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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Amigos kamikazes


Esta frase del genio Bukowski nunca me ha dejado indiferente. Encuentro la locura como una cualidad indispensable para ser alguien en la vida. La locura es una forma de valentía. Y aquí, en este mundo de trampas, de intereses y de personas que tiran piedras y esconden manos, la valentía y, por ende, la locura, son rasgos necesarios. 

Desde hace tiempo he encontrado la mejor forma de incluir esa pizca de locura a mi vida. Un amigo kamikaze. Pero, ojo! Hay muy pocos y son únicos en su especie.



Son seres inimitables. Puedes intentar parecerte a ellos, pero jamás conseguirás acercarte. Como las Rei Beri que venden los negritos por la playa: intentan ser Ray Ban, pero a la legua sabes que no son auténticas. Los amigos kamikazes, en cambio, sí lo son. 

Tienen el corazón tan inmenso como la risa que te provocan con un simple gesto. No te piden nada pero te lo ofrecen todo. Son agradecidos cuando tienes un pequeño detalle. Lo que para ti es insignificante; para ellos, un mundo. Aquí reside parte de su grandeza.



La otra parte reside en su humor. No tienen miedo a nada, y si lo tienen lo disimulan. Saben enfrentarse a sus temores con la mejor de las armas: la risa. Ellos sí que saben cómo divertirte y sacarte una sonrisa aunque tu cabeza esté dispersa. 

Los amigos kamikazes surgen de una infancia dura que les ha enseñado que las personas que te quieren de verdad lo harán siempre, pero que a lo largo de esta jodida realidad habrá quien finja quererte y pasará a encabezar la lista de cosas que te importan una mierda. 



Los amigos kamikazes son las personas de verdad. Sufren más que nosotros pero la felicidad les da de lleno. Son sensibles y saben apreciar el más bello de los atardeceres. No tienen reparo en llorar si les alejas de sus raíces.

Porque esa es otra. Los amigos kamikazes tienen raíces. Tienen un lugar al que consideran "casa". Como cuando eres pequeño y juegas al pilla-pilla y el único sitio seguro es "casa". Ellos tienen uno de esos. Un lugar donde se sienten seguros y libres de poder ser ellos mismos, rodeados de aquellos que les quieren. De verdad.




Si tienes un kamikaze no lo pierdas, cuídalo porque va a necesitar que le cuides, protégelo como él te protege a ti, y ríete con él, en vuestra risa al unísono encontrarás algo parecido a la felicidad absoluta. 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Nunca son voluntarios

Hoy me he puesto a pensar en aquella película de Ashton Kutcher, The butterfly effect. Crea una extraña sensación en el cuerpo cuando terminas de verla, como si de alguna forma no fuera suficiente. Y en realidad no lo es. 

Pues bien, aquel peliculón -quien opine lo contrario no sabe de cine, bueno ni de cine ni de nada- empieza con una frase imposible de olvidar, la llamada Teoría del Caos: "Algo tan insignificante como el vuelo de una mariposa puede desencadenar un huracán al otro lado del mundo". Da qué pensar, ¿verdad?

Aquello me recordó a nosotras, mujeres, y a cómo el más mínimo cruce de cables puede provocar algo más que un huracán. Una mujer puede desencandenar el Apocalípsis, de eso estoy segura. 


No tengo ningún tipo de reparo en afirmar que, sí, efectivamente, nos enfadamos, nos volvemos locas, nos enfurecemos y nos perdemos en nuestra rabia. Eso sí, siempre, con razón.

Somos sensibles, por nuestras venas no corre hielo ni horchata, sufrimos y nos hacen sufrir, los golpes nos duelen el triple y más aquellos que no son físicos. Esos son los peores. 


Una mujer enfadada es una bomba de relojería. Es preciso ser muy cuidadoso porque el más mínimo movimiento desacertado puede hacernos estallar. Normalmente ellos no son conscientes de nuestra fragilidad, y cuando se lo recordamos sobresale de su cerebro un magnífico y estupendo término: drama. ¿Drama? ¿En serio? "Eres una dramática", "Te crees que tu vida es una película", o mi favorita: "Vives en Hollywood". 

Error. Boom! La bomba ha explotado. Lo mejor que pueden hacer es echar a correr. Aunque, de todos modos, la onda expansiva les va a alcanzar. 


Otras veces lo que sucede es que no entienden. Pero no porque les falte cabeza, sino porque no quieren entender. Es más fácil pasar por alto que pararse a preguntar qué sucede -aunque, de alguna forma, siempre lo saben-. Somos nosotras las que, cansadas de esperar que vean lo que no les apetece ver, optamos por revelarles el motivo de nuestra cara de perro -enfadadas estamos todavía más guapas-. "Eso no es para tanto", "Te encanta enfadarte" o "No he hecho nada". 

Olé, olé y olé... Boom! Otra vez. 


Pero, a pesar de todo, aunque nos enfademos, aunque forcemos cara de perro, aunque nuestra sangre se haya convertido en lava y nuestro más ferviente deseo sea hincar las uñas, basta una sonrisa, un pequeño gesto de cariño, un mimo o un te quiero, y el sol vuelve a salir, la bestia se convierte en bella. Son remedio y enfermedad.



Caballeros, no somos tan complicadas. 
Si nos enfadamos, sonreírnos; si estamos tristes, abrazarnos; si queremos hablar, escucharnos; pero, ante todo, conocernos.  




Con la colaboración de mujeres que se enfadan, y con razón