En otra de las jornadas de reflexión que suelo tener con mis amigas, llegamos a la conclusión de que el mundo y, sobre todo, el género masculino, está muy pero que muy equivocado. Ellos dicen que las mujeres son complicadas, que buscan mucho y piden todavía más.
Nosotras solo queremos una cosa: que nos hagan reír.
Nos gusta que nos hagan reír a carcajadas hasta que nos duela el estómago. Nos gusta que sean graciosos pero que no actúen como payasos. Que nos hagan cosquillas pero sin pasarse de calamar. Que nos hagan el animal pero sin ser un animal.
Queremos que sean pillos y que vacilen de vez en cuando pero que no nos ofendan. Que sepan cuándo es el momento de contar un chiste y cuándo es el turno del silencio. Nos gusta que se rían con nosotras pero nunca de nosotras.
Queremos que nos cuenten historias divertidas pero que no vayan de monologuistas. Nos encanta que nos miren y esbocen una leve sonrisa. Queremos cumplidos, pero en su justa medida. Nos gusta jugar con ellos pero nunca que jueguen con nosotras.
Nos gusta que nos conquisten, que nos bajen la luna pero que nos quepa en el bolso. Que tengan detalles pero que no nos conviertan en materialistas. Que nos sorprendan pero que no rompan la magia. Que nos protejan pero que no nos agobien.
Queremos que sean espontáneos y que aporten locura a nuestra vida pero que no sean kamikazes. Nos gusta que nos recuerden momentos vividos pero que no vivan anclados en el pasado. Queremos que también se rían pero que sepan cuándo ser serios.
Por último recuerda: hacer reír es un arte, y a las mujeres nos apasionan los artistas.
Hace un par de días estábamos mis amigas y yo reunidas alrededor de una bandeja de sushi. No entiendo la moda de la comida japonesa, pero la verdad es que agradezco haberla descubierto. Es uno de mis planes favoritos... Estar sentada en el sofá rojo de Ana, la tele encendida, con la firme intención de ver una película a la que nunca prestas atención porque la conversación se alarga y con el whatsapp, la mayoría de las veces, desconectado.
Pues bien, aquella noche, a medida que la salsa de soja se iba acabando y apenas quedaba un culín de la botella de lambrusco, nos pusimos filosóficas. Me gusta eso de adentrarme en los abismos de la humanidad con ellas como mejor compañía. Desde hacía tiempo, más de una no estaba sola, por lo que muchas veces las conversaciones se dirigían hacia asuntos de índole romántica. Aquella tarde no podía ser menos, y entre Aristóteles y Platón empezamos a debatir sobre la casualidad.
Os contaré la historia de mi amiga. Después de una relación ultra tormentosa, de esas que te consumen día tras día, apagan tu sonrisa y te convierten en una persona gris, ella decidió cortar por lo sano, borrar el año anterior y empezar a vivir. No fue fácil, pero a base de salidas, de cambiar el gris por el blanco y de mirar el móvil y ver que si tenía algún mensaje eran chistes en el grupo familiar, empezó a ser ella misma. Volvió a nacer. Como muchos entenderéis, cuando terminas una relación que ha absorbido toda tu energía, lo último que quieres es meterte en otro marrón así. Seamos realistas, al final acabas viendo el amor como un peso que debes quitarte de encima. Cuando estas sola, estás contenta porque te sientes aliviada.
Bien, pues después de varios meses borrando las sombras de aquella relación, y tras un par de citas cada cual más absurda que la anterior llegó Él. Algún día os hablaré de Él, con mayúscula. Hoy me limito a contaros la historia de mi amiga, para que las -y los- que hayáis perdido la esperanza, la recuperéis de algún modo. Continúo... Se habían conocido en una discoteca. Como otras relaciones que conozco, es la casualidad la que pone a ambos en el mismo lugar, como si de alguna forma estuvieran destinados a conocerse, hechos para tener esa historia, para vivir ese momento. Semanas más tarde, y durante aquella conversación sobre la casualidad, mi amiga me preguntó qué hubiera ocurrido si aquella noche no hubiera estado en aquel lugar. Personalmente creo que eso no es una opción. No podemos hablar de condicional en lo que al amor se refiere. Si tienes que conocer a una persona, créeme, lo harás.
"Buenos días, gorda". Esto fue lo primero que nos contó de Él. Se habían despertado juntos y, seamos sinceros, al despertar nosotras nos vemos horribles y no sé bien qué oscura fuerza mágica, hace que ellos nos vean preciosas. Mi amiga se enamoró en ese instante. Aparentemente aquello parecía un ligue más de verano. Pero Él se quedó. Decidió cambiar sus planes por ella. Creédme, mi amiga se enamoró todavía más. Bastó que la hiciera reír, para que ella ya no pudiera sacarle, ni de su cabeza ni mucho menos del alma, donde Él había plantado la tienda de campaña y no parecía querer moverse de ahí.
A Él no le importaba nada más que tener la suerte de despertarse con ella. Desde aquel día, ella sabe que tiene apenas veinte minutos para cambiarse porque Él está en su puerta esperando. Sabe que si está asustada, Él le va a mandar tropecientos chistes para hacerla reír. Sabe que Él ha llegado cuando menos se lo espera. Y al final, ella sabe que ha encontrado a la casualidad de su vida, y ninguno de los dos piensa soltarse.
Mi consejo es claro: come sushi con las amigas, deja el gris en casa y sonríe, nunca sabes quién te puede estar mirando.