Últimamente no he tenido tiempo para nada. Excepto para pensar. Para darle al coco siempre hay tiempo. He estado dándole vueltas a la idea del amor, pero de un amor diferente. Nada romántico ni novelesco, ni de cantares de gesta ni de Romeos y Julietas.
El amor por uno mismo.
Sí, ese es el que realmente vale.
Mis amigas dicen de mí que me quiero demasiado a mí misma. Lo dicen de una forma cariñosa, nada despectiva y de ninguna forma tachándome de egoísta. Quererse a uno mismo no es malo, porque, ¿si tú no te quieres, quién te va a querer?
El adentrarse en los abismos de la personalidad propia fue algo que aprendí de un regalo. Se pueden aprender muchas cosas de lo que otros nos dan. En este caso, fue un libro: "El camino del amor", de Eva Mengual. Fue un regalo que me hizo Silvia, de la editorial Comanegra. Todo hay que decirlo, fue una gran sorpresa. Ella encontró a Salem y quiso ser parte de este proyecto.
Y voilà, me hizo este regalo.
Es un libro cortito, de esos que te lees antes de dormir y que antes de cerrar los ojos ya lo has terminado. Pero en sus pocas páginas tiene mucho que contar. Y habla precisamente de esto: del amor por uno mismo.
Quererse no es ser egoísta ni desconsiderado. No es renunciar a los complejos ni alardear de virtudes. Quererse es admirarse, estar orgulloso de quién uno es y aceptarse, con todo el paquete de defectos y virtudes.
Llevo días intentando introducir esto en la cabeza de una persona. Ya os dije que los consejos son voluntarios, se toman o se dejan, y desde luego lo de coaccionar no va conmigo. Pero si que creo que para valorar a alguien hay que aprender a valorarse a uno mismo. Y para querer, tres cuartos de lo mismo.
Creo que no hay dos personas iguales, pero que no somos tan diferentes. Que los defectos de unos pueden convertirse en virtudes en los ojos de otros.
Creo que para volar no hacen falta alas, ni para soñar, estar dormido. Creo que a veces es necesario cambiar la perspectiva porque la cumbre puede estar al alcance de tu mano.
Creo que si quieres, puedes. Creo que no querer dormir solo no es lo mismo que querer dormir acompañado. Creo que el amor puede estar bien pero si sabes cómo usarlo.
Creo que la vida consiste en pasárselo bien y en encontrar el lado bueno de las cosas. Creo que la satisfacción personal vale todo el esfuerzo.
Creo que cada día podemos ser más felices que el día anterior. Creo que recorrer el camino acompañado es más fácil que hacerlo en solitario y que las cuesta arriba también son cuesta abajo.
Creo que lo imposible deja de ser posible cuando te niegas a reaccionar. Creo que las quejas no son más que la materialización de nuestra inconformidad.
Creo que la actitud es todo y que sin ella, no somos nada. Creo que hay que creer en uno mismo antes de creer en nada más.
Creo que ya puedo decir que te quiero porque he aprendido a quererme.
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miércoles, 26 de marzo de 2014
miércoles, 25 de diciembre de 2013
Yo para ser feliz quiero un camión
He estado pensando detenida -y terriblemente- sobre qué escribir. No me apetece hacer un post ni deseando felices fiestas, ni Feliz Navidad, ni ninguno de esos tópicos que nacen ahora en pleno mes de diciembre.
Seamos realistas, para muchos no serán ni fiestas ni felices. Aunque sea Navidad y la gente prepare una mesa repleta de manjares (¡Qué festín, qué festín, qué festín!), todavía hay quien no tiene para comer, hay quien ha perdido su trabajo o para quien estas fechas no son más que el recordatorio de una ausencia.
Ni soy el espíritu navideño en persona ni el Grinch. Ni tanto ni tan poco. Soy realista. La felicidad no solo tiene que estar presente ahora, sino siempre. Cada aspecto de nuestra vida debemos intentar aderezarlo con una pizca de felicidad (y se nos va la mano, mejor). Sea cual sea la estación o el día del año.
Ea. Fin. Hasta aquí mi mensaje navideño.
Después de pensar en lo que significa la Navidad, me he puesto a pensar en la felicidad. Ese ente extraño, que se busca, que apenas se entiende pero que se persigue. Del estilo del anillo de Frodo pero sin su lado maligno. La felicidad como fin humano, emocional, sentimental y hasta filosófico. ¿Qué pensador que se precie no ha mencionado la felicidad?
Hace tiempo me dijeron -alguien excesivamente sabio, seguro- que o eres feliz o no lo eres. Sin más. Sin términos medios ni vasos medio llenos o medios vacíos. O si o no. Dentro de tu estatus, puedes tener un porcentaje mayor de felicidad, dependiendo del momento. Pero, básicamente, el que es feliz, lo será siempre. Y viceversa.
Lo de decir infeliz me suena más a insulto malintencionado que a otra cosa. Prefiero eso de o eres feliz o no lo eres.
Y al carajo con la negatividad.
Tengo la firme convicción de que hay más seres felices, que el porcentaje está algo así como 80%-20% a favor de los sonrientes. Y es que sí hay algo que diferencie a este grupo, es su sonrisa. Cuando ves a alguien sonreír, enseñando sus dientes -aunque tengan un tono más tirando a veige por el café o los cigarrillos-, esa persona no puede no ser feliz.
Tendrá sus momentos de bajón, de bajada en la escala de la felicidad. Pero quien tiene motivos para ser feliz, amigos, lo será siempre. Y luego están los que no.
Siento una pena terrible por los seres que van de felices pero luego no lo son. No creo que ni siquiera sepan en qué punto de la escala están, ni que están en números negativos y que sus intentos por ser felices son los más equivocados.
Los que no pero creen que sí, que raza más apestosa. Son las malas personas, las que se deleitan con el sufrimiento ajeno, las que ven en los demás el fruto de su felicidad -cuando el origen de la felicidad debe estar en uno mismo-. Dependiendo de los males ajenos se sentirán más o menos felices, o eso creerán, porque ni se sentirán ni serán más felices.
La felicidad está en las pequeñas cosas, y bendito fue el ser humano que así lo quiso. Una canción, una sonrisa, un mensaje con emoticono incluido -que ahora está muy de moda-... Hay quien es feliz con tan poco, que esa felicidad se contagia.
La felicidad está en una sopa de fideos frente a la chimenea y en un gazpacho mirando al mar. En una ducha caliente y en el primer baño de agua salada. La felicidad está en una Coca Cola con amigas y en un gol en el último minuto. En el primer día de verano y en el último de invierno.
La felicidad puede estar en un resultado negativo y en un "todo ha ido bien". En las personas que te quieren y quererlas de vuelta. Está en despertarse y ver que todavía puedes dormir varias horas más. Está en September de Earth Wind & Fire.
Seamos realistas, para muchos no serán ni fiestas ni felices. Aunque sea Navidad y la gente prepare una mesa repleta de manjares (¡Qué festín, qué festín, qué festín!), todavía hay quien no tiene para comer, hay quien ha perdido su trabajo o para quien estas fechas no son más que el recordatorio de una ausencia.
Ni soy el espíritu navideño en persona ni el Grinch. Ni tanto ni tan poco. Soy realista. La felicidad no solo tiene que estar presente ahora, sino siempre. Cada aspecto de nuestra vida debemos intentar aderezarlo con una pizca de felicidad (y se nos va la mano, mejor). Sea cual sea la estación o el día del año.
Ea. Fin. Hasta aquí mi mensaje navideño.
Después de pensar en lo que significa la Navidad, me he puesto a pensar en la felicidad. Ese ente extraño, que se busca, que apenas se entiende pero que se persigue. Del estilo del anillo de Frodo pero sin su lado maligno. La felicidad como fin humano, emocional, sentimental y hasta filosófico. ¿Qué pensador que se precie no ha mencionado la felicidad?
Hace tiempo me dijeron -alguien excesivamente sabio, seguro- que o eres feliz o no lo eres. Sin más. Sin términos medios ni vasos medio llenos o medios vacíos. O si o no. Dentro de tu estatus, puedes tener un porcentaje mayor de felicidad, dependiendo del momento. Pero, básicamente, el que es feliz, lo será siempre. Y viceversa.
Lo de decir infeliz me suena más a insulto malintencionado que a otra cosa. Prefiero eso de o eres feliz o no lo eres.
Y al carajo con la negatividad.
Tengo la firme convicción de que hay más seres felices, que el porcentaje está algo así como 80%-20% a favor de los sonrientes. Y es que sí hay algo que diferencie a este grupo, es su sonrisa. Cuando ves a alguien sonreír, enseñando sus dientes -aunque tengan un tono más tirando a veige por el café o los cigarrillos-, esa persona no puede no ser feliz.
Tendrá sus momentos de bajón, de bajada en la escala de la felicidad. Pero quien tiene motivos para ser feliz, amigos, lo será siempre. Y luego están los que no.
Siento una pena terrible por los seres que van de felices pero luego no lo son. No creo que ni siquiera sepan en qué punto de la escala están, ni que están en números negativos y que sus intentos por ser felices son los más equivocados.
Los que no pero creen que sí, que raza más apestosa. Son las malas personas, las que se deleitan con el sufrimiento ajeno, las que ven en los demás el fruto de su felicidad -cuando el origen de la felicidad debe estar en uno mismo-. Dependiendo de los males ajenos se sentirán más o menos felices, o eso creerán, porque ni se sentirán ni serán más felices.
La felicidad está en las pequeñas cosas, y bendito fue el ser humano que así lo quiso. Una canción, una sonrisa, un mensaje con emoticono incluido -que ahora está muy de moda-... Hay quien es feliz con tan poco, que esa felicidad se contagia.
La felicidad puede estar en un resultado negativo y en un "todo ha ido bien". En las personas que te quieren y quererlas de vuelta. Está en despertarse y ver que todavía puedes dormir varias horas más. Está en September de Earth Wind & Fire.
La felicidad está en pasar el domingo en pijama y en que llegue la hora de irte a casa. Está en un atardecer mediterráneo y en la primera sangría de la temporada. En melón con jamón y en carne asada con puré de patata.
La felicidad está en pasar las Navidades en familia y en ataques de risas. En los recuerdos de antaño y en los sueños de futuro. En verle volver a la vida cada mañana.
La felicidad está donde tú quieras que esté. Solo tienes que descubrirla.
viernes, 6 de diciembre de 2013
De ladridos va la cosa
Me he acordado hoy de aquello que me sucedía cuando iba con mi madre andando por la calle y se cruzaba un perro. Cuando eres pequeño, no solo de edad, sino de tamaño, cualquier bicho de cuatro patas se asemeja más a un Tyrannosaurius Rex (T-Rex para los amigos) que a cualquier otra cosa. Yo era de esas que veía un perro y me escondía tras las faldas de mi madre (faldas, faldas no, mi madre siempre ha sido mujer de pantalones). "Tiene más miedo de ti que tú de él", me decía. Ingenua yo, respondía siempre: "¿Y por qué me ladra entonces?"
Ella no sabía responder. Ahora, con unos añitos de más y algo de perspicacia de menos, me he dado cuenta que no solo los perros ladran cuando tienen miedo. Nosotros también. Cuando algo nos aterra o nos infunde cierto respeto tendemos a ladrar. A atacar con todas nuestras fuerzas.
Supongo que es una forma de defendernos. "La mejor defensa es un buen ataque", dicen por ahí. Algún chino, seguro. Ahora son todo proverbios chinos.
En fin. Atacamos. Tal cual. Tenemos miedo a lo desconocido, nos armamos hasta los dientes con lo que sea que encontramos por casa y nos lanzamos al vacío. Lo mismo pasa con las personas. Cuando nos adentramos en el inexplorado mundo de las relaciones no lo hacemos sin defensa alguna. Chaleco salvavidas, balas de fogueo, bengalas, radiobaliza y hasta botiquín. Todo y más.
Nos protegemos detrás de una armadura medieval antes de comenzar cualquier relación. Sea del tipo que sea. For example. A la hora de trabajar algunas personas se enfundan los tacones para sentir que viendo el mundo desde arriba tienen cierta ventaja. Otros, a falta de tacones se esconden tras monturas de culo de vaso que les hacen sentir más como Clark Kent que como Pepito Pérez. (Todo eso está muy bien. Pero al final vas a seguir siendo Pepito Pérez, con o sin gafas)
Ladramos. Constantemente. Lo peor es cuando dejamos de ladrar en soledad y empezamos a hacerlo en compañía, dirigiendo nuestros guau y nuestros ruf hacia otro ser pensante. Generalmente (más general que mente), nuestros ladridos impactan en aquellas personas a las que queremos.
Es así. Cuanto más quieres, más ladras. Y ladras porque, de nuevo, tienes miedo. En otras palabras: estas cagao. Querer no es fácil, de eso ya hemos hablado. La parte más difícil llega cuando dejas de ser Miss Independent y te conviertes en No sin mi... lo que sea.
Hay personas que viven bajo el lema: "Mejor prevenir que curar", pero lo que no saben es que siempre, siempre, acabas curando.
Todo lo bueno tiene su parte mala. Tomarte un caramelo calma tu ansia de azúcar, pero tiene como consecuencia la alta probabilidad de tener caries. Así con todo. En serio. Amar tiene su parte increíblemente buena. Alguien con quien compartes la pasta de dientes (lo del cepillo va más en la línea de "la confianza da asco"), con quien compartes tus emociones, tus mejores historias, horas de avión y ratos de sueño.
Pero como pasa también con el devenir de los días, llega la tormenta. El cielo nos regala rayos y truenos y nosotros, cuando llegan los problemas, ladramos, rebuznamos y rugimos. All at once. Todo en uno. A ninguno nos gusta que las cosas no vayan en la dirección que queremos, pero muchas veces, en los desvíos se esconden las mejores historias; igual que, si sois fuertes, después de las peleas, vendrá la mejor parte: las reconciliaciones.
Ladramos. Constantemente. Lo peor es cuando dejamos de ladrar en soledad y empezamos a hacerlo en compañía, dirigiendo nuestros guau y nuestros ruf hacia otro ser pensante. Generalmente (más general que mente), nuestros ladridos impactan en aquellas personas a las que queremos.
Es así. Cuanto más quieres, más ladras. Y ladras porque, de nuevo, tienes miedo. En otras palabras: estas cagao. Querer no es fácil, de eso ya hemos hablado. La parte más difícil llega cuando dejas de ser Miss Independent y te conviertes en No sin mi... lo que sea.
Hay personas que viven bajo el lema: "Mejor prevenir que curar", pero lo que no saben es que siempre, siempre, acabas curando.
Todo lo bueno tiene su parte mala. Tomarte un caramelo calma tu ansia de azúcar, pero tiene como consecuencia la alta probabilidad de tener caries. Así con todo. En serio. Amar tiene su parte increíblemente buena. Alguien con quien compartes la pasta de dientes (lo del cepillo va más en la línea de "la confianza da asco"), con quien compartes tus emociones, tus mejores historias, horas de avión y ratos de sueño.
Pero como pasa también con el devenir de los días, llega la tormenta. El cielo nos regala rayos y truenos y nosotros, cuando llegan los problemas, ladramos, rebuznamos y rugimos. All at once. Todo en uno. A ninguno nos gusta que las cosas no vayan en la dirección que queremos, pero muchas veces, en los desvíos se esconden las mejores historias; igual que, si sois fuertes, después de las peleas, vendrá la mejor parte: las reconciliaciones.
viernes, 22 de noviembre de 2013
Romeo y Julieta sí son de este planeta
Ya no se escriben cartas de amor. Ni se mandan ni se piensan. Ni siquiera se escribe nada. Nos hemos emoticonizado. Nos hemos olvidado de las palabras, de lo bonito que es un te quiero escrito sobre papel, y lo hemos sustituido por un bichejo amarillo con corazones en vez de ojos. Muy romántico no es.
Ya no decimos lo que sentimos, preferimos tirar de emoticono y allá el otro con la interpretación. ¡Uy como te confundas y en vez de un corazón pongas una caca con ojos!
Eso no es vida, señores. Los sentimientos hay que sentirlos primero y transmitirlos después. Como hacían antes. No sé si nos hemos olvidado de sentir o de transmitir. Espero que sea lo segundo.
Ahora las cartas solo se escriben y se reciben cuando uno de los dos viste de verde camuflaje y se encuentra en territorio hostil. O, en su defecto, si se llama John.
De igual forma, antes los amores molaban más.
Si os fijáis en los grandes amores de la historia, todos acaban en tragedia: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Lennon y Yoko Ono, Jack y Rose, Cleopatra y Marco Antonio, Noa y Alli, Kiko Rivera y Jessica Bueno... Ni siquiera Humphrey Bogart e Ingrid Bergman acabaron bien. Ella se fue y él se quedó ahí, plantado, mirando como la mujer de su vida se marchaba. Una tragedia.
Los grandes amores acaban en tragedia. Vale. Entendido. Si quieres vivir una gran historia de amor, vívela, pero nada ni nadie te aseguran un final feliz. Eso sí, te vas a encontrar con un final de película, pero de Hollywood, no de Disney.
¿O no?
Quiero hablaros de una pareja, de mi pareja favorita. Mi tragedia favorita. Su historia bien podría estar nominada al Óscar a mejor guión, mejor interpretación masculina y hasta mejor banda sonora. Todo el pack.
Pero no.
Ellos son reales. Reales como la vida misma, como la pantalla que tienes ante ti y como tú mismo. Quizá más. ¿Sabes? Siempre fueron mi pareja preferida. Eran de esos que discutir les veía siempre, y besarse más bien poco. Pero preferían antes el "contigo" que el "sin ti".
Quienes les conocen dicen que es la historia interminable. Pase lo que pase siguen ahí. Y a mí, de verdad, que me tiene alucinada. Empezaron mal, desconfiando el uno del otro, con gritos y whatsapps de esos infernales que deberían estar censurados. Pero se quieren... ¡Válgame Dios si estos dos se quieren!
¿Sabéis cuando ves a dos personas mirarse de tal forma que parece que no existe nada a su alrededor? Sí no lo sabéis es porque todavía no les conocéis. Eso está claro.
Yo les conocí una noche de verano.
Ella era de esas tías listas que canta en el coche a todo tren y que sabe más por lo que ha visto que por lo que ha vivido. Él había visto mundo, un mundo que luego pondría a sus pies. Desde Kenia hasta San Francisco. Ella era un ángel, un sol, y todas las cosas buenas que se podrían ser. Él, lo que tenía de bueno lo tenía de loco. Era una locura de las buenas, de las que achispan la vida y sazonan el alma.
Él se conocía todos sus pijamas, pero no por dormir con ella, sino por visitarla en mitad de la noche. Ella sabía como hacerle feliz. Y cuánto más feliz era él, más feliz era ella. Se miraban como nunca he visto a nadie mirarse. Tenían la seguridad de saber que ninguno de ellos soltaría la mano del otro. Complicidad absoluta.
Les pregunté una vez cuáles eran sus planes. No supieron responderme. Simplemente se miraron, sonrieron y callaron. En ese momento entendí que el futuro no importaba, mientras que estuvieran juntos. Por algo dicen eso de que para Adán, el paraíso era donde estuviera Eva.
Él sí escribía cartas. Y ellas sí las leía. Las guardaba en la mesilla de noche, dentro de un sobre con su nombre. Cuando le pregunté por qué ahí, me dijo que lo que guardamos en la mesilla nos identifica.
No sé dónde estarán ahora ni qué estarán haciendo. Ser felices, espero. Tampoco sé hasta dónde llegarán, si se casarán, tendrán hijos, nietos y tumba compartida. Lo que sí sé es que vivir una tragedia así merece la pena.
Ya no decimos lo que sentimos, preferimos tirar de emoticono y allá el otro con la interpretación. ¡Uy como te confundas y en vez de un corazón pongas una caca con ojos!
Eso no es vida, señores. Los sentimientos hay que sentirlos primero y transmitirlos después. Como hacían antes. No sé si nos hemos olvidado de sentir o de transmitir. Espero que sea lo segundo.
Ahora las cartas solo se escriben y se reciben cuando uno de los dos viste de verde camuflaje y se encuentra en territorio hostil. O, en su defecto, si se llama John.
De igual forma, antes los amores molaban más.
Si os fijáis en los grandes amores de la historia, todos acaban en tragedia: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Lennon y Yoko Ono, Jack y Rose, Cleopatra y Marco Antonio, Noa y Alli, Kiko Rivera y Jessica Bueno... Ni siquiera Humphrey Bogart e Ingrid Bergman acabaron bien. Ella se fue y él se quedó ahí, plantado, mirando como la mujer de su vida se marchaba. Una tragedia.
Los grandes amores acaban en tragedia. Vale. Entendido. Si quieres vivir una gran historia de amor, vívela, pero nada ni nadie te aseguran un final feliz. Eso sí, te vas a encontrar con un final de película, pero de Hollywood, no de Disney.
¿O no?
Quiero hablaros de una pareja, de mi pareja favorita. Mi tragedia favorita. Su historia bien podría estar nominada al Óscar a mejor guión, mejor interpretación masculina y hasta mejor banda sonora. Todo el pack.
Pero no.
Ellos son reales. Reales como la vida misma, como la pantalla que tienes ante ti y como tú mismo. Quizá más. ¿Sabes? Siempre fueron mi pareja preferida. Eran de esos que discutir les veía siempre, y besarse más bien poco. Pero preferían antes el "contigo" que el "sin ti".
Quienes les conocen dicen que es la historia interminable. Pase lo que pase siguen ahí. Y a mí, de verdad, que me tiene alucinada. Empezaron mal, desconfiando el uno del otro, con gritos y whatsapps de esos infernales que deberían estar censurados. Pero se quieren... ¡Válgame Dios si estos dos se quieren!
¿Sabéis cuando ves a dos personas mirarse de tal forma que parece que no existe nada a su alrededor? Sí no lo sabéis es porque todavía no les conocéis. Eso está claro.
Yo les conocí una noche de verano.
Ella era de esas tías listas que canta en el coche a todo tren y que sabe más por lo que ha visto que por lo que ha vivido. Él había visto mundo, un mundo que luego pondría a sus pies. Desde Kenia hasta San Francisco. Ella era un ángel, un sol, y todas las cosas buenas que se podrían ser. Él, lo que tenía de bueno lo tenía de loco. Era una locura de las buenas, de las que achispan la vida y sazonan el alma.
Él se conocía todos sus pijamas, pero no por dormir con ella, sino por visitarla en mitad de la noche. Ella sabía como hacerle feliz. Y cuánto más feliz era él, más feliz era ella. Se miraban como nunca he visto a nadie mirarse. Tenían la seguridad de saber que ninguno de ellos soltaría la mano del otro. Complicidad absoluta.
Les pregunté una vez cuáles eran sus planes. No supieron responderme. Simplemente se miraron, sonrieron y callaron. En ese momento entendí que el futuro no importaba, mientras que estuvieran juntos. Por algo dicen eso de que para Adán, el paraíso era donde estuviera Eva.
Él sí escribía cartas. Y ellas sí las leía. Las guardaba en la mesilla de noche, dentro de un sobre con su nombre. Cuando le pregunté por qué ahí, me dijo que lo que guardamos en la mesilla nos identifica.
No sé dónde estarán ahora ni qué estarán haciendo. Ser felices, espero. Tampoco sé hasta dónde llegarán, si se casarán, tendrán hijos, nietos y tumba compartida. Lo que sí sé es que vivir una tragedia así merece la pena.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Por ti, todo
Me gusta la idea de no madrugar. Te permite acostarte tarde, lo que significa quedarte hasta las mil haciendo todo tipo de cosas no productivas. Yo aprovecho mis horas de no-sueño para ponerme al día con Breaking Bad o volver a tragarme todas las películas de mi disco duro. Ayer noche fue el turno de "Notting Hill".
"Y no olvides que solo soy una chica delante de un chico pidiendo que la quiera". ¡WOW! Siempre me pone la piel de gallina. Pero no sólo eso. En aquella escena Roberts es la que toma el paso, ella toma la iniciativa. Porque le quiere. Punto. Sin más.
Da qué pensar. Tras comentárselo a mis amigas y en pleno proceso de investigación, llegué a la conclusión de todo lo que hacemos nosotras por Ellos. Sea en la fase conquista o en fases posteriores, nosotras cuando queremos, queremos bien, sin barreras ni conjunciones adversativas, sin límites.
Ojo! No estoy sacando mi vena feminista, ni diciendo que Ellos quieran peor, o que directamente no quieran. No. Creo que atrás quedó todo aquello de que sean Ellos los que den el primer paso y todos los restantes. ¡Porrrr favor! Serán hombres, pero también son humanos.
Necesitan tener la seguridad de que sus esfuerzos tienen su fruto. Como en "Notting Hill". Grant tiene miedo. Está cagao. Ha sufrido y no quiere sufrir más. ¿A cuántos conocéis con el corazón partio, como diría Alejandro Sanz? Yo, a varios.
Ellos también se cierran dentro de su propio mundo interior. Y cuando eso ocurre solo aquellas que lleven el distintivo de Ella podrán sacarles.
Querer no es cosa fácil. Tiene sus riesgos. Pero igual que los tiene para nosotras, los tiene para Ellos. Tal vez las normas sociales dicten que sea el género masculino el que dé el primer paso. Pero, ¿por qué no podemos nosotras iniciar el juego? Ya no sólo iniciarlo, sino continuarlo. Ellos no moverán ficha si ven que nosotras ni siquiera hemos tirado el dado. De eso no hay ninguna duda.
Abogo por el movimiento femenino. Por que hagamos lo que nos plazca. ¿De qué sirve mostrar una cara de nosotras mismas que no existe? Tarde o temprano lo van a descubrir.
Tal vez Ellos no lloren a moco tendido delante de una película de Julia Roberts, Ryan Gosling o Harrison Ford, con una tarrina de las grandes de Ben and Jerrys. Pero también sufren, también sienten como las paredes de su cuarto se estrechan. Aunque su técnica de desahogo sea más violenta, también lo necesitan.
Cógele la mano aunque no te lo pida. Regálale flores aunque pienses que eso es cosa nuestra. Llámale al despertar. Y abrázale cuando tenga un mal día. Lo necesitará.
"Y no olvides que solo soy una chica delante de un chico pidiendo que la quiera". ¡WOW! Siempre me pone la piel de gallina. Pero no sólo eso. En aquella escena Roberts es la que toma el paso, ella toma la iniciativa. Porque le quiere. Punto. Sin más.
Da qué pensar. Tras comentárselo a mis amigas y en pleno proceso de investigación, llegué a la conclusión de todo lo que hacemos nosotras por Ellos. Sea en la fase conquista o en fases posteriores, nosotras cuando queremos, queremos bien, sin barreras ni conjunciones adversativas, sin límites.
Ojo! No estoy sacando mi vena feminista, ni diciendo que Ellos quieran peor, o que directamente no quieran. No. Creo que atrás quedó todo aquello de que sean Ellos los que den el primer paso y todos los restantes. ¡Porrrr favor! Serán hombres, pero también son humanos.
Necesitan tener la seguridad de que sus esfuerzos tienen su fruto. Como en "Notting Hill". Grant tiene miedo. Está cagao. Ha sufrido y no quiere sufrir más. ¿A cuántos conocéis con el corazón partio, como diría Alejandro Sanz? Yo, a varios.
Ellos también se cierran dentro de su propio mundo interior. Y cuando eso ocurre solo aquellas que lleven el distintivo de Ella podrán sacarles.
Querer no es cosa fácil. Tiene sus riesgos. Pero igual que los tiene para nosotras, los tiene para Ellos. Tal vez las normas sociales dicten que sea el género masculino el que dé el primer paso. Pero, ¿por qué no podemos nosotras iniciar el juego? Ya no sólo iniciarlo, sino continuarlo. Ellos no moverán ficha si ven que nosotras ni siquiera hemos tirado el dado. De eso no hay ninguna duda.
Abogo por el movimiento femenino. Por que hagamos lo que nos plazca. ¿De qué sirve mostrar una cara de nosotras mismas que no existe? Tarde o temprano lo van a descubrir.
Tal vez Ellos no lloren a moco tendido delante de una película de Julia Roberts, Ryan Gosling o Harrison Ford, con una tarrina de las grandes de Ben and Jerrys. Pero también sufren, también sienten como las paredes de su cuarto se estrechan. Aunque su técnica de desahogo sea más violenta, también lo necesitan.
Cógele la mano aunque no te lo pida. Regálale flores aunque pienses que eso es cosa nuestra. Llámale al despertar. Y abrázale cuando tenga un mal día. Lo necesitará.
Yo quiero que me quieras a tu manera
aunque lo digas poco y lo sientas todo el tiempo
aunque nunca me escribas un poema
(Carlos Salem)
lunes, 28 de octubre de 2013
Amor vincit omnia
Creo que hay muchas formas de quererse. No hay un manual, ni unas normas básicas que puedas seguir o ir de rebelde e ignorarlas. Cada uno elige su propio estilo, su propia forma de querer. Cada una es válida e inimitable. Única. Cuando dicen aquello de "cada relación es un mundo", tienen razón.
Hay quien opta por cubrir a la otra persona de regalos, de obsequios materiales que siempre hacen ilusión. Hay otros detallistas que prefieren las pequeñas cosas, como calcetines de colores.
Los hay que discuten porque saben valorar la magia de la reconciliación. Otros no discuten nunca. Creo que esto es un error. Hay que discutir. (Chicas, gritad. Chicos, pasad de todo). Es una de las claves para que las relaciones funcionen. Ya te lo advierten en Little Manhattan: "Todas las cosas que no dije, me estaba ahogando en ellas". Pues eso. No os ahoguéis.
Hay quienes disfrutan de una noche de lluvia bajo una manta, con un capítulo -ó 3 ó 4- de The Walking Dead. Otros prefieren irse de copas (o de gintonics, que ahora están muy de moda) y bailar como si fueran los últimos invitados de una boda gitana. Hay también quienes prefieren cenar fuera y quienes prefieren llamar al japo de turno.
Hay quienes están un mes y pico sin verse y quienes no aguantan ni cinco días sin sufrir síntomas de psicosis. Otros se tragan la saga entera de Crepúsculo con comentarios del director incluidos.
Hay quienes llaman siempre y otros que no llaman nunca. Los hay, también, que hablan del futuro y otros que no necesitan hablarlo. Están los que piden entrante y los que prefieren postre, siempre para compartir.
Hay amores en los que conduce Ella y otros en los que conduce Él. Los hay que te acompañan al coche y otros que no se duermen hasta escucharte llegar. Hay quien te da la mano en la calle y quien lo hace en la intimidad.
Están los que tuvieron un comienzo de cuento de hadas y los que acabaron comiendo perdices. Los hay que dan sorpresas sin motivo y los que no lo necesitan. Hay quien prefiere las palabras con actos o los actos sin palabras. Pero siempre actos.
Están los que tuvieron un comienzo de cuento de hadas y los que acabaron comiendo perdices. Los hay que dan sorpresas sin motivo y los que no lo necesitan. Hay quien prefiere las palabras con actos o los actos sin palabras. Pero siempre actos.
Hay tantos tipos de amores como tipos de personas. Alguien me dijo esto una vez. No lo olvidaré nunca. Y dejas de pensar en lo que creías que te faltaba porque estás muy ocupado enamorándote de todo lo que tienes.
Amor vincit onmia - Love conquers all - El amor todo lo puede
lunes, 14 de octubre de 2013
Declaración de intenciones
Copiando a Neruda, yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche, puedo escribir que le quiero, que mi estado de humor depende de su sonrisa y que sus palabras bien son puñales o pueden convertirse en leves caricias.
Sus manos son mejor sensación que las sábanas frías y me gusta su boca tanto como despertarme tarde. Puedo imitar a Salem diciendo que por verle feliz me marcharía, pero que para hacerle feliz permanezco, pero sería una mentira, como otras tantas que se dicen.
Soy demasiado egoísta como para irme de su lado y dejar que otra persona ocupe un lugar que únicamente a mí me pertenece. Soy egoísta y me enorgullezco, no quiero que nadie más que yo acaricie los rizos que terminan en su nuca, ni sienta sus manos grandes sobre su cuerpo. Soy egoísta y lo digo porque así lo siento.
Podría pasarme horas hablando de su cuerpo, de su sonrisa burlona de niño pequeño, de su nariz torcida por un golpe del destino y de sus ojos oscuros.
Sus ojos no son nada del otro mundo, aunque proceden de otro planeta. Su mirada me mata y por ella mataría. No hay nada de diferente que le haga tan especial, pero es por Él por quien despierto y con Él vuelvo a soñar.
La peor sensación es sentir el vacío que deja cuando se va, y el mejor sonido del mundo es escucharle llegar, en un coche grande para que quepa todo Él, delgadito con el corazón de elefante.
Con un "adiós princesa" se despide, dejándome en la ventana, esperando que vuelva a pasar y, en algún momento, no vuelva a irse jamás.
Soy egoísta y le quiero solo para mí. Le secuestraría. A él, a su perro, a sus camisetas blancas y a sus vaqueros rotos. Todo él. Lo dijo Benedetti, yo lo leo y lo releo y solo pienso en Él. Porque Él existe donde quiera pero existe mejor donde le quiero.
jueves, 10 de octubre de 2013
When we were young
Cuando éramos pequeños nos hablaron de los sueños, de lo fácil que sería ser feliz si los persigues hasta alcanzarlos. Nos contaron que la palabra imposible no existe y que para los ingleses sí es posible. Nos trataron como niños cuando quisimos dejar de serlo y nos convirtieron en adultos cuando todavía nos sentíamos niños. Transformaron nuestra infancia en una conexión constante. Nos prohibieron meter los dedos en los enchufes pero nos obligaron a vivir enchufados.
Nos obligaron a vaciar el plato porque hay niños que se mueren de hambre pero nos convencieron de que la belleza está en no comer. Nos emborracharon de historias para ahogarnos en la resaca del día después. Nos dijeron que los príncipes azules existen pero los escondieron debajo de las piedras. Nos enseñaron que sin amor no se puede vivir y que mejor solos que mal acompañados. Nos dieron coches rápidos pero nos obligaron a parar en cada semáforo.
Nos dejaron dormir hasta tarde para despertarnos a gritos. Nos convencieron de que la vida son dos días y que la muerte es una forma más de estar vivo. Nos rompieron la cara y lo justificaron diciendo que el tiempo cura todas las heridas. Nos enseñaron que todo pasa por algo y que lo que no pasa, también es por algo. Nos dieron cariño para quitárnoslo después.
Nos vendieron promesas y nos dieron guantazos. Nos robaron el alma para luego venderlo al mejor postor. Nos obligaron a creer que el fin justifica los medios y que el egoísmo es la mejor de las virtudes.
Nos forzaron a dormir ocho horas pero nos quitaron horas de sueño. Nos preguntaron qué queríamos y no nos dieron nada. Nos enseñaron a andar y nos subieron a unos tacones. Admiraron nuestra belleza pero nos cubrieron de maquillaje.
Nos leyeron cartas de amor que no eran para nosotros. Nos vendieron la moto y nos estafaron a dos ruedas. Pintaron corazones y los tacharon con permanente. Nos hablaron del para siempre y añadieron un nunca. Nos contaron que crecer sería divertido y nos cargaron de trabajo. Nos aburrieron con historias sobre lo que podríamos ser y nunca seríamos. Nos construyeron alas para cortarlas más tarde.
Nos enseñaron a hablar pero prohibieron nuestra voz. Nos lloraron en vida y nos sonrieron en muerte. Nos mandaron flores con aroma a remordimiento. Escribieron mensajes y los llenaron de mentiras. Nos prometieron la luna, pero nos ocultaron parte. Nos olvidaron y nos obligaron a recordarles.
Nos obligaron a vaciar el plato porque hay niños que se mueren de hambre pero nos convencieron de que la belleza está en no comer. Nos emborracharon de historias para ahogarnos en la resaca del día después. Nos dijeron que los príncipes azules existen pero los escondieron debajo de las piedras. Nos enseñaron que sin amor no se puede vivir y que mejor solos que mal acompañados. Nos dieron coches rápidos pero nos obligaron a parar en cada semáforo.
Nos dejaron dormir hasta tarde para despertarnos a gritos. Nos convencieron de que la vida son dos días y que la muerte es una forma más de estar vivo. Nos rompieron la cara y lo justificaron diciendo que el tiempo cura todas las heridas. Nos enseñaron que todo pasa por algo y que lo que no pasa, también es por algo. Nos dieron cariño para quitárnoslo después.
Nos vendieron promesas y nos dieron guantazos. Nos robaron el alma para luego venderlo al mejor postor. Nos obligaron a creer que el fin justifica los medios y que el egoísmo es la mejor de las virtudes.
Nos forzaron a dormir ocho horas pero nos quitaron horas de sueño. Nos preguntaron qué queríamos y no nos dieron nada. Nos enseñaron a andar y nos subieron a unos tacones. Admiraron nuestra belleza pero nos cubrieron de maquillaje.
Nos leyeron cartas de amor que no eran para nosotros. Nos vendieron la moto y nos estafaron a dos ruedas. Pintaron corazones y los tacharon con permanente. Nos hablaron del para siempre y añadieron un nunca. Nos contaron que crecer sería divertido y nos cargaron de trabajo. Nos aburrieron con historias sobre lo que podríamos ser y nunca seríamos. Nos construyeron alas para cortarlas más tarde.
Nos enseñaron a hablar pero prohibieron nuestra voz. Nos lloraron en vida y nos sonrieron en muerte. Nos mandaron flores con aroma a remordimiento. Escribieron mensajes y los llenaron de mentiras. Nos prometieron la luna, pero nos ocultaron parte. Nos olvidaron y nos obligaron a recordarles.
Eso sí, si no lo hacemos nosotros antes.
martes, 1 de octubre de 2013
Compañeras de todo un poco
"El círculo de amigos se ha reducido en número pero aumentado en calidad"
Después de leerlo, miré mi retrovisor personal, aquel que me lleva al pasado; y empecé a pensar en aquellas personas que ya no están. Les descarté de inmediato bajo el pretexto -bastante cierto- de que si ya no están será por algo.
A continuación mi mente se dirigió a aquellos que sí que están. Y, repentinamente, de ese grupo de personas a las que considero grandiosas por aguantarme en mis días buenos pero, sobre todo, en los malos, pasé a seleccionar las que quiero que no solo ocupen mi presente sino también mi futuro.
Básicamente son todas las que ahora están; pero la vida me ha enseñado que muchas se acabarán yendo, o me iré yo, quién sabe. Lo importante es que todas aquellas almas forman parte de un todo, dejan su huella impregnada en la memoria y, para bien o para mal, forman parte de tu álbum de recuerdos.
Me gusta pensar que tengo ciertas personitas que llevan varios años acompañándome en esta aventura. Comparten tus días, te acostumbras a tenerles todo el tiempo, llegáis a tal grado de complicidad que solo con una mirada ya sabéis en qué estado se encuentra la otra persona.
A veces ocurre que conoces a alguien desde edades primitivas y desprenderte de esa persona te cuesta horrores. Habéis caminado, luchado y llorado juntas, hasta os habéis emborrachado juntas -con el alcoholismo extendido en estos tiempos, eso tampoco es difícil- y esa persona forma parte de aquellas con las que puedes ser tu mismo. Yo diferencio a esas personas porque, cuando quiero llorar, de esos llantos que más se parecen a tsunamis, me acerco a ella y las lágrimas brotan solas.
Si hay algo en esta vida que no quiero perder, es a ese grupo de personitas, cada cual tan especial como la anterior, que dan color, vida y alegría a los momentos más grises, que te acompañan día sí y día también, y que no dudan en cogerte el teléfono aunque sea la hora del gallo para darte dos o tres consejos que te solucionen la jornada.
Lucha siempre por aquellas personas
que sabes que lucharán por ti.
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viernes, 27 de septiembre de 2013
Y a ti, ¿qué te mueve?
Quiero compartir con vosotros esta canción. La habré escuchado sino mil, dos mil veces. Es de esos descubrimientos que de repente te pone una amiga en el coche y te transporta a lugares desconocidos. Te bajas del coche y media hora más tarde sigues cantándola -o intentándolo-.
Me suele pasar. Descubro una canción y no puedo escucharla solo una vez. Necesito más. Pero supongo que eso nos pasa a todos. Siempre necesitamos más de lo que nos hace sentir.
Una vez me hicieron una de las preguntas más complicadas y a la que me costó mucho responder: "¿Qué te mueve?" Me quedé con la misma cara de besugo que acabas de poner tú. ¿Cómo que qué me mueve? Sí, qué te mueve, qué te hace sentir algo, qué te emociona, qué te pone la piel de gallina.
Estuve pensando durante años qué me movía. Supongo que cuando eres un adolescente pubértico, con más cambios de los que te gustaría, con las hormonas flotando a tu alrededor como moscas despistadas y con la ridícula idea de ser capaz de caminar sobre las aguas, entonces nada te mueve. Por lo menos, no lo suficiente.
Es entonces, cuando creces, aunque sea físicamente -abogo por la juventud mental, por sentirse niño hasta el final de los tiempos- cuando te das cuenta de las pequeñas cosas que te hacen temblar.
Tu canción favorita en la radio, la primera película que viste con Él, una visita inesperada de un amigo muy esperado, una noche de sushi, una broma amigable con amigas que tres días más tarde todavía te hace reír a carcajadas, la primera partida al GTA V... No sé. Hay tantas cosas...
Lo peor de todo es que no somos conscientes del valor de ciertos momentos. No. No lo somos. No intentes decir que sí porque puedes estar viviendo el momento más emocionante de tu vida y no te estarás dando cuenta. Es más. No te darás cuenta del valor de tus vivencias hasta que dejen de ser vivencias y se transformen en recuerdos.
La vida es así de traicionera. Pero también nos permite mirar atrás y ver lo bueno, únicamente lo bueno.
Recuerdo la etapa del colegio. Por aquel entonces, cada vez que abría un ojo al son del despertador, pensaba que me esperaba el infierno. Peor que eso. El sótano del infierno. Ahora, años más tarde, paso por delante y me acuerdo de todas aquellas personas que compartían aquel cuarto de calderas conmigo. Me veo a mí misma con la falda verde-moco y la camisa de cuadros antitodoloestético, pero no recuerdo los interminables deberes, ni las insufribles clases de gimnasia modo corretodoloquepuedas y
hastaquenotemuerasnoparas. No. Recuerdo las risas tomando el sol, las notas entre pupitre y pupitre y los morenazos de un par de años más a los que veías tras las vallas fumándose un cigarro.
Pensar en todo aquello. Eso también me mueve.
Sin desacreditar al genio Bukowski,
yo te digo que busques lo que te mueve,
deja que te cale dentro,
que te traspase la piel,
que se cuele por cada poro
y te emocione hasta doler.
yo te digo que busques lo que te mueve,
deja que te cale dentro,
que te traspase la piel,
que se cuele por cada poro
y te emocione hasta doler.
martes, 24 de septiembre de 2013
Rodéate de gente interesante
Muchos me han preguntado quién es Salem y por qué le busco. Carlos Salem es un escritor, poeta y periodista argentino. (Le podréis encontrar aquí: http://elhuevoizquierdodeltalento.blogspot.com.es/) ¿Os acordáis del famosísimo "No hace falta que me digáis eso de que perdéis la cabeza por eso de que sus caderas..."? Pues es suyo. Sí señor. Es el artífice de semejante obra maestra.
Salem está en mi lista de gente interesante, cuánto más le leo, más me engancha. Y eso es lo que más me gusta de la gente. Que te enganche.
Hay personas que crean adicción. Pero no en un sentido romántico. Conoces a alguien y te resulta tan interesante que hablar con esa persona se convierte en toda una atracción de feria, de esas de las que bajas encantado de la vida. Te has reído, has disfrutado y has vivido una experiencia totalmente diferente.
En estos años, y sobre todo en épocas pasadas de pubertad, he conocido a gente muy pero que muy aburrida. Igual que un filete sin sal. Sosos hasta decir basta, sin nada que contar ni nada que transmitir. Personas que, además, tienden a ser tóxicas ya que su vida les aburre tantísimo que deciden meter el hocico en historias ajenas para darle un poquito de emoción. ¿Típico, verdad?
Con los años aprendes. Aprendes a diferenciar a esas personas grises de aquellas que dan color y vida a tus días. Esas son las personas que realmente merecen tu tiempo. En algunas, incluso, descubrirás, si tienes suerte, a tu amigo kamikaze. Yo lo hice.
La vida, dentro de sus retorcidas intenciones, coloca en tu camino a personajes de todo tipo. Digievolucionamos a sabios cuando aprendemos a diferenciar entre moscas cojoneras cuyo único cometido es tocarte las narices, y entre aquellos personajes que bien podrían haber salido de alguna serie americana ganadora de dos o tres premios Emmy.
Rodéate de gente interesante, de gente guay. Gente que alegre tus días y tus noches. No tienen por qué ser amigos íntimos, ni siquiera amigos. Sencillamente tiene que ser alguien que tenga algo que contar sin parecer un tertuliano de Sálvame.
Es una suerte encontrar a alguien capaz de recomendarte un buen libro, una película de esas que te llegan tan adentro que difícilmente salen, un lugar que nada tenga que envidiar al paraíso o, simplemente, que por lo que hace o por las cosas que le gustan, te pueda contar mil batallitas, dejándote con la boca abierta.
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