempre, viéndote fumar en la ventana, con esa forma tuya de coger los cigarros, de aspirar fuerte y echar el humo como si todo aquello no fuera contigo. 

Tus rizos oscuros como tus ojos, y yo solo puedo pensar en que siendo yo así, y tú también así pero diferente, es una putada lo que nos está pasando. 

Te pedí que no te enamoraras de mí. Soy tan inestable como el tiempo estos días, subo y bajo como si de una canción de Katy Perry se tratase. No tengo miedo más que al propio miedo, y eso me ha causado más de un revés. No tengo vergüenza y demasiado morro, soy cabezota y si algo sé es que si entras no vas a poder salir. 



Soy inquieta y positiva. Demasiado rosa veo las cosas como para sacar de sus casillas, incluso del propio tablero, a cualquiera. Quiero que cuentes mi altura con besos, no centímetros, y que no me hables. Susurra. Los gritos no van conmigo y si tú gritas espera una tormenta monzónica. Como empiece a quererte no voy a parar, me voy a enamorar de ti con cada paso que des, y cuando te tenga voy a dejar que me agarres fuerte. Y ni se te ocurra soltarme. 

No te enamores de mí, me verías perfecta. Y de eso tengo más bien poco o nada. La imagen que tendrías estaría distorsionada por todo el amor que irradian tus venas. 

Te voy a pedir la luna y ya que estás de pie, las estrellas. No voy a parar hasta conseguirlo, aunque para ello tenga que patalear como aquel niño que vimos una vez. ¿Te acuerdas? 



Es que esa es otra. Me voy a acordar de todo. De hecho, ya lo hago. Me acuerdo de tu mirada y de cómo frunces los labios, de tu voz cuando te enfadas y cuando intentas ser amable. Me acuerdo de tus manos fuertes y, prepárate, porque como te enamores sé que no voy a querer que me suelten. Jamás. 

Así soy de tremendista. O nunca o siempre. No tengo término medio. No quiero término medio. Contigo o todo o nada. 

Te voy a mandar más de cien mensajes y me voy a enfadar si no me contestas. Voy a querer verte a todas horas y vas a tener que hacerme reír. Sí, como haces ahora. 

Me voy a enrabietar contigo veinte veces al día, y veinte veces más vas a querer matarme. Pero no lo harás, porque la sola idea de estar sin mí te provocará convulsiones.



No te enamores de mí, voy a cambiar tu vida del derecho y del revés. Te voy a contar las cicatrices y me detendré en la que tienes en el brazo para curarla a besos. He cometido más errores de los que puedo asimilar, te perseguirán mis fallos pero seguirás enamorado de mis virtudes. 

Te pedí que no te enamores de mí, porque si lo haces, mi amor por ti te perseguirá, hasta que no sepas ni quien eres, y yo me olvide de quien soy, y todo eso de que tú eres y yo soy quedará diluido en quienes somos. Los dos. Nosotros. Y se acabara tu existencia. Y la mía. 

No te enamores de mí, que bastante tengo yo con estarlo de ti. 

viernes, 17 de enero de 2014

Y vas tú y te enamoras

Te voy a dar la peor noticia que vayas a recibir. Siento ser yo quien te lo diga pero es momento de que sepas la verdad. Ha pasado tiempo y no puedes engañarte más. Mírate en el espejo, ¿acaso no es obvio?

Ya no eres un niño. Es momento de empezar a asimilar y vivir en consecuencia. Tus problemas no son los que eran, tanto dramatismo ya no se acepta y por mucho que llores la solución no va a llamar a tu puerta. Nadie te va a coger en brazos cuando llores ni va a cumplir todos tus deseos cuando pongas cara de corderito. 



Y es que antes todo era diferente. Cuando eras pequeño y no podías dormir tenías a alguien cantándote canciones de cuna o contándote por décima vez el cuento de Los tres cerditos o de Caperucita Roja, cambiándote la versión para que el lobo fuera menos malo. 

Ahora te toca contar ovejas y esperar a perder el sentido. Es el turno de crear tu propio cuento y de dormir recordándolo e intentando cambiar el final. Pero ahora también hay lobos, y estás a punto de toparte con ellos. Y no será bueno.



Y qué fácil era todo antes, cuando tu mayor drama era no haber terminado los deberes o que el compañero de turno no te diera chuches en el autobús. Ahora los deberes y las chuches te importan un culo, porque tienes que levantarte al sonido del despertador, maquinaria infernal, y afrontar problemas de verdad, cosas de mayores. De esas que si no se resuelven provocan una ciclogénesis explosiva o el colapso del planeta. O todo en uno.  

Y te puede la pereza, y el asco, porque tienes demasiado pecho y la gente se ha olvidado del color de tus ojos, o tienes demasiada barba que te toca afeitar cada mañana porque sino no estás decente. Tienes que parecer mayor, actuar y pensar como tal. Simplemente, tienes que ser mayor.



Envidias a Peter Pan porque nunca crece. Nunca tiene que acudir a reuniones ni hacer cálculos para llegar a fin de mes. Nunca tiene que pensar en cómo llenar la nevera ni en que la gasolina ha subido. Vive de vacaciones y no tiene responsabilidades ni que dar cuenta a nadie. Nunca tiene que enamorarse, desenamorarse y superar ese desamor para seguir respirando. 

Porque esa es otra. Creces y vas tú, y te enamoras. Y entonces ya no hay vuelta atrás. Ya no puedes hacer como si nada importara, porque importa. Ya no estás tú. Te han abducido y da igual cuánto mires para atrás, esa persona que ves ha crecido, se ha enamorado y ya no piensa en primera persona. 



Te van a hacer daño. Ya te voy avisando. En lo que respecta al amor viene todo junto: felicidad y daño. El querer es lo que tiene, que no todo depende de ti. Es como conducir, seguir las normas no te exime de tener un accidente, porque habrá quien no las siga. Y te la pegues. Y te preguntarás qué has hecho, y la respuesta será nada. Pero ahí estarás tú, con el corazón destrozado. 

Pero tampoco es cuestión de ser tan negativos. Lo de enamorarse está la mar de bien. Todo eso de las mariposas en el estómago que se confunden con diarreas; lo de sonreír hasta que sumas a tu cara varias arrugas, pero son de felicidad así que no cuentan, embellecen; lo de mirar el teléfono esperando una notificación y recibirla y poner la misma cara que pondrías si se te hubiera aparecido la Virgen. Todo eso está muy bien.



Y es que, como dice Carlos Salem: "Mira que hay tontos enamorados en este mundo...". Porque cuando te enamoras y dejas de ser tú, te conviertes en un tonto que se ríe por todo, que llora por nada y que busca incluir el nombre de la otra persona en todas y cada una de las conversaciones. 

Que si Pedro por aquí, que si mira Pedro lo que dice, que si Pedro puede hacer tal, o cual. Y todo el mundo acaba hasta las narices de Pedro y de ti, pero te da igual porque estás enamorada y porque Pedro... 



Y es que al final en eso se basa todo. No hay una ley que nos obligue a enamorarnos, a emprender una vida en común (que frase tan típicamente de mayores), a planear un futuro, ni a dormirte inventándote tu cuento de turno, en el que no hay ni brujas ni dragones, pero ahí estáis vosotros. Nadie te obliga pero te enamoras sin quererlo ni beberlo. Y eso es lo que cuenta. 

Enhorabuena, has crecido. Te toca vencer el miedo, aprovechar cada instante de alegría y sonreír todo lo que puedas, es tu turno de ser feliz. Sin miedos. Que venga lo que tenga que venir. Se valiente. Afróntalo con ganas y con fuerza, da todo de ti y sonríe. La vida se vive mejor sonriendo. 

martes, 14 de enero de 2014

Cuando el límite no es infinito

Todo, absolutamente todo lo que merece la pena viene con libro de instrucciones, desde los muebles de Ikea hasta cómo hacer un bizcocho. La vida ha avanzado tanto que tenemos libros sobre cómo ser padres, cómo hacerse millonario en un abrir y cerrar de ojos o cómo adelgazar comiendo bocadillos. 

Pero por muchos manuales, libros o tutoriales que haya, nada ni nadie nos puede decir cómo vivir. Ni siquiera yo que estoy aquí escribiendo sobre lo que conozco, sobre lo que veo.  

Agradecida de que me leas, pero tampoco me hagas demasiado caso.


A lo que iba. Cómo vivir. Cómo querer. Cómo hacer que nos quieran. Sí, todo eso está muy pero que muy bien. Pero al final es como todo, a vivir se aprende viviendo y a querer, queriendo. Punto. No hay explicación más sencilla.

Pero yo me pregunto, ¿y a superar el dolor? ¿Eso cómo se hace? Hay dolores que tal como llegan, se van. Pero hay otros que nos empeñamos en repetir, en mantener ahí, hincados en la piel, acostumbrándonos a él hasta que son tan parte de nosotros que ni nos damos cuenta de lo que hieren. 


Hablando con una amiga, me hizo pensar en algo: ¿Hasta dónde llegamos? ¿Cuál es nuestro límite? ¿Cuánto dolor podemos aguantar? Ella es de esas personas que ha sufrido como la que más, ha querido de la mejor forma posible y la han querido también a raudales. Pero eso no ha sido suficiente. 

El todo nunca va a ser suficiente con nosotras. Somos inconformistas sí, pero no tontas. Queremos siempre más de lo bueno, no de lo malo. Y eso es lo que muchas veces recibimos: patadas en el culo. Pero lo aguantamos porque queremos. Además de inconformistas somos masocas, nos va la marcha. Pero hasta cierto punto. Sin pasarse. 


Tenemos un límite. La cuestión es dónde se encuentra. ¿Hasta cuándo tenemos que estar esperando cuando nos piden que esperemos? ¿Cuánto tiempo tenemos que mantener la puerta cerrada mientras que ellos son castigados en el umbral? ¿Dónde está el límite de nuestro aguante? ¿Cuántas más segundas oportunidades estamos dispuestas a dar?

Como todo, depende de cada persona. Hay quien aguanta poco y hay quien aguanta demasiado. Y hay quien directamente no aguanta. Y sobre esto no sé realmente qué pensar. 

Soy de las que cree en el cambio, en que un grito no define a una persona. Pero, ¿y uno tras otro? Las broncas son necesarias, siempre lo he pensado y siempre lo pensaré, pero, ¿hasta qué punto? No hay una norma que establezca que la relación perfecta son tres enfados al mes. Es más, no hay relación perfecta. Y punto. Hay relaciones felices y otras que no lo son. 


Me cuestiono todo esto porque realmente no tengo respuesta. No puedo decirte hasta donde tienes que aguantar, ni si tienes razón dejándole las maletas en el rellano, ni si después de dos horas esperando en el portal es momento de abrirle la puerta y las sábanas de la cama. 

Cada uno decide cómo vivir su vida pero lo que está claro es que hasta que no rozan el límite, no espabilan. Cuanto más grande es el ramo, más grande es el enfado. Pero aun así, vemos todas esas flores, algo tan bonito acompañado por un te quiero, un perdón, un te necesito en mi vida o todo tipo de derivaciones tan poco propias de él, que nos derretimos. Todas. Sin excepción. 


Y es que no tenemos remedio. Nos gusta sentir que luchamos hasta el final, pero la mayoría de veces la valentía no está en aguantar, sino en dar el paso y permanecer fiel a tu límite, esté dónde esté.

Y mira que sí, que te quiero mucho, pero me quiero más a mí. 

sábado, 11 de enero de 2014

Tanto que sí, que no

Vamos a ver. Viernes noche. Es así. Sales de fiesta con tus amigas, todo parece una noche normal, de esas que bebes mucho, te ríes todavía más, subes fotos a instagram de las cuales no te vas a acordar al día siguiente y ligas

Sí, sí. Ligas. Chica, eres joven, date un garbeo

Y, ahí está, le viste nada más entrar pidiéndose el que sería su cuarto gin-tonic de la noche. Está en la barra, por lo que entra dentro de nuestra categoría de amores de barra


Coincidencias de la vida es amigo de un amigo. El mundo es un pañuelo y acabas de conocer al moquete de turno. Vas bebida pero todavía no rozas la ridiculez. Bien, bien, vamos bien. Bailas. Te invita a tu tercera copa y a su quinto gin-tonic. 

Os salís fuera a fumaros un cigarro. Te deja su chaqueta porque hace un frío de espanto. (¡Olé la Ley Antitabaco!). Otra copa más y tus amigas ya están dándote la lata porque te has pasado toda la noche colgada al cuello de ese ser que bien podría haber salido de Pasión de Gavilanes. 

Y en cuanto ve que llega el inminente final, te besa. Y qué bien sienta, ¿verdad? Te vas contentita a casa y él con los morros colorados. Marca de la casa. 


Y te vas a dormir tan tranquila. Feliz porque se ha quedado con tu teléfono pero llevas tanto alcohol en sangre que caes rendida nada más aterrizar en tu cama. 

Y a la mañana siguiente... ¡Sorpresa! Un whatsapp. (Sí, ya no se mandan cartas, es una pena). 

- ¿Qué tal? ¿Mucha resaca?

Venga. Tú. El corazón late a mil revoluciones por minuto. Este sí que sí, piensas como si fueras nueva en esto. ¿Este sí que sí qué? ¿Te vas a casar con él, vaís a tener tres churumbeles y los domingos iréis a comer a casa de los suegros? No bonita no te confundas. O por lo menos no te adelantes. Has pasado una noche con él, te ha dado un beso que supo bien pero a poco. Y punto. No corras. 

- Hola. Nada de resaca, ¿tú?


En línea. No contesta. Y así estás tú, con una resaca del demonio esperando a que tu gavilán se digne a contestar. Después de lo que parece una hora en línea (¡Hay que ver que mal ha hecho el wuasap a este mundo!) decides olvidarte, te duchas, comes, comentas la noche con tus amigas y a otra cosa, mariposa. 

Tres, cuatro y cinco horas más tarde...

- ¿Qué plan tienes hoy?

Y vas tú, tonta, y contestas.

- No sé todavía.

Sé mala, no le preguntes. 


- ¿Te apetece ir a tomar una cerveza?

No, más alcohol no, por Dios. 

- Venga, vale.

Y a medida que avanza el número de cervezas ingeridas se incrementa el número de palabras. Es directamente proporcional. Una cerveza, monosílados. Tres cervezas, voy a comer panchitos porque sino no me voy a callar jamás. 


Te has reído. El chico te ha llegado bien. Te deja en casa y te vuelve a dar un beso. De esos tiernos, casto, nada baboso y hasta romántico. Si fueras un emoticono te saldrían corazones por los ojos. Y mira que eres tonta...

- Te prometo que mañana te llamo

Vale nene, ya la has cagao. Te prometo dice. Empieza a reírte ahora porque mañana las vas a pasar canutas como le creas. Porque, como es normal y como tendrías que haber aprendido a estas alturas de la película: no te va a llamar, si eso, un wuasap, si eso. 

Y así te quedas, con cara de tonta. Mirando el móvil cada tres segundos, no vaya a ser que se paralice el sistema de telecomunicaciones y te quedes sin cobertura justo cuando te está llamando, le salté el buzón y adiós muy buenas.


Y te preguntas qué ha podido pasar, si comiste demasiados cacahuetes o bebiste demasiadas cervezas, si ibas demasiado informal o si la noche le confunde y se esperaba a otra. No te comas la cabeza. Ni lo uno ni lo otro. Has sido perfecta. Has sido cordial. Simplemente, él no era para ti. 

Y después de la psicosis que te entra durante una semana repasando todos y cada uno de los minutos del plan (es que a mí lo de cita me suena a película americana, y esto es la vida real), después de leer y reeler los escasos mensajes y después de que tu mano adopte la forma del teléfono de tanto sostenerlo esperando una señal del cielo, entras en razón. 


Pero va el c****** y el viernes te escribe. Claro, es viernes. Se habrá tomado sus cinco gin-tonics y querrá mambo. Y va y cuando sacas todo tu demonio interior te suelta, con dos pelotas:

- Pero, no te enfades. 

"Qué lástima que no lo haya en emoticono, que sino, te lanzaba todo mi dedo corazón, que es lo único que vas a recibir", piensas. Claro, lo piensas porque para qué lo vas a decir. Sale surfeando en su foto de perfil. Hace surf. Es el amor de mi vida. 

¡Y una ****!


Es uno más, de esos que se cree que sabe lo que quiere pero que no puede decidirse entre una caña y un tercio. Es uno de esos que ha visto un bache en la carretera y ha decidido dar la vuelta. El mundo está lleno de poco valientes, y tú te acabas de topar con uno. 

Tanto que sí, que no, no es sano. Diviértete, vive tu vida, y cambia el final del cuento, que Blancanieves solo tenía una indigestión y la Bella Durmiente la tensión baja. 

martes, 7 de enero de 2014

De la teoría a la práctica


Lo de que te den un buen consejo es una suerte. Tener amigos que sepan qué decirte en el momento apropiado resulta todo un lujo. Pero, ¡qué difícil es pasar de la teoría a la práctica! Sobre todo en cuestiones del corazón.

Os cuento. Típica bronca. Típica en nosotros, porque en otros sería el principio del apocalipsis. Pero supongo que así somos, caóticos e incoherentes pero también apasionados y enamorados. O así es cómo yo lo veo. Porque lo que está claro es que aunque miremos lo mismo, no siempre lo vamos a ver igual. 



A lo que iba. Me dice una amiga que le haga caso a la razón, pero parece que hablamos idiomas diferentes, porque nunca consigo entenderla del todo. Me dice que vaya por un camino y voy yo y tomo otro, y me equivoco, y me cuesta horrores levantarme. Pero me levanto y sigo sin hacerle ni puto caso a esa que se llama razón y, como su propio nombre indica, parece saber siempre por dónde ir. 

Y es que sigo sin saber por qué tengo que pensar antes de actuar. 

En el fondo nos gusta ser un poco animales. Actuar por instinto. Pensar menos e intervenir más. ¿Acabaremos devorados y nuestros huesos repartidos por la sabana del Serengeti? Probablemente. 



Y es que te dan consejos. Te ponen manuales enteros de teoría encima de la mesa y tú tienes dónde elegir. Cuando despiertas del letargo que produce escuchar una tras otras las lecciones de vida, te das cuenta de que no vas a hacer ni lo uno ni lo otro. Que no te da la gana. Que prefieres ir pisando ascuas si crees que después hay una playa de arena blanca y agua transparente. 

Pero te estás volviendo a equivocar. Ves lo bello de las personas y poco a poco, a medida que te acercas, te van dando más por saco. Hasta que sobrepasas el umbral del dolor. Y duele. 



Y entonces te vuelven a dar consejos. Te aconsejan, no coaccionan. La coacción es una cosa muy fea que te hace parecer más un policía que un amigo. No nos engañemos. Ninguno hacemos caso. A lo mejor, a la larga, acabas pensando que tendrías que haberlo hecho. Y siempre hay alguno que te suelta aquella majestuosidad de "te lo dije"

Sí, sí, me lo dijiste y no te he hecho ni puto caso porque, ¿y si te equivocabas? Te hubiera culpado toda la vida. Pero, por norma general quien te aconseja no se equivoca. Tiende a tener razón, simplemente porque lo mira de forma objetiva y deja los sentimientos fuera de escena. Pero como no le vas a hacer ni caso, ¿qué mas da?




Ajá! Son los malditos y puñeteros sentimientos los que nos impiden tomar el camino correcto. Bueno, correcto. Si lo reflexionamos cual filósofo experimentado, nos preguntaremos quién establece qué es lo correcto

Vamos a ver, en una pelea. Estás hasta las narices de discutir, porque después de una tras otra te aburres, bostezas y se te taponan los oídos con tal de no seguir escuchando tonterías. Y yo me pregunto ahora: ¿Cuándo es el momento de parar?

Hagamos caso a mi amiga. Utilicemos la razón. Silencio, está hablando. No. Nada. Yo no oigo nada. Ah sí. Puerta. Sí, ese es el camino que la razón siempre te señala con luces de neón. Exit. Salida.


La razón tiende a aconsejarnos que despachemos todo lo que no nos hace bien. Pero seguimos andando sobre ascuas, pensando que se tendrán que enfriar en algún momento. Queremos mantener ciertas cosas, a ciertas personas, ciertos elementos. ¿No deberíamos? También. Pero los consejos se toman o no, y eres tú quién decide qué hacer con ellos. 

lunes, 30 de diciembre de 2013

Soy lo que te está pasando y no te volverá a pasar

Lo de las rupturas es algo complicado. No es fácil ni para el que rompe ni para el que rompen. Y es que, todos los amores acaban en tragedia, pero algunas tragedias las provocas y otras te vienen solas. Y así es el cuento. Por algo se llama ruptura, ¿no? 

Tiritas pa' este corazón partio', decía uno que yo me sé. Qué tiritas ni qué tiritas. Las rupturas de verdad, las que vienen después de una larga conversación, necesitan escayola, sedante y un tiempo en la Unidad de Cuidados Intensivos.


Me lo dijo una amiga y no puedo no darle la razón. Las rupturas, las de verdad, las que pinchan, duelen y escuecen, no son producto de una bronca. El se ha terminado post-discusión no vale una mierda, no existe, son letras formando palabras, nada más. 

En cambio, cuando la conversación viene antecedida por un tenemos que hablar, agárrate a lo que puedas, se avecinan turbulencias. 

Y es que hay algunos con un morro...


"No eres tú, soy yo". Claro que eres tú. Encima pretendes que me sienta culpable. ¿Culpable de qué? ¿De darte todo lo que tengo y todo lo que soy, de que vengas como el Ratoncito Pérez y Papá Noel, llevándote mi sonrisa y todo lo que hay en mi despensa, para dejarme qué? Tropecientas promesas sin cumplir, un saco lleno de regalos que ni quiero ni pretendo conservar y una lista inmensa de recuerdos que tú pareces haber olvidado, pero que te empeñas en grabar a fuego con cada paso en falso que das. 

Por supuesto que eres tú. 
Eres tú el que promete tanto para luego nada, el que se ha aburrido y prefiere ir detrás de quién sabe qué o quién. Pues olé por ti y que te aproveche. Que no se te olvide que por muy apetecibles, ciertas golosinas acaban sentando mal. Y tu te vas a indigestar de tanto ego, tanto orgullo y tanta mediocridad.


"Sin ti no puedo vivir, pero..." ¿Pero qué? A otra con tus cuentos. Sin mí no, pero. Pues si sin mí no puedes vivir, entonces que Dios te acoja en su gloria, porque vas directo a la tumba y por petición propia. O eso o que te estás escondiendo detrás de un amor que ni sientes ni padeces para no quedar como el malo de la película.

Porque esa es otra. ¿Cómo repartimos los amigos? En las rupturas siempre está la parte mala y la parte víctima. El látigo y el cuerpo. La sal y la herida. Y da igual cuántas vueltas des a la tortilla. Es así y punto. 

Si te dejan, te toca llorar, lamentarte mirando fotografías y escuchar la canción de turno hasta que te sangren los oídos, y después de una semana sin lavarte el pelo, amanecer un día, mirar al sol como si fuera el primer día de verano, quitarte la mugre y las penas y avanzar. 


Pero la mejor, la que se lleva el Óscar a la mejor interpretación es cuando saben que se van a arrepentir. Tal cual. Palabras textuales. No bonito, no. Si sabes que te vas a arrepentir no sigas adelante. Soy lo que te está pasando y no te volverá a pasar. Te estás arriesgando y te digo yo cómo vas a acabar: con una mano delante y otra detrás. Este tren solo pasa una vez y a ti te da por dejarme marchar. Pues me voy. Tú lo has querido. 

Egoísmo puro y duro, señores. Ahora no te quiero pero por si acaso mañana sí, no cierres puertas. ¿Qué no? Una tras otra, a cal y canto, con cerrojos, pestillos y alarma de seguridad por si algún día intentas volver a colarte por mi ventana que alguien me avise para cercar mi vida con minas anti-persona. Anti-tú. 

Y es que contigo es como dar margaritas a los cerdos. Y, como dice ese que yo me sé, la margarita dijo no. Y no es que no. 


viernes, 27 de diciembre de 2013

Yo lo que quiero es no tener que perder

Todo eso de las ausencias lo llevo fatal. Sigo sin entender -y mira que me lo han intentado explicar, por activa y por pasiva- por qué un día nos despertamos y lo que conocemos ya no está. 

Para ganar tenemos que perder. Eso es lo que me responden. Mentira. Yo quiero ganar sin perder, mantenerme como hoy. Hoy, mañana y dentro de una semana. Perdemos algo, y ganamos el vacío que deja. 

Y olé tus cojones. Te quedas más ancho que largo. 



Yo no soy de esas que se conforman con la explicación básica. 1 + 1 pueden ser algo más que 2, y sino que se lo digan a Fran Perea, que ya nos intentó convencer... Y, ¿quién te lo iba a decir, Fran? Que harías una serie con un final memorable por su ridiculez y que conseguirías que me planteara por qué 1 y 1 no son 2. 

En esta vida estamos hechos para sumar. No para que nos resten. Nos casamos, sumamos. Tenemos hijos, sumamos. Nietos, sumamos todavía más. Y de repente, a alguien le da por pensar que ya hay suficientes como tú y que es momento de cambiar los esquemas. 

Y van, y te restan. Te quitan algo o te quitan de alguien. Y lo que no se dan cuenta es que te están sumando un vacío terriblemente cruel, porque ni Fran Perea con sus canciones, ni todo el turrón del mundo, ni todas las películas de Solo en Casa, pueden llenar.


Y a la mierda con las sumas, las restas y hasta las divisiones logarítmicas, que ni siquiera sé si existen, pero discúlpenme, soy de letras. 

No podemos vivir alejados del mundo. Y eso tiene un alto precio. Que sí, que conoces gente, que hay gente que se va y otra que se queda, que de repente aparece más gente y afloran los sentimientos y por un segundo piensas en la ausencia de cualquiera de esas personas y lo ves tan imposible como que lluevan cerdos. Pero un día el avión que transportaba toda la ganadería porcina europea sufre un colapso y ricas patas de jamón caen a diestro y siniestro. Y pierdes. 



Y así de fácil. Pierdes y te dicen que sigas adelante, que la vida sigue y que tienes que pasar página. Pues oiga usted, no me da la gana. Quiero quedarme en la página en la que estaba antes de que llovieran cerdos y me quitaran lo que nunca pensé que me quitarían. Y me quiero quedar aquí hasta el final de los tiempos y amén. 

Pero no, amiguitos. La vida está hecha para vivirla, y pase lo que pase tienes que vivir. Esas son las normas. Ni meterte en la cama a las seis de la tarde para intentar que el edredón se lleve el dolor, ni llorar hasta rozar la deshidratación, ni gritar, ni patalear. La vida te suma y después te resta.


Y ahí estás tú, mirando al infinito, buscando un horizonte donde todo tenga un sentido y con un cráter en tu interior con el que tendrás que vivir el resto de tu existencia, hasta que seas tú el que deje ese vacío. 

Y así es como debemos vivir. Sabiendo que lo que hoy está es bastante probable que mañana no esté. Atando lazos para que se rompan después. 

Pues a mí no me da la real gana. Lo que quiero lo quiero siempre. Y ese es mi propósito para el 2014: ganar sin tener que perder.