Las
ocho es mala hora para coger el coche en Madrid. Sabes que tienes atasco
seguro, y lo que viene con ello: el cerebro se enciende y empieza a trabajar.
Empiezas a pensar en el trabajo, en las relaciones, en la vida… Y poco importa
el conductor de al lado y su búsqueda intensiva de vida más allá de sus fosas
nasales. Sigues abstraído en tu mundo. Y luego suena la música. Y en KISS FM
deciden volver a un tiempo pasado y escuchas los primeros acordes de “Big Big
World” de Emilia. (¡Qué fuerte, me había olvidado ese temazo!). Y entonces ya
no hay vuelta atrás.
Y
yo, big big girl in a big big world,
me pongo a pensar en el día que llevo, en que tengo los hombros cargados con
toda la tensión acumulada, el estómago vacío porque no me he acordado ni de
comer y los ojos pesados, como si llevara un cuarto de tonelada de máscara de
pestañas.
Y
entonces llegas tú, así, de la nada, a recordarme lo mucho que te echo de menos
y el alivio que hubiese sido una llamada, escuchando aquel “¿Qué pasa,
chiquilla?”. Pero no un “chiquilla” como el grito de guerra de Seguridad
Social, sino algo tierno, con cariño, porque sabías desde el principio que
aquello de pequeña no iba conmigo y
que lo de gordi y amor lo reservábamos para alguien que no
fuéramos nosotros. Porque no éramos de esos. Éramos de los de en la vida y en
la muerte y que la muerte nos pille viviendo. De los de noches enteras de
verdades, de notas debajo de almohadas y de tortitas con chocolate. ¡Joder, cuánto te echo de menos!
Y es
egoísta por mi parte, porque siempre pienso en ti cuando algo va mal, cuando
necesito que saques el as de la manga y me des la solución a cualquier
incógnita, porque eras mi comodín. Siempre tenías algo que decir, aunque no
fuera lo más inteligente, pero me hacías reír. Y nunca hubo amor entre
nosotros, no era de eso. Era otra cosa, una historia de aventuras, de querer
recorrernos el mundo empezando por una pequeña isla. Y alimentarnos de pollo al
curry y de copas en vaso de plástico. Y todavía me acuerdo, y mira que han
pasado años, de la forma que tenías de sonreír. Aunque la vida te diera palos y
estacas, tú seguías sonriendo, porque así eras, porque así espero que sigas
siendo.
Ilustración: Sara Herranz |
Y
que ya no estás es un hecho con el que hace tiempo que vivo y convivo. Sé que
eres feliz, que sigues coleccionando horizontes, victorias y canciones de Paolo
Nutini. De vez en cuando te escribo, te cuento cómo me ha ido el día, que
progreso en el trabajo, que tengo infinitas dudas de cuál tiene que ser mi
siguiente camino, que es tu cumpleaños y que vendería un pedazo de mi alma por
poder volver a escribirte un minuto antes de que acabe, y volver a escuchar tu
ansiedad por pensar que me había olvidado. Son años sin verte, pero nunca sin
ti. Aquí sigues, aunque sepa que los caminos se separan, porque lo que es de
verdad no muere nunca. Y
todavía sigo esperando a que leas esto y suene mi móvil con un: “¿Qué pasa,
chiquilla?”