lunes, 20 de noviembre de 2017

Te prometo intentarlo

Hace unos días volví atrás en el tiempo. Volví a leer aquello que escribí hace tantos años y me sentí tan lejos de aquellas palabras que ya no recuerdo quién las escribió. Y, aparentemente, fui yo. O por lo menos es lo que me recordaste. Hoy me vuelves a pedir que te escriba, que vuelva a poner con letras y guiones lo que tienes dentro. ¡Y qué difícil, amiga! Porque, ¿si no te entiendes tú, cómo voy a hacerlo yo? Te prometo intentarlo.

Intentarlo como llevas intentando tú llenar tu casa de cuadros, de dibujos que te digan que vales todo el oro del mundo y que no hay nadie como tú. Y créeme, amiga, que no necesitas de viñetas que te lo digan, porque ya te lo digo yo. Eres única en tu especie, nadie se ríe como tú y mereces pasarte la vida riéndote, y que lo único malo que te pase sea ese dolor de estómago que llega por las agujetas de una felicidad desmedida.
 
Ilustración: Sara Herranz
Y créeme, amiga, que si te he visto reírte así, haré todo lo que esté en mi mano para que vuelvas a hacerlo. Te prometo intentarlo. Intentarlo como llevas intentando tú despertarte por el lado derecho de la cama, porque el izquierdo ya está ocupado. Y créeme, amiga, que sé que vas de hotel en hotel buscando algo que te haga reír como antes. Y déjame decirte, amiga, que aquello no está en los minibares de tus hoteles de gran ciudad, ni en los aviones a los que te subes cuando todavía no ha salido el sol. No. La felicidad, amiga, tampoco está en el norte, en ese norte que tanto adoras cuando lo que ocurre es que acabas perdiendo el sur. Ni siquiera está, como dice Andrés Suárez, en una noche de verano porque Benedetti en tus pupilas.
 
Ilustración: Sara Herranz

La felicidad y esa risa tuya tan tuya está aquí dentro, en el fondo de un fondo de saco del que salimos marcha atrás y en lo más profundo de un sofá rojo que hace tiempo que nos llama a gritos. Porque no importa la distancia si seguimos escuchando tu risa a través de notas de voz. Te lo dije una vez, y con todo el amor del mundo te lo repito: el gris, amiga, no va contigo. Igual con esto no consigo hacerte reír, pero… Prometo intentarlo.


A B.G.V porque si la escucharas reír, no querrías verla llorar

jueves, 16 de noviembre de 2017

¿Qué pasa, chiquilla?

Las ocho es mala hora para coger el coche en Madrid. Sabes que tienes atasco seguro, y lo que viene con ello: el cerebro se enciende y empieza a trabajar. Empiezas a pensar en el trabajo, en las relaciones, en la vida… Y poco importa el conductor de al lado y su búsqueda intensiva de vida más allá de sus fosas nasales. Sigues abstraído en tu mundo. Y luego suena la música. Y en KISS FM deciden volver a un tiempo pasado y escuchas los primeros acordes de “Big Big World” de Emilia. (¡Qué fuerte, me había olvidado ese temazo!). Y entonces ya no hay vuelta atrás.
 
Ilustración: Sara Herranz

Y yo, big big girl in a big big world, me pongo a pensar en el día que llevo, en que tengo los hombros cargados con toda la tensión acumulada, el estómago vacío porque no me he acordado ni de comer y los ojos pesados, como si llevara un cuarto de tonelada de máscara de pestañas.

Y entonces llegas tú, así, de la nada, a recordarme lo mucho que te echo de menos y el alivio que hubiese sido una llamada, escuchando aquel “¿Qué pasa, chiquilla?”. Pero no un “chiquilla” como el grito de guerra de Seguridad Social, sino algo tierno, con cariño, porque sabías desde el principio que aquello de pequeña no iba conmigo y que lo de gordi y amor lo reservábamos para alguien que no fuéramos nosotros. Porque no éramos de esos. Éramos de los de en la vida y en la muerte y que la muerte nos pille viviendo. De los de noches enteras de verdades, de notas debajo de almohadas y de tortitas con chocolate.  ¡Joder, cuánto te echo de menos!
 
Ilustración: Sara Herranz

Y es egoísta por mi parte, porque siempre pienso en ti cuando algo va mal, cuando necesito que saques el as de la manga y me des la solución a cualquier incógnita, porque eras mi comodín. Siempre tenías algo que decir, aunque no fuera lo más inteligente, pero me hacías reír. Y nunca hubo amor entre nosotros, no era de eso. Era otra cosa, una historia de aventuras, de querer recorrernos el mundo empezando por una pequeña isla. Y alimentarnos de pollo al curry y de copas en vaso de plástico. Y todavía me acuerdo, y mira que han pasado años, de la forma que tenías de sonreír. Aunque la vida te diera palos y estacas, tú seguías sonriendo, porque así eras, porque así espero que sigas siendo.

Ilustración: Sara Herranz

Y que ya no estás es un hecho con el que hace tiempo que vivo y convivo. Sé que eres feliz, que sigues coleccionando horizontes, victorias y canciones de Paolo Nutini. De vez en cuando te escribo, te cuento cómo me ha ido el día, que progreso en el trabajo, que tengo infinitas dudas de cuál tiene que ser mi siguiente camino, que es tu cumpleaños y que vendería un pedazo de mi alma por poder volver a escribirte un minuto antes de que acabe, y volver a escuchar tu ansiedad por pensar que me había olvidado. Son años sin verte, pero nunca sin ti. Aquí sigues, aunque sepa que los caminos se separan, porque lo que es de verdad no muere nunca. Y todavía sigo esperando a que leas esto y suene mi móvil con un: “¿Qué pasa, chiquilla?”

martes, 7 de noviembre de 2017

CEO de mi propia vida

Hace tiempo leí un artículo que se titulaba algo así como “Somos demasiado jóvenes para estar tan tristes”. Estaba basado en la frase de una ilustración de Sara Herranz (que, por cierto, saca nuevo libro y estoy deseando tenerlo entre mis manos). Recuerdo leer acerca de la depresión –qué palabra tan fea-, de la impotencia que sienten algunos por no llegar. ¿Llegar a dónde? A algún sitio con vistas, espero.

Recuerdo pensar en mí, en que yo no estoy triste, pero sí que soy joven. Soy todo lo joven que me proponga.
 
Ilustración: Sara Herranz
Ilustración: Sara Herranz

Sigo con mis veintiséis años a cuestas, disfrutando como si tuviera quince y valorando la vida como si fuera la primera vez que la vivo. Y yo, con mi juventud a la espalda, no estoy triste.

Estoy con ganas. Infinitas. Ganas de comerme el mundo, de comerme los conflictos que lleguen y aprender de ellos. Estoy con ganas. Con ganas de ser quien quiero ser, no quien me impongan. Ganas de hacer y deshacer. Estoy con ganas de equivocarme. Con ganas de dejarme la piel, el alma y hasta los huesos en aquello que creo. Estoy con ganas de hacerlo todo, lo que sé y lo que no sé. Porque si no lo sé lo aprendo, y si lo sé lo aprendo también.

Soy tema aparte. No estoy por encima ni por debajo, soy como tú y como todos. No, miento, no soy como nadie. Y casi…mejor. Yo tengo las riendas, yo tomo las decisiones. Soy CEO de mi propia vida.
 
Ilustración: Sara Herranz

Me gusta eso que se dice ahora de que los jóvenes no sabemos a dónde vamos, ni sabemos lo que queremos, que no levantamos la vista de la pantalla de nuestros teléfonos y que no sabemos vivir. Me gusta que se diga, porque me gusta y me encanta demostrarles lo equivocados que están.

Los jóvenes –los de ahora, los de siempre- tenemos la fuerza y sobre todo, la valentía, para mover el mundo en dirección contraria. Paramos el tiempo con un click y con otro lo retomamos, todavía más deprisa. Somos los que no nos conformamos con una vida de un rato. No, nosotros somos los de “todos mis ratos”.

Soy –y somos- los jóvenes del ahora. Los que salen en las noticias bajo el titular “un grupo de jóvenes…” Sí, sí, somos esos. Los que creamos empresas y nos dejamos la piel en ellas. Los que comemos en diez minutos porque el postre no es más que una pérdida de tiempo. Porque la vida es aquello que pasa mientras esperas que te traigan la cuenta.
 
Ilustración: Sara Herranz

Somos los todoterreno, los huracanes. Los que arrasamos con todo y no dejamos títere con cabeza. Somos los que pensamos antes y después de actuar. Los que no nos arrepentimos por nada. Porque si lo hicimos, fue por algo, ¿verdad? Somos los que cambiamos de trabajo como de camiseta, porque no nos conformamos, porque innovamos hasta en la funda de nuestros teléfonos.

A nosotros no se nos puede definir, ni millennials, ni generación Y. Nosotros somos únicos, cada uno distinto. Basta ya de categorías, de estándares, de meternos a todos en el mismo saco. Ni la edad, ni el país, ni la cultura… No hay rasgos comunes con los que puedan segmentarnos. Porque quizá lo único que tengamos en común es nuestra pasión por el sushi, las series de Netflix y las frases de Defreds.

jueves, 5 de octubre de 2017

Desde quien soy

Hola. Estoy aquí. Sigo aquí. Quizá ha pasado demasiado tiempo. Quizá ya me has olvidado. O quizá, sólo quizá, estabas esperándome. Yo sí he estado esperando que saliera algo, algo que mereciera la pena poner en palabras, algo, por muy efímero que fuera, que hiciera a las palabras brotar. Y aquí está.

Siempre he presumido de ser una persona de esas… como se dice… “echada pa’lante”. Nunca entenderé esa expresión. Pero sí, básicamente es lo que he sido y lo que espero seguir siendo. De esas que da el primer paso, de las que se guía al ritmo de “el no ya lo tienes”, de las que se arrepienten antes de lo hecho que de lo no hecho. Algo así, sí.

Hace un año más o menos empecé la que sería la mayor aventura de mi vida hasta ahora. Imagínate. Yo, con mis 25 años de entonces, acostumbrada a lo mío, a lo que no es de nadie más, acostumbrada a mi ciudad, a mis planes, a mi vida de siempre. Yo, recorriendo el mundo solo con una mirada, aprendiendo gestos del otro lado del océano, costumbres, palabras, lenguajes, conociendo personas que se convertirían, sin lugar a dudas, en el gran amor de mi vida. Personas que por a o por b, e incluso por c, ya no están. No están aquí, en esta ciudad que tanto compartimos, ni tampoco están en aquel edificio blanco, antiguo, de techos altos que durante mucho tiempo estuvimos llamando casa. Y yo, cobarde, cuando tuve la ocasión de decirles todo lo que eran, todo lo que son, y todo lo que siempre serán, cerré el pico, callé la boca, y cobarde sí, muy cobarde, no tuve el valor de levantarme para gritar a los cuatro vientos que lo que es de verdad no acaba nunca. Y que crecí el día que me cogieron de la mano.



Hoy no escribo desde Salem, ni siquiera escribo desde como era. Escribo, por primera vez, desde quien soy. Y desde quien quiero seguir siendo.

Antes de que todo empezara escribí en un papel mi nombre, mi edad, mis estudios, mis inquietudes, escribí quien era. Y eso lo hicimos todos. Hoy, un año después, leo y releo esas palabras y sé que si pudiera volver a escribirlas, serían otras distintas, con otra esencia. Porque no soy la misma persona que era, y estoy muy orgullosa de poder decirlo en alto. He crecido. Gracias a ti. Porque estás tú, detrás de mi mejor yo.

Y hoy solo quiero decirte esto.

La calidad del amor no se mide –jamás- por la duración en el tiempo. Hay amores intensos que duran solo unos meses y otros que aunque duran años, apenas se consideran amor. Son otra cosa, pero no amor. Lo nuestro fue –y es- amor del bueno, del que supera el tiempo y el espacio, del que te hace volar durante horas para recibir un abrazo a la entrada a la terminal, del que te pone la piel de gallina cuando escuchas una canción, porque cierras los ojos y ya no estás parada en el vagón del metro, no, estás subida en tus tacones, mirando a tu alrededor y sintiéndote afortunada. El nuestro es ese tipo de amor. El de los buenos.

jueves, 8 de junio de 2017

La suerte de mi vida

Prefiero despedirme ahora, ahora que estás, que te puedo abrazar cuanto quiera hasta exprimir mis emociones, evitando que cualquier retal de mi amor por ti se quede en el camino. Prefiero despedirme ahora, ahora que estás y que vas a seguir estando. 

Porque solo tú entiendes mis palabras, solo tú entiendes por qué he llorado y por qué he reído más todavía. Solo tú comprendes que las noches ya no volverán a estar vacías y que el mundo entero se nos queda pequeño porque lo recorremos sólo con mirarnos. Solo tú sabes que escribo estas palabras, sentada en el mismo lugar donde me encontraste, perdida, desorientada. Y ahora te escribo, aquí, con la fuerza que me diste cuando me cogiste la mano y me dijiste que 'para siempre' existe, y somos nosotros


He crecido tanto que ya no recuerdo quien era antes de conocerte. Perdida, desorientada, muerta de miedo. Ese mismo miedo que olvidé en una azotea de Madrid, mientras que a base de vinos me decías que todo iría bien, que disfrutara de las vistas de esta ciudad, la mía. Aquel día, una imagen que se había repetido en mi retina más de un millón de veces, se veía diferente, los colores, más intensos. Porque contigo (me) he descubierto, he quitado la coraza y he dejado solo el corazón. 

Pero ahora me azota otro miedo. El miedo de no quererte tan lejos, porque cualquier calle más allá de la nuestra es una distancia que no quiero recorrer. No sin ti. 

Di que no te vas, di que te quedas conmigo, donde quiera que eso sea. Di que volvemos a empezar. Di que seguirás estando conmigo cuando caiga al vacío, cuando mis errores me castiguen, cuando la realidad me pueda. Di que estarás conmigo para mirarme y sin palabras, hablar. Di que seguirás calmando mis malos ratos. 


Quiero seguir buscando leche de almendra en las cafeterías, quiero seguir escuchando tus tacones a lo largo de los pasillos y verte llegar tarde, con una sonrisa, como si aquello no fuera contigo. Pero sabes que te espero llegar, que siempre te he esperado. Quiero seguir celebrando mis éxitos, y los tuyos, que siempre son los nuestros, con vistas al futuro y con el atardecer decorando tu copa de vino. 

Quiero seguir viendo cómo me miras cuando demuestro, una vez más, que soy ese desastre que siempre dices. “You are a mess, a beautiful mess”, me dijiste una vez. Nunca antes me dijeron tal verdad, ni me retrataron con tanta precisión y belleza. Y crecí, y todavía crezco, mientras te veo brillar y convertirte en la mejor persona del universo –porque el mundo se te queda pequeño.

Si la vida son dos días, déjame pasarlos contigo.





For you, always you, who share my long hours:

(I prefer to say goodbye now. Now that I have you, now that you are here, now that I have the opportuniy to hug you whenever I can, until I squeeze and pour my emotions out, and avoiding any pieces of my love for you from being left behind. I prefer to say goodbye now, now that you are here and that you will continue being. Because you are the only one that understands my words, only you, understand the reasons behind my tears and the reasons behind my many, many laughs. Only you, realize that nights won’t be an empty abyss again, and that the world has become infinitely small as we cross and break man-made barriers, only by a look. Only you, know that I write these words, seated in the same place where you found me; lost, disoriented, and confused. But now I am writing, with the strength you gave me when you hold my hand and told me that an eternal forever indeed exists. I’ve grown so much that I don’t remember who I was before I met you; lost, disoriented, scared to death. That same fear was left behind on a rooftop in Madrid, with a glass of wine in hand, you told me that everything would be alright and asked me to enjoy the views of the city, my city. That day, an image I have already seen a million times seemed different, brighter, novel. With you, I have discovered (myself), I have removed the shield and left only the heart. But now a different fear is beating me; the fear of having you far away, as any street beyond ours is a distance I don’t want to cover. Not without you. Say you won’t go. Say you would stay with me wherever that is. Say we will begin again. Say you will stay with me when I fall over the edge, when my mistakes punish me, when reality overwhelms me. Say you will be with me speaking without the need of words. Say you would keep relieving my worst of times.
I want to keep looking for almond milk, I want to keep hearing your high heels across the hallway and see you arriving late with a smile, as it was not your issue. But you know I always wait for you, I always have. I want to keep celebrating my success, your success, which will always be ours, and looking towards the future with the sunset whilst adorning your wine glass. I want to be able to keep watching you look at me when I prove, once more, that I am that mess, that beautiful mess you have always adored. Never before was I told such truth, neither was I portrayed with such accuracy and beauty. And as I grow and I am still growing while I watch you shine and turn into the best person of the universe –because the world cannot handle your spirit).

lunes, 18 de julio de 2016

How to save a life

Lo bueno de las despedidas es que duran un suspiro; lo malo, precisamente eso. Estaría despidiéndome de ti todo el tiempo, con tal de no hacerlo del todo.

Viviría entre las paredes de este aeropuerto si con ello siguiera aquí, atada a ti. 

Todavía siento los latidos de tu corazón y el mío, alejándose a medida que mis pasos, lentos y precavidos, huían del campo de batalla. 

Miré hacia atrás una vez –esto no te lo dije- y te vi, buscando despistado la salida. Del aeropuerto y de mi vida. Porque los dos sabíamos lo que era esto: una despedida, de las de verdad. De las de “todos los caminos llevan a Roma”, pero a mí me estaban llevando en dirección contraria. 


Y se quedaron tantas cosas por decir y sentir. Nos faltó tiempo. Por faltar, faltaron tantas y tantas cosas… Si te tuviera delante te diría que te mentí cuando te dije que podría haberme enamorado de ti. Lo hice. 

Me enamoré de ti y de tu forma de cantar en el coche, moviendo las manos al ritmo de los acordes de una guitarra que no estaba ahí. Y me mirabas, divertido. Te gustaba hacerme rabiar quitando las manos del volante. Y entonces yo te abrazaba despacio, apartándome en seguida para repetir contigo el estribillo. No se toca al conductor, decías siempre. Pero te gustaba que te diera la mano para besarla con fuerza. 


Me enamoré de tu mirada y de la forma en la que me sujetabas para que no cayera. Así estabas tú, salvándome. De los adoquines, del calor, e incluso de mí misma. Y me encantaría gritar(te)lo. Me has salvado. Me has salvado. Me has salvado. Y ahora sin ti, ¿qué? Dame la respuesta, igual que me has dado cien anteriores.

Me enamoré de tus promesas. Cumplidas. Todas. Jamás conocí a nadie tan a favor de su palabra. Me prometiste llevarme lejos y así lo hiciste. Me prometiste enseñarme tu mundo y no fallaste. Y ahora, cuando te pido que me prometas que no saldrás de mi vida, te ríes y guiñas un ojo, sabiendo que eso es lo único que no puedes asegurarme. 


Porque me enamoré de ti a pesar de que me avisaste. Tengo el corazón cerrado, aquí no cabe nada. Lo que no te dije es que somos dos corazones rotos que pueden formar uno completo. Y con eso nos basta. Y a mí me sobra.

Y que aquí, escuchando el mar, estoy tan lejos de ti que ni siquiera sé si compartimos la misma luna. Y te echo de menos. A ratos. No todo el tiempo. Cuando no te echo de menos es porque pienso en todo lo que tuvimos, y en todas las ganas que tengo de escucharte cantar(me). Corazón espinado.

lunes, 4 de enero de 2016

Bienvenidos a un día más

Como los lunes, los amaneceres, el día de tu cumpleaños, el mes de septiembre. Así es Año Nuevo, un punto de inflexión donde se empieza de cero -o eso se pretende-. Se prometen cambios, mejoras, los putos y jodidos propósitos que, al final, el día dos de enero pasan al olvido. ¿Verdad? Y eso sucede, simplemente, porque nos empeñamos en fijarnos metas tan sencillas que al final, nos aburren. 

Yo no voy a decir que iré más al gimnasio, ni que dejaré de fumar, ni que ahorraré algo de dinero, ni que estudiaré más, ni que saldré menos. No estamos para tonterías. 




Yo no voy a dejar que se vayan más trenes, ni voy a perder el tiempo esperando(te) en la estación. No voy a rendirme pero tampoco voy a luchar por causas perdidas. No voy a gastarme en historias vacías. No voy a dejar que otros marquen mi camino, ni voy a pretender ser guía turística de nadie. Ni siquiera de ti. 


No voy a vivir mirando al pasado, porque me he cansado de dolores de cuello. No voy a arrastrar fantasmas, ni demonios, que ya debieron quedar en el olvido. No voy a desenterrar cuentos de dolor y sufrimiento, cuando es más divertido recordar lo bueno y esperar que el futuro traiga consigo momentos todavía mejores.




No voy a poner nombres ni a clasificar historias. Voy a cerrar los ojos y a dejarme llevar, que ya me toca. No voy a vivir midiendo los riesgos ni los peligros, porque a veces hay que acelerar sin preocuparse por el precipicio. 


No voy a tener (tanto) miedo, ni voy a saciar la rabia con odio. No voy a querer(te) a medias ni a justificar los tropiezos con mentiras. No voy a seguir rompiéndome el alma contra tu pecho. 

No voy a permitir que mis errores condicionen la vida que quiero llevar. Porque todos somos humanos. Voy a hacer caso a Woody Allen cuando dijo: "Las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas". No voy a hablar en vano, ni mucho menos escribir porque sí. Hoy voy a coger el valor de las entrañas para vivir. 




Hoy, hoy voy a decirte que la vida es más bonita desde que te (re)tengo, que el día uno de enero no es más que otro día en esta historia que quiero compartir contigo. Hoy voy a soltarme el pelo, a dejar que el aire acaricie mis mejillas y que se enrojezcan con el frío. Hoy, desde luego, no voy a permitir que este frío me retuerza los huesos. 

Hoy voy a almacenar más recuerdos que fotografías; porque los mejores momentos son aquellos cuyo único testigo es nuestra memoria. Este año voy a escribir sobre ti, y sobre ti también, sobre ellas, sobre lo bonita que es la vida si sabes cómo mirarla y sobre el camino de baldosas amarillas. ¿Me acompañas?

jueves, 24 de diciembre de 2015

Carta a todo el que se ponga por delante

Quiero despertarme y leer un titular que diga que hoy todo va bien. Quiero que dé igual con qué pie pisar primero, porque va a ser un buen día (aunque caiga de cabeza). Quiero despertarme y verte, aunque sea roncando, y recordarme a mí misma que, después de la voz de Frank Sinatra, el tuyo es el sonido más hermoso

Quiero poder decir las palabras hermoso, bello y amar, y que nadie me tome por descendiente de William Shakespeare.  Quiero mirarme en el espejo, apartar las legañas, y sentirme orgullosa (y ya de paso, feliz) de la persona que tengo ante mí. 


Quiero seguir escribiendo cartas a Papá Noel, Reyes Magos, al Ratoncito Pérez e incluso al Hombre del Saco, a ver si viene a buscarme y me suelta en alguna playa, a poder ser, del Mediterráneo. 

Quiero que no se nos olvide que un día fuimos niños y que todavía tenemos que seguir siéndolo. Porque como dijo el escritor británico Gilbert Keith Chesterton: "Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es una maravilla". Y esto, queridos, se nos ha olvidado. 


Hemos olvidado la emoción de esperar por los regalos, de sentarnos en la mesa y recordar, precisamente, cómo eran las cosas cuando medíamos medio metro. Hemos olvidado lo que significa compartir, las discusiones por política que acaban en risas y en botellas de vino vacías. Hemos olvidado que la vida está para vivirla, para almacenar recuerdos y fotografías que algún día, nos alimentarán. 

Quiero que corra el champán y no la sangre, que esta noche -y mañana, y al otro- las únicas armas que tengamos en las manos sean abrazos. Y que imágenes como esta se repitan día sí, día también. 

                                                                    Fotografía: @alilopp

Quiero que todo se haga porque sí, que no haya motivos ocultos para el exceso de cariño, ni para los favores. Quiero que no haya ausencias y que, si las hay, se recuerden a cada momento. Quiero que la vida siga repartiendo buenos momentos, para mí, para ti y para todos. Porque aunque haya quien me lleve la contraria, siempre he creído y creeré hasta el punto y final de mi vida, que cosas buenas le pasan a la gente buena. 

Quiero que dejes de tener miedo de vivir, que dejes de andar cabizbajo y que el agobio deje de colarse por cada poro. Quiero que juegues bajo la lluvia y que el frío no esté lo suficientemente bajo cero como para que nieve. Y que ese sea tu único motivo de enfado. 


Quiero que hoy olvidemos a quien hay que olvidar porque no merece la pena seguir recordando, pero que nos acordemos una y otra vez de aquel al que nunca debimos olvidar. Porque la vida es así de traicionera, pero somos más fuertes y, si nos apetece, le ponemos la zancadilla y seguimos el camino de baldosas amarillas. 

Quiero que hoy cojamos el teléfono y marquemos ese número que hace tiempo que no marcamos pero que, como montar el bicicleta, nunca se olvida. Y que no haya reproches, solo palabras de amor, de cariño, un cómo te va todo y un tengo ganas de verte, vamos a tomarnos una cerveza. Y que la respuesta a eso esa un una no, dos o tres

Quiero irme a dormir esta noche pensando: "Hoy ha sido un buen día, y mañana será mejor". Feliz navidad.