martes, 14 de enero de 2014

Cuando el límite no es infinito

Todo, absolutamente todo lo que merece la pena viene con libro de instrucciones, desde los muebles de Ikea hasta cómo hacer un bizcocho. La vida ha avanzado tanto que tenemos libros sobre cómo ser padres, cómo hacerse millonario en un abrir y cerrar de ojos o cómo adelgazar comiendo bocadillos. 

Pero por muchos manuales, libros o tutoriales que haya, nada ni nadie nos puede decir cómo vivir. Ni siquiera yo que estoy aquí escribiendo sobre lo que conozco, sobre lo que veo.  

Agradecida de que me leas, pero tampoco me hagas demasiado caso.


A lo que iba. Cómo vivir. Cómo querer. Cómo hacer que nos quieran. Sí, todo eso está muy pero que muy bien. Pero al final es como todo, a vivir se aprende viviendo y a querer, queriendo. Punto. No hay explicación más sencilla.

Pero yo me pregunto, ¿y a superar el dolor? ¿Eso cómo se hace? Hay dolores que tal como llegan, se van. Pero hay otros que nos empeñamos en repetir, en mantener ahí, hincados en la piel, acostumbrándonos a él hasta que son tan parte de nosotros que ni nos damos cuenta de lo que hieren. 


Hablando con una amiga, me hizo pensar en algo: ¿Hasta dónde llegamos? ¿Cuál es nuestro límite? ¿Cuánto dolor podemos aguantar? Ella es de esas personas que ha sufrido como la que más, ha querido de la mejor forma posible y la han querido también a raudales. Pero eso no ha sido suficiente. 

El todo nunca va a ser suficiente con nosotras. Somos inconformistas sí, pero no tontas. Queremos siempre más de lo bueno, no de lo malo. Y eso es lo que muchas veces recibimos: patadas en el culo. Pero lo aguantamos porque queremos. Además de inconformistas somos masocas, nos va la marcha. Pero hasta cierto punto. Sin pasarse. 


Tenemos un límite. La cuestión es dónde se encuentra. ¿Hasta cuándo tenemos que estar esperando cuando nos piden que esperemos? ¿Cuánto tiempo tenemos que mantener la puerta cerrada mientras que ellos son castigados en el umbral? ¿Dónde está el límite de nuestro aguante? ¿Cuántas más segundas oportunidades estamos dispuestas a dar?

Como todo, depende de cada persona. Hay quien aguanta poco y hay quien aguanta demasiado. Y hay quien directamente no aguanta. Y sobre esto no sé realmente qué pensar. 

Soy de las que cree en el cambio, en que un grito no define a una persona. Pero, ¿y uno tras otro? Las broncas son necesarias, siempre lo he pensado y siempre lo pensaré, pero, ¿hasta qué punto? No hay una norma que establezca que la relación perfecta son tres enfados al mes. Es más, no hay relación perfecta. Y punto. Hay relaciones felices y otras que no lo son. 


Me cuestiono todo esto porque realmente no tengo respuesta. No puedo decirte hasta donde tienes que aguantar, ni si tienes razón dejándole las maletas en el rellano, ni si después de dos horas esperando en el portal es momento de abrirle la puerta y las sábanas de la cama. 

Cada uno decide cómo vivir su vida pero lo que está claro es que hasta que no rozan el límite, no espabilan. Cuanto más grande es el ramo, más grande es el enfado. Pero aun así, vemos todas esas flores, algo tan bonito acompañado por un te quiero, un perdón, un te necesito en mi vida o todo tipo de derivaciones tan poco propias de él, que nos derretimos. Todas. Sin excepción. 


Y es que no tenemos remedio. Nos gusta sentir que luchamos hasta el final, pero la mayoría de veces la valentía no está en aguantar, sino en dar el paso y permanecer fiel a tu límite, esté dónde esté.

Y mira que sí, que te quiero mucho, pero me quiero más a mí. 

sábado, 11 de enero de 2014

Tanto que sí, que no

Vamos a ver. Viernes noche. Es así. Sales de fiesta con tus amigas, todo parece una noche normal, de esas que bebes mucho, te ríes todavía más, subes fotos a instagram de las cuales no te vas a acordar al día siguiente y ligas

Sí, sí. Ligas. Chica, eres joven, date un garbeo

Y, ahí está, le viste nada más entrar pidiéndose el que sería su cuarto gin-tonic de la noche. Está en la barra, por lo que entra dentro de nuestra categoría de amores de barra


Coincidencias de la vida es amigo de un amigo. El mundo es un pañuelo y acabas de conocer al moquete de turno. Vas bebida pero todavía no rozas la ridiculez. Bien, bien, vamos bien. Bailas. Te invita a tu tercera copa y a su quinto gin-tonic. 

Os salís fuera a fumaros un cigarro. Te deja su chaqueta porque hace un frío de espanto. (¡Olé la Ley Antitabaco!). Otra copa más y tus amigas ya están dándote la lata porque te has pasado toda la noche colgada al cuello de ese ser que bien podría haber salido de Pasión de Gavilanes. 

Y en cuanto ve que llega el inminente final, te besa. Y qué bien sienta, ¿verdad? Te vas contentita a casa y él con los morros colorados. Marca de la casa. 


Y te vas a dormir tan tranquila. Feliz porque se ha quedado con tu teléfono pero llevas tanto alcohol en sangre que caes rendida nada más aterrizar en tu cama. 

Y a la mañana siguiente... ¡Sorpresa! Un whatsapp. (Sí, ya no se mandan cartas, es una pena). 

- ¿Qué tal? ¿Mucha resaca?

Venga. Tú. El corazón late a mil revoluciones por minuto. Este sí que sí, piensas como si fueras nueva en esto. ¿Este sí que sí qué? ¿Te vas a casar con él, vaís a tener tres churumbeles y los domingos iréis a comer a casa de los suegros? No bonita no te confundas. O por lo menos no te adelantes. Has pasado una noche con él, te ha dado un beso que supo bien pero a poco. Y punto. No corras. 

- Hola. Nada de resaca, ¿tú?


En línea. No contesta. Y así estás tú, con una resaca del demonio esperando a que tu gavilán se digne a contestar. Después de lo que parece una hora en línea (¡Hay que ver que mal ha hecho el wuasap a este mundo!) decides olvidarte, te duchas, comes, comentas la noche con tus amigas y a otra cosa, mariposa. 

Tres, cuatro y cinco horas más tarde...

- ¿Qué plan tienes hoy?

Y vas tú, tonta, y contestas.

- No sé todavía.

Sé mala, no le preguntes. 


- ¿Te apetece ir a tomar una cerveza?

No, más alcohol no, por Dios. 

- Venga, vale.

Y a medida que avanza el número de cervezas ingeridas se incrementa el número de palabras. Es directamente proporcional. Una cerveza, monosílados. Tres cervezas, voy a comer panchitos porque sino no me voy a callar jamás. 


Te has reído. El chico te ha llegado bien. Te deja en casa y te vuelve a dar un beso. De esos tiernos, casto, nada baboso y hasta romántico. Si fueras un emoticono te saldrían corazones por los ojos. Y mira que eres tonta...

- Te prometo que mañana te llamo

Vale nene, ya la has cagao. Te prometo dice. Empieza a reírte ahora porque mañana las vas a pasar canutas como le creas. Porque, como es normal y como tendrías que haber aprendido a estas alturas de la película: no te va a llamar, si eso, un wuasap, si eso. 

Y así te quedas, con cara de tonta. Mirando el móvil cada tres segundos, no vaya a ser que se paralice el sistema de telecomunicaciones y te quedes sin cobertura justo cuando te está llamando, le salté el buzón y adiós muy buenas.


Y te preguntas qué ha podido pasar, si comiste demasiados cacahuetes o bebiste demasiadas cervezas, si ibas demasiado informal o si la noche le confunde y se esperaba a otra. No te comas la cabeza. Ni lo uno ni lo otro. Has sido perfecta. Has sido cordial. Simplemente, él no era para ti. 

Y después de la psicosis que te entra durante una semana repasando todos y cada uno de los minutos del plan (es que a mí lo de cita me suena a película americana, y esto es la vida real), después de leer y reeler los escasos mensajes y después de que tu mano adopte la forma del teléfono de tanto sostenerlo esperando una señal del cielo, entras en razón. 


Pero va el c****** y el viernes te escribe. Claro, es viernes. Se habrá tomado sus cinco gin-tonics y querrá mambo. Y va y cuando sacas todo tu demonio interior te suelta, con dos pelotas:

- Pero, no te enfades. 

"Qué lástima que no lo haya en emoticono, que sino, te lanzaba todo mi dedo corazón, que es lo único que vas a recibir", piensas. Claro, lo piensas porque para qué lo vas a decir. Sale surfeando en su foto de perfil. Hace surf. Es el amor de mi vida. 

¡Y una ****!


Es uno más, de esos que se cree que sabe lo que quiere pero que no puede decidirse entre una caña y un tercio. Es uno de esos que ha visto un bache en la carretera y ha decidido dar la vuelta. El mundo está lleno de poco valientes, y tú te acabas de topar con uno. 

Tanto que sí, que no, no es sano. Diviértete, vive tu vida, y cambia el final del cuento, que Blancanieves solo tenía una indigestión y la Bella Durmiente la tensión baja.