viernes, 17 de enero de 2014

Y vas tú y te enamoras

Te voy a dar la peor noticia que vayas a recibir. Siento ser yo quien te lo diga pero es momento de que sepas la verdad. Ha pasado tiempo y no puedes engañarte más. Mírate en el espejo, ¿acaso no es obvio?

Ya no eres un niño. Es momento de empezar a asimilar y vivir en consecuencia. Tus problemas no son los que eran, tanto dramatismo ya no se acepta y por mucho que llores la solución no va a llamar a tu puerta. Nadie te va a coger en brazos cuando llores ni va a cumplir todos tus deseos cuando pongas cara de corderito. 



Y es que antes todo era diferente. Cuando eras pequeño y no podías dormir tenías a alguien cantándote canciones de cuna o contándote por décima vez el cuento de Los tres cerditos o de Caperucita Roja, cambiándote la versión para que el lobo fuera menos malo. 

Ahora te toca contar ovejas y esperar a perder el sentido. Es el turno de crear tu propio cuento y de dormir recordándolo e intentando cambiar el final. Pero ahora también hay lobos, y estás a punto de toparte con ellos. Y no será bueno.



Y qué fácil era todo antes, cuando tu mayor drama era no haber terminado los deberes o que el compañero de turno no te diera chuches en el autobús. Ahora los deberes y las chuches te importan un culo, porque tienes que levantarte al sonido del despertador, maquinaria infernal, y afrontar problemas de verdad, cosas de mayores. De esas que si no se resuelven provocan una ciclogénesis explosiva o el colapso del planeta. O todo en uno.  

Y te puede la pereza, y el asco, porque tienes demasiado pecho y la gente se ha olvidado del color de tus ojos, o tienes demasiada barba que te toca afeitar cada mañana porque sino no estás decente. Tienes que parecer mayor, actuar y pensar como tal. Simplemente, tienes que ser mayor.



Envidias a Peter Pan porque nunca crece. Nunca tiene que acudir a reuniones ni hacer cálculos para llegar a fin de mes. Nunca tiene que pensar en cómo llenar la nevera ni en que la gasolina ha subido. Vive de vacaciones y no tiene responsabilidades ni que dar cuenta a nadie. Nunca tiene que enamorarse, desenamorarse y superar ese desamor para seguir respirando. 

Porque esa es otra. Creces y vas tú, y te enamoras. Y entonces ya no hay vuelta atrás. Ya no puedes hacer como si nada importara, porque importa. Ya no estás tú. Te han abducido y da igual cuánto mires para atrás, esa persona que ves ha crecido, se ha enamorado y ya no piensa en primera persona. 



Te van a hacer daño. Ya te voy avisando. En lo que respecta al amor viene todo junto: felicidad y daño. El querer es lo que tiene, que no todo depende de ti. Es como conducir, seguir las normas no te exime de tener un accidente, porque habrá quien no las siga. Y te la pegues. Y te preguntarás qué has hecho, y la respuesta será nada. Pero ahí estarás tú, con el corazón destrozado. 

Pero tampoco es cuestión de ser tan negativos. Lo de enamorarse está la mar de bien. Todo eso de las mariposas en el estómago que se confunden con diarreas; lo de sonreír hasta que sumas a tu cara varias arrugas, pero son de felicidad así que no cuentan, embellecen; lo de mirar el teléfono esperando una notificación y recibirla y poner la misma cara que pondrías si se te hubiera aparecido la Virgen. Todo eso está muy bien.



Y es que, como dice Carlos Salem: "Mira que hay tontos enamorados en este mundo...". Porque cuando te enamoras y dejas de ser tú, te conviertes en un tonto que se ríe por todo, que llora por nada y que busca incluir el nombre de la otra persona en todas y cada una de las conversaciones. 

Que si Pedro por aquí, que si mira Pedro lo que dice, que si Pedro puede hacer tal, o cual. Y todo el mundo acaba hasta las narices de Pedro y de ti, pero te da igual porque estás enamorada y porque Pedro... 



Y es que al final en eso se basa todo. No hay una ley que nos obligue a enamorarnos, a emprender una vida en común (que frase tan típicamente de mayores), a planear un futuro, ni a dormirte inventándote tu cuento de turno, en el que no hay ni brujas ni dragones, pero ahí estáis vosotros. Nadie te obliga pero te enamoras sin quererlo ni beberlo. Y eso es lo que cuenta. 

Enhorabuena, has crecido. Te toca vencer el miedo, aprovechar cada instante de alegría y sonreír todo lo que puedas, es tu turno de ser feliz. Sin miedos. Que venga lo que tenga que venir. Se valiente. Afróntalo con ganas y con fuerza, da todo de ti y sonríe. La vida se vive mejor sonriendo. 

martes, 14 de enero de 2014

Cuando el límite no es infinito

Todo, absolutamente todo lo que merece la pena viene con libro de instrucciones, desde los muebles de Ikea hasta cómo hacer un bizcocho. La vida ha avanzado tanto que tenemos libros sobre cómo ser padres, cómo hacerse millonario en un abrir y cerrar de ojos o cómo adelgazar comiendo bocadillos. 

Pero por muchos manuales, libros o tutoriales que haya, nada ni nadie nos puede decir cómo vivir. Ni siquiera yo que estoy aquí escribiendo sobre lo que conozco, sobre lo que veo.  

Agradecida de que me leas, pero tampoco me hagas demasiado caso.


A lo que iba. Cómo vivir. Cómo querer. Cómo hacer que nos quieran. Sí, todo eso está muy pero que muy bien. Pero al final es como todo, a vivir se aprende viviendo y a querer, queriendo. Punto. No hay explicación más sencilla.

Pero yo me pregunto, ¿y a superar el dolor? ¿Eso cómo se hace? Hay dolores que tal como llegan, se van. Pero hay otros que nos empeñamos en repetir, en mantener ahí, hincados en la piel, acostumbrándonos a él hasta que son tan parte de nosotros que ni nos damos cuenta de lo que hieren. 


Hablando con una amiga, me hizo pensar en algo: ¿Hasta dónde llegamos? ¿Cuál es nuestro límite? ¿Cuánto dolor podemos aguantar? Ella es de esas personas que ha sufrido como la que más, ha querido de la mejor forma posible y la han querido también a raudales. Pero eso no ha sido suficiente. 

El todo nunca va a ser suficiente con nosotras. Somos inconformistas sí, pero no tontas. Queremos siempre más de lo bueno, no de lo malo. Y eso es lo que muchas veces recibimos: patadas en el culo. Pero lo aguantamos porque queremos. Además de inconformistas somos masocas, nos va la marcha. Pero hasta cierto punto. Sin pasarse. 


Tenemos un límite. La cuestión es dónde se encuentra. ¿Hasta cuándo tenemos que estar esperando cuando nos piden que esperemos? ¿Cuánto tiempo tenemos que mantener la puerta cerrada mientras que ellos son castigados en el umbral? ¿Dónde está el límite de nuestro aguante? ¿Cuántas más segundas oportunidades estamos dispuestas a dar?

Como todo, depende de cada persona. Hay quien aguanta poco y hay quien aguanta demasiado. Y hay quien directamente no aguanta. Y sobre esto no sé realmente qué pensar. 

Soy de las que cree en el cambio, en que un grito no define a una persona. Pero, ¿y uno tras otro? Las broncas son necesarias, siempre lo he pensado y siempre lo pensaré, pero, ¿hasta qué punto? No hay una norma que establezca que la relación perfecta son tres enfados al mes. Es más, no hay relación perfecta. Y punto. Hay relaciones felices y otras que no lo son. 


Me cuestiono todo esto porque realmente no tengo respuesta. No puedo decirte hasta donde tienes que aguantar, ni si tienes razón dejándole las maletas en el rellano, ni si después de dos horas esperando en el portal es momento de abrirle la puerta y las sábanas de la cama. 

Cada uno decide cómo vivir su vida pero lo que está claro es que hasta que no rozan el límite, no espabilan. Cuanto más grande es el ramo, más grande es el enfado. Pero aun así, vemos todas esas flores, algo tan bonito acompañado por un te quiero, un perdón, un te necesito en mi vida o todo tipo de derivaciones tan poco propias de él, que nos derretimos. Todas. Sin excepción. 


Y es que no tenemos remedio. Nos gusta sentir que luchamos hasta el final, pero la mayoría de veces la valentía no está en aguantar, sino en dar el paso y permanecer fiel a tu límite, esté dónde esté.

Y mira que sí, que te quiero mucho, pero me quiero más a mí.