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sábado, 11 de enero de 2014

Tanto que sí, que no

Vamos a ver. Viernes noche. Es así. Sales de fiesta con tus amigas, todo parece una noche normal, de esas que bebes mucho, te ríes todavía más, subes fotos a instagram de las cuales no te vas a acordar al día siguiente y ligas

Sí, sí. Ligas. Chica, eres joven, date un garbeo

Y, ahí está, le viste nada más entrar pidiéndose el que sería su cuarto gin-tonic de la noche. Está en la barra, por lo que entra dentro de nuestra categoría de amores de barra


Coincidencias de la vida es amigo de un amigo. El mundo es un pañuelo y acabas de conocer al moquete de turno. Vas bebida pero todavía no rozas la ridiculez. Bien, bien, vamos bien. Bailas. Te invita a tu tercera copa y a su quinto gin-tonic. 

Os salís fuera a fumaros un cigarro. Te deja su chaqueta porque hace un frío de espanto. (¡Olé la Ley Antitabaco!). Otra copa más y tus amigas ya están dándote la lata porque te has pasado toda la noche colgada al cuello de ese ser que bien podría haber salido de Pasión de Gavilanes. 

Y en cuanto ve que llega el inminente final, te besa. Y qué bien sienta, ¿verdad? Te vas contentita a casa y él con los morros colorados. Marca de la casa. 


Y te vas a dormir tan tranquila. Feliz porque se ha quedado con tu teléfono pero llevas tanto alcohol en sangre que caes rendida nada más aterrizar en tu cama. 

Y a la mañana siguiente... ¡Sorpresa! Un whatsapp. (Sí, ya no se mandan cartas, es una pena). 

- ¿Qué tal? ¿Mucha resaca?

Venga. Tú. El corazón late a mil revoluciones por minuto. Este sí que sí, piensas como si fueras nueva en esto. ¿Este sí que sí qué? ¿Te vas a casar con él, vaís a tener tres churumbeles y los domingos iréis a comer a casa de los suegros? No bonita no te confundas. O por lo menos no te adelantes. Has pasado una noche con él, te ha dado un beso que supo bien pero a poco. Y punto. No corras. 

- Hola. Nada de resaca, ¿tú?


En línea. No contesta. Y así estás tú, con una resaca del demonio esperando a que tu gavilán se digne a contestar. Después de lo que parece una hora en línea (¡Hay que ver que mal ha hecho el wuasap a este mundo!) decides olvidarte, te duchas, comes, comentas la noche con tus amigas y a otra cosa, mariposa. 

Tres, cuatro y cinco horas más tarde...

- ¿Qué plan tienes hoy?

Y vas tú, tonta, y contestas.

- No sé todavía.

Sé mala, no le preguntes. 


- ¿Te apetece ir a tomar una cerveza?

No, más alcohol no, por Dios. 

- Venga, vale.

Y a medida que avanza el número de cervezas ingeridas se incrementa el número de palabras. Es directamente proporcional. Una cerveza, monosílados. Tres cervezas, voy a comer panchitos porque sino no me voy a callar jamás. 


Te has reído. El chico te ha llegado bien. Te deja en casa y te vuelve a dar un beso. De esos tiernos, casto, nada baboso y hasta romántico. Si fueras un emoticono te saldrían corazones por los ojos. Y mira que eres tonta...

- Te prometo que mañana te llamo

Vale nene, ya la has cagao. Te prometo dice. Empieza a reírte ahora porque mañana las vas a pasar canutas como le creas. Porque, como es normal y como tendrías que haber aprendido a estas alturas de la película: no te va a llamar, si eso, un wuasap, si eso. 

Y así te quedas, con cara de tonta. Mirando el móvil cada tres segundos, no vaya a ser que se paralice el sistema de telecomunicaciones y te quedes sin cobertura justo cuando te está llamando, le salté el buzón y adiós muy buenas.


Y te preguntas qué ha podido pasar, si comiste demasiados cacahuetes o bebiste demasiadas cervezas, si ibas demasiado informal o si la noche le confunde y se esperaba a otra. No te comas la cabeza. Ni lo uno ni lo otro. Has sido perfecta. Has sido cordial. Simplemente, él no era para ti. 

Y después de la psicosis que te entra durante una semana repasando todos y cada uno de los minutos del plan (es que a mí lo de cita me suena a película americana, y esto es la vida real), después de leer y reeler los escasos mensajes y después de que tu mano adopte la forma del teléfono de tanto sostenerlo esperando una señal del cielo, entras en razón. 


Pero va el c****** y el viernes te escribe. Claro, es viernes. Se habrá tomado sus cinco gin-tonics y querrá mambo. Y va y cuando sacas todo tu demonio interior te suelta, con dos pelotas:

- Pero, no te enfades. 

"Qué lástima que no lo haya en emoticono, que sino, te lanzaba todo mi dedo corazón, que es lo único que vas a recibir", piensas. Claro, lo piensas porque para qué lo vas a decir. Sale surfeando en su foto de perfil. Hace surf. Es el amor de mi vida. 

¡Y una ****!


Es uno más, de esos que se cree que sabe lo que quiere pero que no puede decidirse entre una caña y un tercio. Es uno de esos que ha visto un bache en la carretera y ha decidido dar la vuelta. El mundo está lleno de poco valientes, y tú te acabas de topar con uno. 

Tanto que sí, que no, no es sano. Diviértete, vive tu vida, y cambia el final del cuento, que Blancanieves solo tenía una indigestión y la Bella Durmiente la tensión baja. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Ellos, también

Avisan constantemente de los efectos nocivos del alcohol. Enumeran una serie de consecuencias y muestran anuncios repulsivos, repugnantes y asquerosos en los que una joven vomita a su señor padre. Una cosa que desagrada al que lo ve y al que lo piensa. Te avisan del dolor de cabeza del día después, de la no-consciencia de tus actos, y de un puñado de efectos más que todos conocemos de sombra. Algunos más, otros un poquito menos.



Pero de lo que nadie te avisa es de los hombres borrachos. Debería existir un cartel luminoso, como el de la Gran Vía madrileña, que te advirtiera de dónde están los hombres bebidos. Nos avisan que la ingesta de bebidas alcohólicas es perjudicial para la salud, pero nadie dice nada de las tremebundas consecuencias que tiene para las relaciones. 

El alcohol y el coche, malo; el alcohol y el amor, peor todavía.


Generalmente, ellos se enfadan poco. Suelen hacerlo como consecuencia de nuestros enfados (véase entrada anterior), o por celos (cosa estupenda y devastadora a su vez de la que algún día escribiré un par de párrafos), o tal vez se cabrean (porque ellos no se enfadan, se cabrean) por que en su fuero interno hay un niño mimado y caprichoso que lo quiere todo y lo quiere ya. 

Ellos se enfadan poco. Pero cuando beben, chicas, alejaros. Ellos no vomitan padres, vomitan palabras que deberían quedarse encerradas en el cajón de las tonterías. Todo en nosotras les parece mal. Si el vestido es muy corto porque tienes intención de camelarte a cuanto macho veas por la calle. Si es muy apretado, tres cuartos de lo mismo. Si bailas, ea, también. 


Cuando el alcohol corre libremente por sus venas de machito, se vuelven celosos, caprichosos y sus enfados -absurdos, ridículos e infantiles- duran más allá de la resaca. 

Ante estas situaciones, mujeres modernas, poco se puede hacer. Las hay que optan por el "modo avestruz": te vas a emborrachar como si no hubiera mañana, fantástico, yo no quiero ni verte. Opción muy sabia si la confianza es extrema -sino la relación está condenada al fracaso, ya te aviso-. Pero, ¡ojo! El teléfono también puede resultarle útil en su afán de tocarte las narices. Pasa del whatsapp, lo carga el diablo. 


Otras, se inclinan más por el "si no puedes con el enemigo, únete a él". Por cada copa que Él se bebe, tu subes dos. Al ver tu ritmo acelerado y tu cara bastante más decelerada, Él parará. Conseguirás tu objetivo, pero de regalo una encantadora resaca.


Hay un millón y pico de opciones más. Todas ellas igual de desastrosas. La más recomendable es la de "vive y deja vivir". Es simple. Una charlita previa al consumo de la primera copa. Se fijan los puntos a tratar y voilà! Tú bailas y bebes, él bebe e intenta bailar, ambos estáis moving y dejas de agobiarte. Si su mente ebria decide intervenir, se corta la conversación con un tierno beso y a seguir moviendo el trasero al ritmo de la música. Normalmente funciona. 

Eso sí... Normalmente...