lunes, 30 de diciembre de 2013

Soy lo que te está pasando y no te volverá a pasar

Lo de las rupturas es algo complicado. No es fácil ni para el que rompe ni para el que rompen. Y es que, todos los amores acaban en tragedia, pero algunas tragedias las provocas y otras te vienen solas. Y así es el cuento. Por algo se llama ruptura, ¿no? 

Tiritas pa' este corazón partio', decía uno que yo me sé. Qué tiritas ni qué tiritas. Las rupturas de verdad, las que vienen después de una larga conversación, necesitan escayola, sedante y un tiempo en la Unidad de Cuidados Intensivos.


Me lo dijo una amiga y no puedo no darle la razón. Las rupturas, las de verdad, las que pinchan, duelen y escuecen, no son producto de una bronca. El se ha terminado post-discusión no vale una mierda, no existe, son letras formando palabras, nada más. 

En cambio, cuando la conversación viene antecedida por un tenemos que hablar, agárrate a lo que puedas, se avecinan turbulencias. 

Y es que hay algunos con un morro...


"No eres tú, soy yo". Claro que eres tú. Encima pretendes que me sienta culpable. ¿Culpable de qué? ¿De darte todo lo que tengo y todo lo que soy, de que vengas como el Ratoncito Pérez y Papá Noel, llevándote mi sonrisa y todo lo que hay en mi despensa, para dejarme qué? Tropecientas promesas sin cumplir, un saco lleno de regalos que ni quiero ni pretendo conservar y una lista inmensa de recuerdos que tú pareces haber olvidado, pero que te empeñas en grabar a fuego con cada paso en falso que das. 

Por supuesto que eres tú. 
Eres tú el que promete tanto para luego nada, el que se ha aburrido y prefiere ir detrás de quién sabe qué o quién. Pues olé por ti y que te aproveche. Que no se te olvide que por muy apetecibles, ciertas golosinas acaban sentando mal. Y tu te vas a indigestar de tanto ego, tanto orgullo y tanta mediocridad.


"Sin ti no puedo vivir, pero..." ¿Pero qué? A otra con tus cuentos. Sin mí no, pero. Pues si sin mí no puedes vivir, entonces que Dios te acoja en su gloria, porque vas directo a la tumba y por petición propia. O eso o que te estás escondiendo detrás de un amor que ni sientes ni padeces para no quedar como el malo de la película.

Porque esa es otra. ¿Cómo repartimos los amigos? En las rupturas siempre está la parte mala y la parte víctima. El látigo y el cuerpo. La sal y la herida. Y da igual cuántas vueltas des a la tortilla. Es así y punto. 

Si te dejan, te toca llorar, lamentarte mirando fotografías y escuchar la canción de turno hasta que te sangren los oídos, y después de una semana sin lavarte el pelo, amanecer un día, mirar al sol como si fuera el primer día de verano, quitarte la mugre y las penas y avanzar. 


Pero la mejor, la que se lleva el Óscar a la mejor interpretación es cuando saben que se van a arrepentir. Tal cual. Palabras textuales. No bonito, no. Si sabes que te vas a arrepentir no sigas adelante. Soy lo que te está pasando y no te volverá a pasar. Te estás arriesgando y te digo yo cómo vas a acabar: con una mano delante y otra detrás. Este tren solo pasa una vez y a ti te da por dejarme marchar. Pues me voy. Tú lo has querido. 

Egoísmo puro y duro, señores. Ahora no te quiero pero por si acaso mañana sí, no cierres puertas. ¿Qué no? Una tras otra, a cal y canto, con cerrojos, pestillos y alarma de seguridad por si algún día intentas volver a colarte por mi ventana que alguien me avise para cercar mi vida con minas anti-persona. Anti-tú. 

Y es que contigo es como dar margaritas a los cerdos. Y, como dice ese que yo me sé, la margarita dijo no. Y no es que no. 


viernes, 27 de diciembre de 2013

Yo lo que quiero es no tener que perder

Todo eso de las ausencias lo llevo fatal. Sigo sin entender -y mira que me lo han intentado explicar, por activa y por pasiva- por qué un día nos despertamos y lo que conocemos ya no está. 

Para ganar tenemos que perder. Eso es lo que me responden. Mentira. Yo quiero ganar sin perder, mantenerme como hoy. Hoy, mañana y dentro de una semana. Perdemos algo, y ganamos el vacío que deja. 

Y olé tus cojones. Te quedas más ancho que largo. 



Yo no soy de esas que se conforman con la explicación básica. 1 + 1 pueden ser algo más que 2, y sino que se lo digan a Fran Perea, que ya nos intentó convencer... Y, ¿quién te lo iba a decir, Fran? Que harías una serie con un final memorable por su ridiculez y que conseguirías que me planteara por qué 1 y 1 no son 2. 

En esta vida estamos hechos para sumar. No para que nos resten. Nos casamos, sumamos. Tenemos hijos, sumamos. Nietos, sumamos todavía más. Y de repente, a alguien le da por pensar que ya hay suficientes como tú y que es momento de cambiar los esquemas. 

Y van, y te restan. Te quitan algo o te quitan de alguien. Y lo que no se dan cuenta es que te están sumando un vacío terriblemente cruel, porque ni Fran Perea con sus canciones, ni todo el turrón del mundo, ni todas las películas de Solo en Casa, pueden llenar.


Y a la mierda con las sumas, las restas y hasta las divisiones logarítmicas, que ni siquiera sé si existen, pero discúlpenme, soy de letras. 

No podemos vivir alejados del mundo. Y eso tiene un alto precio. Que sí, que conoces gente, que hay gente que se va y otra que se queda, que de repente aparece más gente y afloran los sentimientos y por un segundo piensas en la ausencia de cualquiera de esas personas y lo ves tan imposible como que lluevan cerdos. Pero un día el avión que transportaba toda la ganadería porcina europea sufre un colapso y ricas patas de jamón caen a diestro y siniestro. Y pierdes. 



Y así de fácil. Pierdes y te dicen que sigas adelante, que la vida sigue y que tienes que pasar página. Pues oiga usted, no me da la gana. Quiero quedarme en la página en la que estaba antes de que llovieran cerdos y me quitaran lo que nunca pensé que me quitarían. Y me quiero quedar aquí hasta el final de los tiempos y amén. 

Pero no, amiguitos. La vida está hecha para vivirla, y pase lo que pase tienes que vivir. Esas son las normas. Ni meterte en la cama a las seis de la tarde para intentar que el edredón se lleve el dolor, ni llorar hasta rozar la deshidratación, ni gritar, ni patalear. La vida te suma y después te resta.


Y ahí estás tú, mirando al infinito, buscando un horizonte donde todo tenga un sentido y con un cráter en tu interior con el que tendrás que vivir el resto de tu existencia, hasta que seas tú el que deje ese vacío. 

Y así es como debemos vivir. Sabiendo que lo que hoy está es bastante probable que mañana no esté. Atando lazos para que se rompan después. 

Pues a mí no me da la real gana. Lo que quiero lo quiero siempre. Y ese es mi propósito para el 2014: ganar sin tener que perder.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Yo para ser feliz quiero un camión

He estado pensando detenida -y terriblemente- sobre qué escribir. No me apetece hacer un post ni deseando felices fiestas, ni Feliz Navidad, ni ninguno de esos tópicos que nacen ahora en pleno mes de diciembre. 

Seamos realistas, para muchos no serán ni fiestas ni felices. Aunque sea Navidad y la gente prepare una mesa repleta de manjares (¡Qué festín, qué festín, qué festín!), todavía hay quien no tiene para comer, hay quien ha perdido su trabajo o para quien estas fechas no son más que el recordatorio de una ausencia. 

Ni soy el espíritu navideño en persona ni el Grinch. Ni tanto ni tan poco. Soy realista. La felicidad no solo tiene que estar presente ahora, sino siempre. Cada aspecto de nuestra vida debemos intentar aderezarlo con una pizca de felicidad (y se nos va la mano, mejor). Sea cual sea la estación o el día del año. 

Ea. Fin. Hasta aquí mi mensaje navideño.



Después de pensar en lo que significa la Navidad, me he puesto a pensar en la felicidad. Ese ente extraño, que se busca, que apenas se entiende pero que se persigue. Del estilo del anillo de Frodo pero sin su lado maligno. La felicidad como fin humano, emocional, sentimental y hasta filosófico. ¿Qué pensador que se precie no ha mencionado la felicidad? 

Hace tiempo me dijeron -alguien excesivamente sabio, seguro- que o eres feliz o no lo eres. Sin más. Sin términos medios ni vasos medio llenos o medios vacíos. O si o no. Dentro de tu estatus, puedes tener un porcentaje mayor de felicidad, dependiendo del momento. Pero, básicamente, el que es feliz, lo será siempre. Y viceversa. 

Lo de decir infeliz me suena más a insulto malintencionado que a otra cosa. Prefiero eso de o eres feliz o no lo eres. 

Y al carajo con la negatividad.



Tengo la firme convicción de que hay más seres felices, que el porcentaje está algo así como 80%-20% a favor de los sonrientes. Y es que sí hay algo que diferencie a este grupo, es su sonrisa. Cuando ves a alguien sonreír, enseñando sus dientes -aunque tengan un tono más tirando a veige por el café o los cigarrillos-, esa persona no puede no ser feliz.

Tendrá sus momentos de bajón, de bajada en la escala de la felicidad. Pero quien tiene motivos para ser feliz, amigos, lo será siempre. Y luego están los que no. 

Siento una pena terrible por los seres que van de felices pero luego no lo son. No creo que ni siquiera sepan en qué punto de la escala están, ni que están en números negativos y que sus intentos por ser felices son los más equivocados. 



Los que no pero creen que sí, que raza más apestosa. Son las malas personas, las que se deleitan con el sufrimiento ajeno, las que ven en los demás el fruto de su felicidad -cuando el origen de la felicidad debe estar en uno mismo-. Dependiendo de los males ajenos se sentirán más o menos felices, o eso creerán, porque ni se sentirán ni serán más felices. 

La felicidad está en las pequeñas cosas, y bendito fue el ser humano que así lo quiso. Una canción, una sonrisa, un mensaje con emoticono incluido -que ahora está muy de moda-... Hay quien es feliz con tan poco, que esa felicidad se contagia. 



La felicidad está en una sopa de fideos frente a la chimenea y en un gazpacho mirando al mar. En una ducha caliente y en el primer baño de agua salada. La felicidad está en una Coca Cola con amigas y en un gol en el último minuto. En el primer día de verano y en el último de invierno.

La felicidad puede estar en un resultado negativo y en un "todo ha ido bien". En las personas que te quieren y quererlas de vuelta. Está en despertarse y ver que todavía puedes dormir varias horas más. Está en September de Earth Wind & Fire.



La felicidad está en pasar el domingo en pijama y en que llegue la hora de irte a casa. Está en un atardecer mediterráneo y en la primera sangría de la temporada. En melón con jamón y en carne asada con puré de patata. 

La felicidad está en pasar las Navidades en familia y en ataques de risas. En los recuerdos de antaño y en los sueños de futuro. En verle volver a la vida cada mañana. 

La felicidad está donde tú quieras que esté. Solo tienes que descubrirla. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Todo lo que te hubiera dicho

El otro día se coló en mi lista de spotify una canción que me hizo volver al pasado. Recordé cosas, pensé en momentos en los que hacía tiempo que no pensaba y sonreí como una niña con una piruleta. Todo eso en los tres minutos y pico que dura la canción. 

He estado pensando en lo que me diría a mí misma si pudiera volver atrás a lo Marty McFly...


Deja de enamorarte del primero que pasa. Eso que sientes no son mariposas, son retortijones de tanta comida basura. Deja de intentar hacer felices a otros, y sé feliz tú. No vale con poner buena cara y aguantar lo que te echen. No te conformes. Sobre todo eso, no te conformes. 

Lo que ahora entiendes como el mayor drama de tu vida, no es ni una pequeña parte de lo que vas a tener que pasar. Pero recuerda, no llueve para siempre y todo lo malo pasa. Sé tú misma en las buenas y en las malas, porque solo tú podrás sacarte de los líos en los que te metas. 


Cuando tienes algo que ganar, siempre te arriesgas a perder. Pero merece la pena arriesgarse. Porque quien no arriesga, no gana, y eso es totalmente cierto. 

Lo de que la gente pasa y deja huella, también cierto. Aunque a ti las huellas te las dejarán a fuego, pero de nuevo, todo pasa. La vida no es fácil, ni para ti ni para nadie. Hay que vivirla con todo lo que tenemos. Agarra el primer arma que encuentres pero elige bien con quién usarla. Ni tanto ni tan poco. No puedes ir desprotegida pero tampoco atacar a todo el que se te acerque. Lo de ladrar al prójimo no está mal, pero si sabes cuándo parar. 


Las películas nos evaden, nos hacen alejarnos de nuestra propia vida para implicarnos en la de otra persona, pero hay que saber diferenciar entre ficción y realidad. Los únicos príncipes con los que te vas a encontrar son los que ya tienen la corona puesta. 

En esta vida, si hablamos de confianza mejor decir que "da asco", antes que decir que "es ciega". Guárdate parte de ti para ti misma. No lo des todo a la primera de cambio, ni al primero que pase.   


Cometer errores está bien, más que bien. De ellos se aprende. Dicen que los humanos somos los únicos animales que tropezamos dos veces con la misma piedra. Tú tropezarás dos, tres y cuatro, pero de cada caída aprenderás, y lo más importante, te volverás a levantar. 

Quiere todo lo que tengas aunque no tengas todo lo que quieres. Con el tiempo tus necesidades cambian y también lo que otros necesitarán de ti. Aprende a diferenciar entre los que te quieren por ti y los que te quieren por lo que les das. A los primeros tenlos cerca, a los segundos no les des nada, se irán por su propio pie. 


Quiere con locura pero ama con sensatez. Nadie te va a querer más de lo que te quieras tú a ti misma. Así que ya puedes ir empezando. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

De ladridos va la cosa

Me he acordado hoy de aquello que me sucedía cuando iba con mi madre andando por la calle y se cruzaba un perro. Cuando eres pequeño, no solo de edad, sino de tamaño, cualquier bicho de cuatro patas se asemeja más a un Tyrannosaurius Rex (T-Rex para los amigos) que a cualquier otra cosa. Yo era de esas que veía un perro y me escondía tras las faldas de mi madre (faldas, faldas no, mi madre siempre ha sido mujer de pantalones). "Tiene más miedo de ti que tú de él", me decía. Ingenua yo, respondía siempre: "¿Y por qué me ladra entonces?"



Ella no sabía responder. Ahora, con unos añitos de más y algo de perspicacia de menos, me he dado cuenta que no solo los perros ladran cuando tienen miedo. Nosotros también. Cuando algo nos aterra o nos infunde cierto respeto tendemos a ladrar. A atacar con todas nuestras fuerzas. 

Supongo que es una forma de defendernos. "La mejor defensa es un buen ataque", dicen por ahí. Algún chino, seguro. Ahora son todo proverbios chinos. 


En fin. Atacamos. Tal cual. Tenemos miedo a lo desconocido, nos armamos hasta los dientes con lo que sea que encontramos por casa y nos lanzamos al vacío. Lo mismo pasa con las personas. Cuando nos adentramos en el inexplorado mundo de las relaciones no lo hacemos sin defensa alguna. Chaleco salvavidas, balas de fogueo, bengalas, radiobaliza y hasta botiquín. Todo y más.

Nos protegemos detrás de una armadura medieval antes de comenzar cualquier relación. Sea del tipo que sea. For example. A la hora de trabajar algunas personas se enfundan los tacones para sentir que viendo el mundo desde arriba tienen cierta ventaja. Otros, a falta de tacones se esconden tras monturas de culo de vaso que les hacen sentir más como Clark Kent que como Pepito Pérez. (Todo eso está muy bien. Pero al final vas a seguir siendo Pepito Pérez, con o sin gafas)



Ladramos. Constantemente. Lo peor es cuando dejamos de ladrar en soledad y empezamos a hacerlo en compañía, dirigiendo nuestros guau y nuestros ruf hacia otro ser pensante. Generalmente (más general que mente), nuestros ladridos impactan en aquellas personas a las que queremos. 

Es así. Cuanto más quieres, más ladras. Y ladras porque, de nuevo, tienes miedo. En otras palabras: estas cagao. Querer no es fácil, de eso ya hemos hablado. La parte más difícil llega cuando dejas de ser Miss Independent y te conviertes en No sin mi... lo que sea. 



Hay personas que viven bajo el lema: "Mejor prevenir que curar", pero lo que no saben es que siempre, siempre, acabas curando. 

Todo lo bueno tiene su parte mala. Tomarte un caramelo calma tu ansia de azúcar, pero tiene como consecuencia la alta probabilidad de tener caries. Así con todo. En serio. Amar tiene su parte increíblemente buena. Alguien con quien compartes la pasta de dientes (lo del cepillo va más en la línea de "la confianza da asco"), con quien compartes tus emociones, tus mejores historias, horas de avión y ratos de sueño. 

Pero como pasa también con el devenir de los días, llega la tormenta. El cielo nos regala rayos y truenos y nosotros, cuando llegan los problemas, ladramos, rebuznamos y rugimos. All at once. Todo en uno. A ninguno nos gusta que las cosas no vayan en la dirección que queremos, pero muchas veces, en los desvíos se esconden las mejores historias; igual que, si sois fuertes, después de las peleas, vendrá la mejor parte: las reconciliaciones.