domingo, 11 de enero de 2015

¡A las armas, mis valientes!

Vivimos en un mundo de mierda, y no tengo ningún reparo en reconocerlo. No soy una persona pesimista, ni negativa, ni veo las cosas gris oscuro casi negro ni mucho menos vivo en una constante neblina londinense. Soy realista. Y vivimos en un mundo de mierda. Un mundo donde todo el mundo engaña, donde nadie confía ni en su sombra y donde nos dedicamos a buscar con un miedo terrible a encontrar. 

Y encontramos, ¡vaya si encontramos!
 

Vivimos en un mundo donde la felicidad se define por el número de veces que vibra el móvil, donde el tamaño de la amistad es proporcional a los grupos de whatsapp.

Vivimos en un mundo donde se habla de salir de la 'zona de confort' pero todos se quedan en ella. Vivimos en un mundo donde ya nadie piensa lo que dice ni dice lo que piensa. Donde medimos nuestro ego por el número de 'likes' de nuestras publicaciones; y donde la seguridad en uno mismo varía en función de la existencia de comentarios en una fotografía. 

¿Comentarios de quién?

Por favor, pensadlo. 

Vivimos en un mundo donde si eres tú mismo te juzgan y, sino, también. Nadie se libra de entrar dentro de una categoría, con su etiqueta y su precio de compra. Nos rebajamos a la mínima potencia con tal de agradar al prójimo, sea quien sea. No sabemos diferenciar entre lo que merece la pena y lo que merece la alegría. Queremos contentar a todos porque alguien nos ha dicho que cuantos más amigos en facebook, más feliz vas a ser. 

Ese 'alguien' ha creado monstruos. 



Vivimos en un mundo donde no tenemos cojones a dejarnos llevar por la felicidad por miedo a darnos de bruces contra el suelo. "¿Y si no sale bien?", "¿y si me enamoro y me deja tirada?"... ¿Y si eso pasa, qué? ¿Te mueres? ¿Se te apaga el corazón? No, ¿verdad?

Vivimos en un mundo donde el sentido del humor se paga con pena de muerte y la risa con cadena perpetua. 



Lo que yo decía: una mierda. La vida tiene que ser más que esto. Sino, que paren el tren, que yo me bajo. Me largo a buscar a alguien que aprecie un abrazo, el sonido de la voz tras un auricular o el chirrido de las ruedas del coche al aparecer por la esquina. Alguien que tenga los santos ovarios de establecer una meta y no parar hasta llegar a ella. O, por lo menos, intentarlo.

¿De verdad queremos hacer de éste un mundo de cobardes?


"Mejor haber amado y perdido que no haber amado", dicen. Y yo, yo me quito el sombrero con el que parió esta idea. 

El mundo necesita más gente que luche por lo quiere, más mentes que piensen y más bocas sin miedo a poner en palabras lo que otros callan. 

Yo conozco a alguno que otro que ha sacado las uñas y hasta las garras para conseguir llegar a donde quieren. Y les admiro por ello. Y les envidio. Y lucho día a día por buscar esa fuerza para poder seguir sus pasos.

Porque el mundo necesita acción, necesita cojones. El mundo necesita valientes. 






A Claudia, por ser una valiente
A Javier, por esperarla siempre

martes, 18 de noviembre de 2014

La alegría de mi huerta

Creo que llevamos tiempo equivocados. Creemos que la vida es buscar a alguien que te acompañe durante el camino, que te levante en los malos momentos y disfrute contigo de los buenos. Alguien que jamás te deje marchar y que te asegure que nunca se va a ir. Alguien que te llene. Pero, ¿qué pasa si esa persona ya está ahí? ¿Qué pasa si esas personas ya están ahí? Nos dedicamos a proteger las relaciones de pareja, y nos olvidamos de proteger una relación todavía más importante. 

En mi caso son ellas. Y ellas son mejor que cualquier cosa. 


Mejor que el chocolate y las fresas con nata, mejor que el primer chapuzón de verano, mejor que las rebajas, que los batidos de Vips y los helados de Ben and Jerrys. Mejor que Zara y el nuevo modelo de Mercedes. Mejor que las ofertas de El Tenedor y las clases de Spinning. Mejor que los zumos de frutas a la orilla del mar y las fotos de Facebook

Mejor que los grupos de Whatsapp y las partidas de Triviados. Mejor que la heroína, el hachís y la marihuana. Mejor que el vodka, el gin y el ron. Mejor que las tartas de queso y el nuevo capítulo de Juego de Tronos. Mejor que todas las películas de Marvel y la escena de los patos del Diario de Noa. 

Mejor que ver Crepúsculo en pantalla grande, mejor que Formentera y sus italianos en vespa. Mejor que la Coca Cola Zero y los calipos de fresa. Mejor que volver a 140 km/h, mejor que dar negativo en un control y viajar con Iberia. Mejor que las visitas al Zoo con el colegio. Mejor que el primer sorbo de cerveza. 


No necesitamos medias naranjas. No estamos formados por una mitad más otra, sino por diferentes y muy variados pedazos. Ellas son mis pedacitos. Y no se necesita más. Nos distraemos buscando lo que no tenemos, lo que, bien es verdad, que algún día llegará. Nos encerramos en el cuarto a llorar porque aquella persona, la que para nosotros era el ombligo del mundo, se ha ido. 

Pero, ¿qué pasa con las personas que sí que están? Ellas no se van a ir. Lo han dejado muy claro. Jamás te juzgan, te dicen las verdades a la cara, sabiendo que duele más abrir los ojos después de un largo sueño, pero que la vista se recupera y las legañas acaban por disiparse. Y ya no te hablo de las lágrimas. Son de risa. De la risa. Y eso vale oro. 


'Y dejas de pensar en lo que te falta porque estás ocupado enamorándote de todo lo que tienes', me dijeron una vez. Tengo la suerte de que aquella persona todavía sigue en mi vida, y tengo la certeza de que seguirá ahí. 

A veces nos olvidamos del valor de una copa de vino y de una cena, porque estamos distraídos pensando en quién será el siguiente en nuestra cama, o en nuestro corazón. Un corazón que ya está ocupado. 

Tenemos que vivir más los Goonies y menos Cenicienta. Porque en las grandes historias de amor no hay besos, ni abrazos, ni cenas a la luz de las velas, ni sexo desenfrenado. Las grandes historias de amor están protagonizadas por alguien que se cae, y alguien que le levanta. Y por esos mismos dos, o tres, o cuatro, que acaban descojonándose después.