martes, 18 de noviembre de 2014

La alegría de mi huerta

Creo que llevamos tiempo equivocados. Creemos que la vida es buscar a alguien que te acompañe durante el camino, que te levante en los malos momentos y disfrute contigo de los buenos. Alguien que jamás te deje marchar y que te asegure que nunca se va a ir. Alguien que te llene. Pero, ¿qué pasa si esa persona ya está ahí? ¿Qué pasa si esas personas ya están ahí? Nos dedicamos a proteger las relaciones de pareja, y nos olvidamos de proteger una relación todavía más importante. 

En mi caso son ellas. Y ellas son mejor que cualquier cosa. 


Mejor que el chocolate y las fresas con nata, mejor que el primer chapuzón de verano, mejor que las rebajas, que los batidos de Vips y los helados de Ben and Jerrys. Mejor que Zara y el nuevo modelo de Mercedes. Mejor que las ofertas de El Tenedor y las clases de Spinning. Mejor que los zumos de frutas a la orilla del mar y las fotos de Facebook

Mejor que los grupos de Whatsapp y las partidas de Triviados. Mejor que la heroína, el hachís y la marihuana. Mejor que el vodka, el gin y el ron. Mejor que las tartas de queso y el nuevo capítulo de Juego de Tronos. Mejor que todas las películas de Marvel y la escena de los patos del Diario de Noa. 

Mejor que ver Crepúsculo en pantalla grande, mejor que Formentera y sus italianos en vespa. Mejor que la Coca Cola Zero y los calipos de fresa. Mejor que volver a 140 km/h, mejor que dar negativo en un control y viajar con Iberia. Mejor que las visitas al Zoo con el colegio. Mejor que el primer sorbo de cerveza. 


No necesitamos medias naranjas. No estamos formados por una mitad más otra, sino por diferentes y muy variados pedazos. Ellas son mis pedacitos. Y no se necesita más. Nos distraemos buscando lo que no tenemos, lo que, bien es verdad, que algún día llegará. Nos encerramos en el cuarto a llorar porque aquella persona, la que para nosotros era el ombligo del mundo, se ha ido. 

Pero, ¿qué pasa con las personas que sí que están? Ellas no se van a ir. Lo han dejado muy claro. Jamás te juzgan, te dicen las verdades a la cara, sabiendo que duele más abrir los ojos después de un largo sueño, pero que la vista se recupera y las legañas acaban por disiparse. Y ya no te hablo de las lágrimas. Son de risa. De la risa. Y eso vale oro. 


'Y dejas de pensar en lo que te falta porque estás ocupado enamorándote de todo lo que tienes', me dijeron una vez. Tengo la suerte de que aquella persona todavía sigue en mi vida, y tengo la certeza de que seguirá ahí. 

A veces nos olvidamos del valor de una copa de vino y de una cena, porque estamos distraídos pensando en quién será el siguiente en nuestra cama, o en nuestro corazón. Un corazón que ya está ocupado. 

Tenemos que vivir más los Goonies y menos Cenicienta. Porque en las grandes historias de amor no hay besos, ni abrazos, ni cenas a la luz de las velas, ni sexo desenfrenado. Las grandes historias de amor están protagonizadas por alguien que se cae, y alguien que le levanta. Y por esos mismos dos, o tres, o cuatro, que acaban descojonándose después.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Exprimiendo medias naranjas

Todo eso de las medias naranjas, de su búsqueda y de su encuentro, son tonterías que brotaron del cerebro de algún inconsciente perdido sin más hacer ni qué-hacer que dar por culo con gilipolleces. Y es así. Ni todos tenemos una media naranja ni tenemos por qué buscarla. 

Y, ¿por qué una media naranja y no un medio melón? ¿O una media sandía, o medio plátano? Puestos a dividir... 

Las piezas del puzzle, las que encajan, nunca son iguales. ¿Por qué ha de ser aquella persona, esa tan especial, igual a nosotros? Menudo aburrimiento. Vaya coñazo tener a un clon constantemente dándote la razón en todo, sin más magia ni quiebro de conversación. Todo el día en equilibrio, en jodido equilibrio

Las mitades llegan sí, no hay que buscarlas ni encontrarlas. Aparecen. Como si brotaran de los árboles y fueran a caer a tus pies, justo en el momento en el que caminas bajo su sombra. Y brotan para hacerte la vida más sencilla, para sacar lo mejor de ti y para, en definitiva, hacerte feliz. Si no cumple esos requisitos, patada y a otra cosa, mariposa. 

Como si fuera tu mitad perdida, te llena un vacío que no sabías que tenías. Y esa es la magia de toda esta patraña de medias naranjas. Sigamos llamándolo así, para no caer en confusión. Y dejemos claro en qué se diferencia una media naranja de una rodaja de limón. 



Una 'media naranja' te mira y comprende exactamente (con puntos y comas) qué sucede por tu cabeza. Te entiende aunque haya momentos en los que ni siquiera tú sepas de qué va la cosa. Es el faro que te guía a buen puerto, acepta la peor versión de ti porque sabe que, sino, no se merece la mejor. En lo malo, en lo bueno, y en lo peor.

Te habla, sin palabras, pero con gestos, con gestos tales como meter en la lista de Spotify una canción que diga algo así como 'te echo de menos', o 'I miss you'. Y que deje que suene hasta que te queme los tímpanos y no tengas otro remedio que gritar a los cuatro vientos que 'I come for you', una y otra vez. 

Una 'media naranja', -o alma gemela, o mitad, o como quieras llamarlo- te coge de la mano, te mira a los ojos y te dice que va a hacerte la persona más feliz del mundo. Y tú sabes que con esas palabras, ya lo ha conseguido. 

Pero pisando tierra, a mí todo esto de las 'medias naranjas' me suena igual de mentira que 'El Hombre del saco', 'El ratoncito Pérez', y toda su prole. Pero si algo hemos aprendido es que porque algo sea invisible al ojo humano, no significa que no lo sintamos. De hecho, se siente todavía con más fuerza. Y lo de las mitades perdidas, que te llenan y te rellenan, es un cuento que nació de la innata necesidad de querer y ser queridos. 

Un cuento al fin y al cabo pero, ¡qué bien sabe! 



Porque yo no creo en 'medias naranjas', ni en 'medios limones', pero sí que creo en las naranjas enteras, que se encuentran, que compenetran y que se exprimen juntas, dando todo y más de sí, dejándose la piel y lo que no es piel, para formar algo nuevo, diferente, incluso, mejor. 

En eso consiste toda esta mierda de la vida. De no andar solos por si cojeas, de tener quien te sujete si tropiezas. Alguien que salga de casa sin avisarte solo porque le gusta verte correr a través de las cortinas, con el pelo mojado y el vaquero a medio abrochar. 

Y llegará tu mitad, pero tú ya estás entera, y la aceptas porque en esta puta vida no necesitamos suplementos, sino complementos. Algo que nos haga más fuertes, no más pequeños, ni más débiles. Que las mitades existen, pero para sumar. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

¿Dónde estás, que no te veo?

Pienso en ti cuando todo va mal. Y lo hago simplemente porque quiero que estés aquí y no entiendo ni cuándo, ni por qué, ni cómo te fuiste. Lo éramos todo. Todo. De esas que se miran sin decir nada y ya saben qué pasó. Ahora ninguna de las dos lo sabe, porque llevamos demasiado tiempo sin mirarnos a la cara, sin reconocernos entre todas estas personas que pasean por Madrid, buscando Dios sabe qué. 

Yo sí sé lo que busco. A ti. Busco tu mirada de enfado, de castigo por no haberte llamado en todos estos años, por no haberte buscado cuando colgaste el teléfono, diste media vuelta y te largaste, como el que no quiere la cosa. 



Me pregunto muchas veces dónde estás, qué estarás haciendo y si me necesitarás tanto como te necesito yo a ti. Porque siempre estuviste. En las malas y en las pésimas, y ahora que esta se lleva la palma he marcado tu teléfono tantas veces que el pulgar me duele, pero sin el valor para permitir que la red me lleve hasta ti. 

Porque, al final, ¿qué te voy a decir? "Hola, soy yo, estoy en un aprieto y necesito que me saques de él". No, eso ni pega ni despega. Porque hace tiempo que nos perdimos y ninguna dio el paso para recuperarnos. Y así, con el tiempo, llegamos a ser dos personas que lo único que comparten son un par de fotos de Facebook, alguna canción absurda y algún recuerdo todavía más absurdo. 

Pero sigo necesitándote. Y más ahora, cuando todo va mal. Cuando no sé qué decir ni qué hacer pero todos los caminos llevan a Roma pero pasaban por tu casa. Aquella donde tantas noches pasamos, entre almohadones, perros y muelles. Y ni me atrevo a pasar por ahí, por miedo a verte salir del portal. ¿Te acuerdas cuándo esperaba, poniendo caras en el telefonillo? Parece que han pasado décadas de aquello. Y en realidad, sé que pasará más que eso hasta que volvamos a reencontrarnos.



El tiempo lo cura todo. Y nos curará las heridas, pero las cicatrices no nos recordarán nada bueno, sino la cobardía que tuvimos de luchar por todo excepto por nosotras. 

Pienso en ti cuando todo va mal. Y la verdad es que te espero. He perdonado demasiadas cosas y tú no ibas a ser menos. El dolor hace tiempo que quedó atrás, y supongo que esto es lo que pasa cuando el rencor se va, que solo queda el vacío, la melancolía, las ganas rotas de un abrazo y decirte: "Bienvenida a mi vida, de nuevo, para siempre". 

lunes, 3 de noviembre de 2014

Como un orgasmo de la vida misma

No digas que no te lo advertí. Has hablado mil veces de amores en bucle, tenías un máster en perdonar lo imperdonable, un doctorado en relaciones tóxicas y ahora te has visto metida en el ajo buscando una sola alternativa. Te dije que no iba a ser fácil aplicar la teoría desde dentro. Y ahora es tu decisión. Haz lo que quieras. Pero no es el fin del mundo. Si, ni siquiera aunque sea el mismísimo:  "Vietnam Sentimental".

¿Te acuerdas cuando gritamos a la vez "QUÉ GRAN VERDAD" cuando escuchamos aquella frase en la serie de moda que decía ... "Si me engañas una vez es tu culpa, si me engañas dos es la mía"? Y si, qué drama. Intentas aplicarla pero no puedes, porque no paras de pensar en que ya no le vas a ver más, ya no le vas a besar más, ya no irás a cenar a ese sitio que ibais siempre...(Llantos y más llantos) ¿De verdad quieres eso a toda costa?, ¿aunque sea irreal?, ¿aunque el sentimiento no sea mutuo? Qué poco te quieres, ¿no? Y no me vengas con ese rollo de que te vas a morir, que no puedes vivir sin él, que no sabes como salir de esta. Que sí, que vas a salir y que si no sales de esta pues entro yo contigo.



Que todas hemos escuchado todo tipo de excusas baratas, desde el clásico "yo no quería" hasta el típico "tus amigas se lo inventan porque quieren jodernos". Y no, no esperes que te lo reconozca jamás porque eso es demasiado pedir. No te quedes sentada esperando que toque en la puerta y te de las gracias por el tiempo invertido en una relación que sólo tiene penas y discusiones. No pretendas que venga a rescatarte de la pesadilla en la que crees que vives y te diga que todo ha sido un error. No  dejes que te convenza replanteándote si eres tú la loca, o si a lo mejor te has pasado de la raya. No caigas, tú y yo sabemos que la única locura que necesitamos es la de los viernes por la noche





Todo esto está muy bien pero tanto tú como yo sabemos que tiene fecha de caducidad. Era una batalla perdida antes de empezar. Las probabilidades de que acabes con ese tipo de personas son nulas. Tan nulas como él. Simplemente ahora crees que es imposible, pero acuérdate que no hay nada imposible, sólo improbable. Y que lo más probable es que un día como por arte de magia te canses y salgas de esa espiral de consumo. No le busques a él. Si tienes que buscar algo, busca un trabajo, busca una amiga, busca un lugar a donde ir o busca a Salem que para eso estamos, no? Porque él tiene el mismo miedo que tenía Alejandro Sanz cuando cantó "no hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes nada". Y tú estás asustada sólo porque no entiendes cómo, cuándo, ni porqué dejo de sentir por ti, pero lo mejor es que lo aceptes aunque te intente convencer que esto que estás leyendo es pura basura.




¿Quieres que te cuente un secreto? Esa clase de tíos acostumbrados a tenerte siempre, cuando pasa el tiempo y ven que te han perdido, salen a buscarte. Y casi siempre es demasiado tarde. Deberías hacerme caso sólo por descubrir el tipo de satisfacción de la que te hablo. Vuelven cuando mejor estás y cuando ves su nombre en la pantalla del móvil y te das cuenta que no se te ha movido ni un sólo músculo de la cara, cuando le ves volver con el rabo entre las piernas, sientes algo así como un orgasmo de la vida misma. 



V.L.




lunes, 27 de octubre de 2014

La vida se vive, no se sobrevive

Hace tiempo me preguntó cómo pensaba que le veía el resto del mundo. Si era realmente el monstruo que muchas veces encontraba frente al espejo o si otros eran capaz de verle como le veía yo: el hombre más maravilloso del mundo. Nunca supe qué responder. Más tarde comprendí por qué.

Lo único que le convertía en hombre era su barba de tres días, que llevaba más de una semana intentando brotar, los pelos del cuerpo y la fecha del DNI. Por lo demás, era un niño. Un niño inquieto, hipócrita y egoísta que se negaba a ver más allá de la neblina que se había dibujado frente a él. Si algo resultaba un problema, al cajón, y ahí se podía quedar. Y no hay nada más cobarde. 

Nunca supe si me mentía, si sus palabras eran enteramente ciertas o si se guardaba medias verdades bajo la manga. Me habían engañado tantas veces que podría haber protagonizado La Fille sur le Pont porque a mí, 'todos los días de mi vida me han engañado'. 


Por aquel tiempo él era todo lo que se podía pedir. Todo lo que en ese momento yo pedía. Comercializaba consigo mismo, me ofrecía su vida, su amor y su tiempo a un precio que, entonces, pensaba que era más que razonable. Como todo, al final, lo barato acaba saliendo caro. Y lo que pagué por él fue más allá de mi tiempo. 

Era un niño con zapatos de hombre. Daba igual la naturalidad con la que se encendiera los cigarros, y la forma de hablar, como si ya hubiera elegido de antemano las palabras que sabía que iban a calar -y calaban- profundamente. Con su sonrisa podía convencer a cualquiera de lo que fuera. Y a eso jugaba conmigo. A convencerme de que la vida tenía sentido sólo porque él había decidido regalarme su tiempo. Y tenía que estar agradecida. 

Maldito egoísta. La vida tiene sentido porque yo tengo sentido, porque yo elijo y vivo. La vida es más que sobrevivir un día y otro, y otro más, y al siguiente también. La vida se vive, no se sobrevive. Y eso lo aprendí el día que di un portazo y decidí que ya no quería que fuera detrás, con plegarias y lamentos y promesas que no valen nada. 


La vida no está hecha para repetir las malas decisiones, para tropezarse con la piedra hasta hacerla parte del camino. Tampoco está hecha para agarrarse al primero que pasa, ni al segundo, ni al tercero. Porque pocas cosas salen bien la primera vez. La vida es más que eso. Tiene que ser más que eso. Sino, hace tiempo que estaríamos todos muertos o, por lo menos, fuera de combate. 

La vida está hecha para disfrutar de cada amanecer y de cada atardecer sin tener una cadena atada al tobillo que te impida acercarte lo suficiente al mar para sentir su brisa. Hay personas que han hecho de la maldad y del egoísmo su estandarte y lo llevan tan pegado a la piel que es parte de ellos. 

Y te cazan, y te compran, y te usan y te desusan a su poder y a su antojo hasta que de ti solo quedan los huesos. Y componerte lleva tanto tiempo que, a veces, perdemos la esperanza de volver a ser quienes éramos. Y es probable, más que probable, que jamás volvamos a ser aquellas personas. Porque nos han maltratado, nos han obligado a sobrevivir. 

Y la vida, se vive. Y no me cansaré de decirlo. Y después del daño hay más vida. Porque todo se cura, y eso es algo que muchas veces olvidamos. Hay cura para casi todo, y para los golpes en la cabeza y los corazones rotos, también. 



Mi historia no tiene desperdicio, y algún día, os contaré los detalles. Cuando averigüe qué fue verdad, si es que en algún momento hubo algo de cierto en aquellas palabras -de mierda-, en aquellos gestos -ásperos- y en aquella sonrisas -de mierda, sí, más mierda-. 

Pero sobreviví. Sobreviví a aquello y volví a vivir. A vivir una vida que me correspondía, y que pienso seguir viviendo. Porque la respuesta a aquella pregunta, de cómo era él, tendría que haberla respondido pensando en cómo era yo, y si se correspondía con la persona que quería ser. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Lo que te echo de menos en cuatro segundos

Hoy me he despertado con un regalo. Mi amigo Pepe me ha dejado cuatro minutos de intensa reflexión, a las cuatro de la mañana y con, estoy segura, más de cuatro copas de más. 

En esa grabación, mandada por whatsapp (porque ahora todo lo que tiene un sentido se manda por whatsapp), me habla de todo lo que echa de menos y, al final, me dice que echa tantas cosas de menos que no puede ser feliz.


Da qué pensar. Echar de menos es, sin lugar a dudas, el peor sentimiento habido y por haber. Todos echamos de menos algo o a alguien, o las dos cosas.




Echo de menos verte sonreír, ya no lo haces como antes. Te ríes, sí, y muchas veces a carcajadas, pero aquella sonrisa que iluminaba tardes de niebla ya no está. Echo de menos quemarme los pies con la arena de la playa y el alivio al llegar al mar; siempre a la carrera. 

Echo de menos tener el convencimiento de que jamás te ibas a ir. Jamás de los jamases. Pero si aquello fuera todavía así, ahora no te estaría echando de menos.


Echo de menos las noches de palabras sin sentido, de despertarme abriendo un ojo y encontrar tu brazo en mi abrazo. Encontrarte a ti, en resumidas cuentas.

Echo de menos todas las aventuras que juramos realizar y que ahora se han quedado plasmadas en fotos viejas, perdidas en algún lugar del disco duro. 



Echo de menos las vistas desde tu casa, las luces y la sensación de poder ver el mundo desde tu balcón. Echo de menos tu vida, aquella que me vendías con tantos cuentos que ninguno parecía mentira. 


Echo de menos aquella vena que se formaba cada vez que algo tenía un alto porcentaje de seriedad y que se desvanecía con cada broma y cada sinsentido. 


Echo de menos andar descalza por la calzada y sentir que algo tan absurdo como una herida no iba a cambiar mi camino. Echo de menos el sabor de tus historias que me cambiabas por besos. 

Echo de menos todo lo que juramos ser, y que hoy se nos ha olvidado. Echo de menos todo lo que tenía que ver contigo, lo que fue, lo que tenía que ser, todo tú y todo yo. 

lunes, 20 de octubre de 2014

Lo que queda de ti

¿Has pensado alguna vez en lo que queda cuando ya te has ido? ¿Cuánto tiempo se quedarán tus huellas grabadas en el pomo de la puerta que tan bruscamente cerraste? ¿Seguirá tu aroma en aquella almohada que apretabas contra tu pecho de tanto llorar? 

Porque eso es lo único que hacías, vaciarte por dentro, desahogarte sin saber que te estabas ahogando cada vez más. Para tener perspectiva hay que agarrarse a algo que te mantenga a flote, y tú te empeñabas en sujetarte a un barco ya hundido. 


Quisiste escribir una novela de lo que solo era un relato breve. Incluso, diría yo, un microrelato, de esos que están tan de moda y que solo tienen una coma, un punto, y un hashtag con la palabra #microcuento. 

Alargaste la cuerda. Y la rompiste. Porque todo tiene un fin, y es más sano romper (por lo sano), que luchar en una batalla que solo deja cadáveres a su paso. Fuiste a la guerra con el fusil descargado, sin chaleco antibalas ni casco de combate. Y perdiste. Te dejaste la piel, el alma y las fuerzas. 


Y aquí estás, volviendo a escribir. Buscando las palabras que justifiquen tus decisiones, que allanen el camino hasta un futuro sin fuego cruzado. 

De ti quedará mucho. Eso lo sabes bien. Quedarán todas las cartas escritas con rotuladores de colores, los libros y las películas que no recuerdas cuándo pero sabes que las viste, las cenas a deshora y los madrugones repentinos. Quedarán todas las palabras bonitas que nacieron de ti para explosionar en el trayecto. 

Pero, sobre todo, quedarán todas las mentiras, toda la mierda que se suelta cuando el amor ya no es amor y probablemente nunca lo fue. Quedará esa parte de ti que prefieres ocultar y que jamás vuelva a salir. Quedará toda la basura que algún día pensaste que era vida, y las cucarachas y gusanos en lo que terminará convirtiéndose todo eso.

Todo eso quedará. Pero quedará atrás, muy atrás. Porque pensar en el pasado es vivir mirando por un retrovisor. Y aquello no trae nada bueno, solo tortícolis.


Lo mejor no es lo que queda. Sino lo que está por venir. Es tu momento. De gritar, de bailar, de beber y de reír. Y de todos los verbos que conlleven una sonrisa de oreja a oreja y un aceleramiento repentino de la velocidad cardíaca. 

Te esperan noches sin dormir por no querer dormir, días de sol y mañanas de resaca. Te esperan amores de un rato, de dos o de toda la vida que permanecen despiertos hasta que llegas a casa y no dudan en gastar gasolina para un beso a medianoche.


Te esperan todas aquellas cosas que jamás pensaste que tendrías y que demostrarán que hay amores que todo lo pueden y otros que pueden con todo. Y tú te mereces cualquiera de ellos. 

Te va a tocar aprender a llorar de felicidad y a disimular el subidón de color de tus mejillas. Vas a tener que aprender a dormirte de cansancio, y no de tristeza. Vas a vivir. Y eso, es lo que queda de ti. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Te quiero una puta barbaridad

Te quiero una puta barbaridad. 
Porque no sé querer de otra forma. 
Porque no se puede querer de otra forma. 

Todo lo que no sea el máximo se queda en nada.

Y hoy, escribo mi carta definitiva. 
La declaración de amor absoluta, decisiva, concluyente.
Te quiero una puta barbaridad. 

Y hoy, hoy soy breve, 
porque no hay mejores palabras de amor que las que se sienten, 
las que te arañan el alma y te hacen sangrar. 
Sangrar amor. 

Termino diciéndote lo único que te puedo decir,
que te quiero una puta barbaridad.

Y, con estas palabras, que sangran,
dentro, termino.


sábado, 4 de octubre de 2014

Y si te vieras con mis ojos

Y esto es así. Lo que fue, lo que todavía es, lo que quiero que sea y ahora mismo no tengo ni puta idea de lo que es. 

Yo le daba. Y todavía le doy. Y este es mi mayor regalo. Porque estas palabras no son mías, ni tuyas, tú que te adentras en mis abismos y bajas a mi infierno. Estas palabras son suyas, le pertenecen desde aquel maldito momento en el que mi alma decidió parirlas. 


 

Porque hay verdades que duelen más que cien mentiras y abrir los ojos un día y descubrir que jamás amaste, jamás, hasta ahora, eso, amigos, es la mayor de las putadas. 

Y empezaste a amar en el momento en el que apareció con su camisa de cuadros y te dijo su nombre. Abreviado, para que no pese. Y es que nada que proceda de él pesa, ni su nombre ni su alma. 



Estas palabras son suyas, le pertenecen. Es dueño a diestro y siniestro de cada letra que procede de mi alma. Es el dueño de todo, y así, simplificamos la lista. 

Él no se conoce, no sabe lo que es llevar el coche -y el pecho- revolucionados, a más de tres mil revoluciones, solo por ganar segundos. Los segundos valen horas cuando de amor va la cosa. Porque eso es lo que es todo esto. Un enamoramiento repentino, loco, rápido y doloroso. Es romperte el corazón a ostias con su alma.


Él no sabe que su bondad atraviesa paredes, hueso y músculo. Que cada vez que respira es un segundo más de vida. Nada tiene de malo. Y si se viera con mis ojos. Uf, si se viera con mis ojos. No te puedo contar yo lo que vería.

Porque estar enamorada de él es la mayor de las putadas. Y es que el día que se vaya, que se marche y desaparezca de esta realidad, caerán truenos y relámpagos y será como el apocalipsis que narran en las películas. Y no habrá ni buenos ni malos, solo el vacío.



lunes, 22 de septiembre de 2014

A ostias con tu alma

Perdóname por romperme el corazón a ostias con tu alma. Perdóname por poner mis sentimientos por delante de los tuyos, por no tenerte en cuenta, por creer que siempre deambularías por mi costa. Perdóname por dejar que la cobardía me pudiera. 

Perdóname por creernos invencibles. Perdóname por todas las veces que te dije que no queriendo decir sí. Perdóname porque me pudieran más los años que el daño. 


Perdóname por elegirte con palabras pero sin actos. Perdóname por las promesas rotas y las más de cien mentiras. Perdóname por creer que sería para ti, la primera, la última, la única. 

Perdóname por arder y dejar que tú te quemaras conmigo. Perdóname por arrancarme el corazón y dejarlo a tu custodia. Perdóname por pensar en tus errores y olvidar los míos.



Perdóname por no decirte las cosas en hora y llegar siempre con retraso. Perdóname por no agarrar tu mano con más fuerza y no dejar que te desvanecieras. 

Perdóname por las peleas, por los gritos y las rabietas. Perdóname por romperme el alma para hacerte el mayor de los huecos. Perdóname por acomodarme en tu espalda y hacer de tu cuerpo mi recoveco. 



Perdóname por no saber qué decir cuando te fuiste y por no encontrar las palabras cuando volviste. Perdóname por pedirte que te quedaras cuando la puerta te llamaba a gritos.

Perdóname por dejarte estar, por abrir en canal el alma y las piernas. Perdóname por esperar, por esperarte a ti y por esperar de ti. 


Perdóname por querer quedarme contigo hasta el final de los tiempos. Perdóname por el drama y la locura, supongo que nací con ello. Perdóname por no correr lo suficiente y no llegar a tiempo. 

Perdóname por vivir acelerando. Perdóname por romperme el corazón a ostias con tu alma. Perdóname por no perdonarte y por no perdonarme a mí misma. Perdóname por pensarte hasta secarme las venas. 

Perdóname por todo, pero no me perdones por quererte, porque eso, eso no tiene perdón. 

lunes, 15 de septiembre de 2014

Tú no tienes ni puta idea

Y tú, ¿tú que sabes? Tú no tienes ni puta idea. No tienes ni puta idea de lo que es despedirte en un aeropuerto, frente al control policial porque alguien ha decidido que aquel es el límite de todo, la barrera de los abrazos y los besos, y de todas las palabras que a la cara se retienen mejor. 

Tú no tienes ni puta idea de lo que es sentir que la persona que quieres se escurre entre tus dedos, haciéndote sentir hipócrita, falso y todo lo malo que hay en el cajón de mierda porque juraste que la seguirías hasta el final del mundo y aquel no es el final, pero ahí estás, despidiéndote porque a donde va no le puedes seguir.



Tú no tienes ni puta idea de lo que es vivir acostumbrado a algo, o peor, a alguien, y que te lo arrebaten de los brazos. Porque no sabes lo que es el dolor hasta que la ves, con su pelo largo y su sonrisa, cruzando el umbral de lo desconocido con su maleta de ruedas y los ojos empapados en ron. 

No tienes ni puta idea de lo que es verla gritar y sentir miedo y felicidad al mismo tiempo. Porque nadie bebe como ella y mírala, como traga la cerveza, sin miedo a derramar ni una gota. Porque tú no tienes ni puta idea de cómo sonríe ni de cómo sufre, porque yo sí la he visto reír hasta llorar y llorar hasta hacernos reír. 


Tú no tienes ni puta idea de lo feliz que es, porque es una valiente y porque ahora está cogiendo un avión hacia el otro lado del mundo. Y no puedo seguirla. Y es el momento de las despedidas. Y aquí, en donde se busca a Salem las despedidas no son bienvenidas. 

Porque no tienes ni puta idea de lo que la voy a echar de menos, de lo raro que se me hará no recogerla en la esquina y verla salir, con su camiseta de fútbol y sus ganas de meterle un hattrick al mundo. 


Porque son muchos años de codo con codo y de preguntas con respuesta, de conocerme y conocernos y de lecciones aprendidas. Tú no tienes ni puta idea de lo que es pensar que no hay dos sin tres, pero que se te va un tercio de la ecuación, dando resultado negativo. 

Porque son tres los mosqueteros, son tres las supernenas y son tres los cerditos. Y aquí se quedan dos, y nada de eso tiene sentido. Y habrá días de cerveza, días de vino blanco, pero en negativo. 

martes, 2 de septiembre de 2014

Devuélveme mi agosto

¿Te crees que puedes llegar así como así? Arrastrando un calor que no te corresponde, abrasándome con tu aire y golpeándome en la cara con tu 'vuelta al cole'. 

Nadie quiere volver. Nos aferramos a un álbum de fotos al que queremos seguir alimentando pero no tenemos con qué. Nos aferramos a recordar momentos que quedarán ocultos bajo la tonelada de deberes, trabajos y responsabilidades que, al sonido de tambores, ya vienen


Y tú piensas seguir así. Año tras año. Vienes a quitarnos todo, desde el bronceado hasta el bañador. Dime, descarado, ¿qué ganas con esto? Te crees verano pero no eres más que el hall de entrada a un otoño que pinta mal. Porque nada tienes, ni siquiera rebajas. 

Yo sigo durmiéndome tarde y despertándome aún más tarde, pero sin escuchar las olas. Ahora son las obras del vecino las que vienen a darme por culo cada mañana. Igual que tú. 

Desayuno con vistas a un muro cuando hace dos días tenía el mar al frente con la perspectiva de acabar tostándome en la playa. Pero no. Ya no. 



Agosto, vuelve. Trae tus copas de más y tu vergüenza de menos. Tu pelo ondulado por la humedad, tus piscinas con exceso de cloro, tus playas de arena fina, incluso trae las medusas, que yo me encargo de esquivarlas. 

Vuelve, que yo te espero sin mangas ni calcetines, con pantalones cortos y el horario del revés. Con ganas de salir y de no volver a entrar. 

Trae a aquellos amigos que no reconoceríamos con el abrigo puesto y regálanos una última noche, de esas que acaban con baño en la playa y arena en los tacones. 




Vuelve. Vuelve a Ibiza, Marbella, Comillas y a Conil de la Frontera. Que suene Facto Delafé y su 'es verano y luce el sol, es la Costa Catalana'. Trae el último éxito de David Guetta y las resacas en la playa. 

Porque no hay mal que el mar no cure. Y eso lo sabes tú bien. 



jueves, 10 de julio de 2014

Hablemos en plural

Hay tanto que quiero decirte que no encuentro las palabras. Quiero decirte que me he vuelto adicta a tus mensajes, que cuando veo tu nombre en la pantalla algo dentro de mí brota, cambia, se exalta y empieza a volar. Dicen que son mariposas, pero yo creo que es más que eso. 

Cuando te veo girar la esquina, aquella que tantas veces hemos recorrido, todo es nuevo. Porque contigo todo es diferente.



Quiero decirte que haces que todo valga, las penas, las risas, los llantos y hasta las cosquillas. En el amor y en la guerra todo vale, y contigo es un amor constante y una guerra contra el tiempo. 

Porque paralizaría el momento en el que estás volviendo a la vida, cuando tus ojos a medio abrir o medio cerrar me dan los buenos días y sonríes y sé entonces que me estás regalando otro día más a tu lado. 



Quiero decirte que la perfección no existe, y esa es mi parte favorita del cuento. Porque son tus imperfecciones las que te hacen real, no una idea en mi cabeza nacida de algún lugar del corazón. Eres real. Como este suelo que pisamos y ese sofá donde tantas noches hemos pasado entre almohadones y cojines, sin entender todavía la diferencia. 

No encuentro las palabras para decirte que me he vuelto adicta a tu mirada, que no soporto que me mires cuando conduzco porque sé que la distancia entre tu asiento y el mío es demasiado pequeña para todo lo que se esconde tras esos ojos. Quiero decirte que el amor es más que todo lo que un día conocí, y eso lo he aprendido de tus manos. 



Quiero decirte que lo bueno se hace esperar y tú y yo ya nos hemos esperado bastante. Que la vida no vale un céntimo si no es a tu lado y que tú y yo somos culpables de esto tan bonito que tenemos.

Quiero decirte que no quiero un rato contigo, a no ser que ese rato se llame toda una vida y la siguiente. 

Porque el plural es el idioma que quiero hablar a partir de ahora, que ni yo soy ni tú eres, pero somos. Y eso no se puede moldear con palabras. 

Porque no hay palabras que justifiquen mis errores ni los tuyos, pero me lo dijiste una vez: somos cojonudos juntos. 

miércoles, 18 de junio de 2014

De veranos despeinados

Todos tenemos un sitio al que huimos cuando las cosas no van bien, cuando la realidad nos da por saco. El mío es el verano de 2011, antes de que Miley Cyrus se convirtiera en un engendro salido de una película pornográfica, antes de que el futuro fuera lo más importante y antes de que el trabajo nos quitara días de estar juntas. 

El verano de 2011 fue el verano de nuestras vidas. Todos tenemos uno de esos, uno que recordamos por encima de todos los demás, al que no dudamos en volver cuando la realidad azota y cuando del suelo brotan varios miles de coches, encerrándote en un atasco, a cuarenta grados a la sombra y con tu mala leche expandiéndose hasta los asientos traseros.



Todo empezó como empiezan los mejores momentos, de forma casual, espontánea, sin esperar nada pero deseándolo todo. Un extraño me regaló un disco, de esos de promo, de apenas cuatro canciones. Lo que aquel hombre y toda su buena intención no sabían, era que me había proporcionado la que sería la banda sonora de aquel verano. 

Hitten, de Those Dancing Days sonaba en mi coche, coreada por cuatro amigas que se descubrieron a ellas mismas bajo la letra de aquella canción. Descubrieron que la vida estaba para vivirla y que los mejores momentos perduran. Descubrieron que si el día no es suficiente, tenían toda la noche. Descubrieron que hay lugares en los que los cortes sangran, pero no duelen. 

Y aquellas éramos nosotras.


Poco teníamos que ver la una con la otra, edades distintas, ninguna el mismo peinado ni la misma forma de vestir, pero con las mismas ganas de comernos la isla, el mundo, y lo que nos pusieran por delante.

Nos comportábamos como ángeles cuando el momento lo requería, pero aprendimos que, como dijo Unamuno: "El demonio también fue un ángel", y no quisimos desobedecer sus órdenes. 

Nuestro verano se basó en tomar al pie de la letra las palabras de nuestras madres, cuando nos pedían con voz preocupada que volviéramos a casa de día, mejor que conducir de noche. 

Veíamos el amanecer y disfrutábamos de sus colores, mientras que comentábamos la jugada. Lo normal entre chicas, pero con el aditivo de que siempre había algo nuevo que contar. Y a pesar del sueño, volvíamos a casa cantando, riendo, y con el pelo hecho un desastre. 



Creo que esa es la mejor parte de la amistad, guardar los recuerdos bajo llave, o bajo el cartel de privado en youtube, y abrir el cajón de cuando en cuando, seguir sintiendo esa sensación de felicidad y seguir llorando juntas, pero de la risa. 

Aquel verano hicimos todo lo que nos tocaba hacer. Vivimos todo lo que nos tocaba vivir. Fue uno de esos veranos de los que hablarás a tus hijos, pero cuando sean mayores de edad. Habrá quien piense que aquellos días olvidamos nuestra moralidad en el fondo de la copa, pero disfrutamos como locas. Y si la vida no la disfrutas, envejeces antes de tiempo. 




El otro día leí que "Todo lo bueno en esta vida despeina: hacer el amor, saltar, bailar, correr, reír a carcajadas..." Aquel verano lo pasamos con el pelo hecho un desastre. 

martes, 17 de junio de 2014

Y mientras tú, cosiendo heridas

"Amiga mía, no sé qué decir, ni qué hacer para verte feliz. Ojalá pudiera mandar en el alma o en la libertad, que es lo que a él le hace falta, llenarte los bolsillos de guerras ganadas, de sueños e ilusiones renovadas. Yo quiero regalarte una poesía; tú piensas que estoy dando las noticias". (Amiga mía, Alejandro Sanz)

Llevo toda la tarde escuchando esta canción, y no me puedo acordar más de ti, amiga. Te he visto fumarte un cigarro tras otro, encerrada en tu silencio porque no hay nada que puedas escuchar esta noche que te haga sentir mejor. No hay nada que pueda aliviarte, no esta noche.


Te he visto esconderte tras el humo de tu cigarro y servirte una copa esperando que el tiempo pase. Te he visto coserte las heridas y ver, impasible, cómo siguen sin cicatrizar. Te he visto, amiga, llorar, por lo que antes te hacía sonreír.


Sé lo que es sentir que el cielo está a apenas dos metros del suelo. Sé lo que es sentir presión en el pecho y desear que desaparezca. Sé lo que es dormir con la cara empapada y despertarte pensando que todo ha sido una pesadilla. Sé lo que es que te rompan el corazón, y sé lo que se siente cuando cualquier movimiento hace que te agites y que cada pedazo de ti resuene a cada paso en falso que das.


Porque ya son demasiados golpes contra el suelo, demasiadas ganas de que algo salga bien, y demasiadas vueltas en una montaña rusa de la que ya es momento de que te bajes. 


Sé lo que es vivir en bucle, cometiendo un error y dejándote la piel para enmendarlo. Sin sentido. Porque en eso es en lo que crees que se ha convertido todo, en un sin sentido absurdo, que te come las ganas y te apaga. 




Lo que no sabes es que la vida está llega de segundas y de terceras oportunidades, que la felicidad tiene sentido cuando la compartes pero que con la primera persona con la que tienes que compartirla es contigo misma. 


Lo que quiero que sepas, amiga, es que pocas personas tienen las ganas y la fuerza que tú has mostrado, que pocas personas son tan delicadas y que son bastante menos las que hubieran seguido después de todo. Pero ahí estabas tú. Y ahí seguirás estando. 




Siempre he admirado tu capacidad de poder con todo, esa fuerza que siempre me has transmitido y esa claridad para ver lo que es realmente importante. 

Porque no hay nadie tan auténtico. Y sé lo que es pensar que todo aquello estaba perdido. Hoy no habrá palabras de aliento, más que las que tú encuentres. Hoy no habrá copas que consigan hacer olvidar, durante un par de horas, el dolor y las pocas ganas de continuar. 


Pero hoy seguirás estando tú. Y eso vale más que nada.