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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Yo para ser feliz quiero un camión

He estado pensando detenida -y terriblemente- sobre qué escribir. No me apetece hacer un post ni deseando felices fiestas, ni Feliz Navidad, ni ninguno de esos tópicos que nacen ahora en pleno mes de diciembre. 

Seamos realistas, para muchos no serán ni fiestas ni felices. Aunque sea Navidad y la gente prepare una mesa repleta de manjares (¡Qué festín, qué festín, qué festín!), todavía hay quien no tiene para comer, hay quien ha perdido su trabajo o para quien estas fechas no son más que el recordatorio de una ausencia. 

Ni soy el espíritu navideño en persona ni el Grinch. Ni tanto ni tan poco. Soy realista. La felicidad no solo tiene que estar presente ahora, sino siempre. Cada aspecto de nuestra vida debemos intentar aderezarlo con una pizca de felicidad (y se nos va la mano, mejor). Sea cual sea la estación o el día del año. 

Ea. Fin. Hasta aquí mi mensaje navideño.



Después de pensar en lo que significa la Navidad, me he puesto a pensar en la felicidad. Ese ente extraño, que se busca, que apenas se entiende pero que se persigue. Del estilo del anillo de Frodo pero sin su lado maligno. La felicidad como fin humano, emocional, sentimental y hasta filosófico. ¿Qué pensador que se precie no ha mencionado la felicidad? 

Hace tiempo me dijeron -alguien excesivamente sabio, seguro- que o eres feliz o no lo eres. Sin más. Sin términos medios ni vasos medio llenos o medios vacíos. O si o no. Dentro de tu estatus, puedes tener un porcentaje mayor de felicidad, dependiendo del momento. Pero, básicamente, el que es feliz, lo será siempre. Y viceversa. 

Lo de decir infeliz me suena más a insulto malintencionado que a otra cosa. Prefiero eso de o eres feliz o no lo eres. 

Y al carajo con la negatividad.



Tengo la firme convicción de que hay más seres felices, que el porcentaje está algo así como 80%-20% a favor de los sonrientes. Y es que sí hay algo que diferencie a este grupo, es su sonrisa. Cuando ves a alguien sonreír, enseñando sus dientes -aunque tengan un tono más tirando a veige por el café o los cigarrillos-, esa persona no puede no ser feliz.

Tendrá sus momentos de bajón, de bajada en la escala de la felicidad. Pero quien tiene motivos para ser feliz, amigos, lo será siempre. Y luego están los que no. 

Siento una pena terrible por los seres que van de felices pero luego no lo son. No creo que ni siquiera sepan en qué punto de la escala están, ni que están en números negativos y que sus intentos por ser felices son los más equivocados. 



Los que no pero creen que sí, que raza más apestosa. Son las malas personas, las que se deleitan con el sufrimiento ajeno, las que ven en los demás el fruto de su felicidad -cuando el origen de la felicidad debe estar en uno mismo-. Dependiendo de los males ajenos se sentirán más o menos felices, o eso creerán, porque ni se sentirán ni serán más felices. 

La felicidad está en las pequeñas cosas, y bendito fue el ser humano que así lo quiso. Una canción, una sonrisa, un mensaje con emoticono incluido -que ahora está muy de moda-... Hay quien es feliz con tan poco, que esa felicidad se contagia. 



La felicidad está en una sopa de fideos frente a la chimenea y en un gazpacho mirando al mar. En una ducha caliente y en el primer baño de agua salada. La felicidad está en una Coca Cola con amigas y en un gol en el último minuto. En el primer día de verano y en el último de invierno.

La felicidad puede estar en un resultado negativo y en un "todo ha ido bien". En las personas que te quieren y quererlas de vuelta. Está en despertarse y ver que todavía puedes dormir varias horas más. Está en September de Earth Wind & Fire.



La felicidad está en pasar el domingo en pijama y en que llegue la hora de irte a casa. Está en un atardecer mediterráneo y en la primera sangría de la temporada. En melón con jamón y en carne asada con puré de patata. 

La felicidad está en pasar las Navidades en familia y en ataques de risas. En los recuerdos de antaño y en los sueños de futuro. En verle volver a la vida cada mañana. 

La felicidad está donde tú quieras que esté. Solo tienes que descubrirla. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Todo lo que te hubiera dicho

El otro día se coló en mi lista de spotify una canción que me hizo volver al pasado. Recordé cosas, pensé en momentos en los que hacía tiempo que no pensaba y sonreí como una niña con una piruleta. Todo eso en los tres minutos y pico que dura la canción. 

He estado pensando en lo que me diría a mí misma si pudiera volver atrás a lo Marty McFly...


Deja de enamorarte del primero que pasa. Eso que sientes no son mariposas, son retortijones de tanta comida basura. Deja de intentar hacer felices a otros, y sé feliz tú. No vale con poner buena cara y aguantar lo que te echen. No te conformes. Sobre todo eso, no te conformes. 

Lo que ahora entiendes como el mayor drama de tu vida, no es ni una pequeña parte de lo que vas a tener que pasar. Pero recuerda, no llueve para siempre y todo lo malo pasa. Sé tú misma en las buenas y en las malas, porque solo tú podrás sacarte de los líos en los que te metas. 


Cuando tienes algo que ganar, siempre te arriesgas a perder. Pero merece la pena arriesgarse. Porque quien no arriesga, no gana, y eso es totalmente cierto. 

Lo de que la gente pasa y deja huella, también cierto. Aunque a ti las huellas te las dejarán a fuego, pero de nuevo, todo pasa. La vida no es fácil, ni para ti ni para nadie. Hay que vivirla con todo lo que tenemos. Agarra el primer arma que encuentres pero elige bien con quién usarla. Ni tanto ni tan poco. No puedes ir desprotegida pero tampoco atacar a todo el que se te acerque. Lo de ladrar al prójimo no está mal, pero si sabes cuándo parar. 


Las películas nos evaden, nos hacen alejarnos de nuestra propia vida para implicarnos en la de otra persona, pero hay que saber diferenciar entre ficción y realidad. Los únicos príncipes con los que te vas a encontrar son los que ya tienen la corona puesta. 

En esta vida, si hablamos de confianza mejor decir que "da asco", antes que decir que "es ciega". Guárdate parte de ti para ti misma. No lo des todo a la primera de cambio, ni al primero que pase.   


Cometer errores está bien, más que bien. De ellos se aprende. Dicen que los humanos somos los únicos animales que tropezamos dos veces con la misma piedra. Tú tropezarás dos, tres y cuatro, pero de cada caída aprenderás, y lo más importante, te volverás a levantar. 

Quiere todo lo que tengas aunque no tengas todo lo que quieres. Con el tiempo tus necesidades cambian y también lo que otros necesitarán de ti. Aprende a diferenciar entre los que te quieren por ti y los que te quieren por lo que les das. A los primeros tenlos cerca, a los segundos no les des nada, se irán por su propio pie. 


Quiere con locura pero ama con sensatez. Nadie te va a querer más de lo que te quieras tú a ti misma. Así que ya puedes ir empezando. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

De ladridos va la cosa

Me he acordado hoy de aquello que me sucedía cuando iba con mi madre andando por la calle y se cruzaba un perro. Cuando eres pequeño, no solo de edad, sino de tamaño, cualquier bicho de cuatro patas se asemeja más a un Tyrannosaurius Rex (T-Rex para los amigos) que a cualquier otra cosa. Yo era de esas que veía un perro y me escondía tras las faldas de mi madre (faldas, faldas no, mi madre siempre ha sido mujer de pantalones). "Tiene más miedo de ti que tú de él", me decía. Ingenua yo, respondía siempre: "¿Y por qué me ladra entonces?"



Ella no sabía responder. Ahora, con unos añitos de más y algo de perspicacia de menos, me he dado cuenta que no solo los perros ladran cuando tienen miedo. Nosotros también. Cuando algo nos aterra o nos infunde cierto respeto tendemos a ladrar. A atacar con todas nuestras fuerzas. 

Supongo que es una forma de defendernos. "La mejor defensa es un buen ataque", dicen por ahí. Algún chino, seguro. Ahora son todo proverbios chinos. 


En fin. Atacamos. Tal cual. Tenemos miedo a lo desconocido, nos armamos hasta los dientes con lo que sea que encontramos por casa y nos lanzamos al vacío. Lo mismo pasa con las personas. Cuando nos adentramos en el inexplorado mundo de las relaciones no lo hacemos sin defensa alguna. Chaleco salvavidas, balas de fogueo, bengalas, radiobaliza y hasta botiquín. Todo y más.

Nos protegemos detrás de una armadura medieval antes de comenzar cualquier relación. Sea del tipo que sea. For example. A la hora de trabajar algunas personas se enfundan los tacones para sentir que viendo el mundo desde arriba tienen cierta ventaja. Otros, a falta de tacones se esconden tras monturas de culo de vaso que les hacen sentir más como Clark Kent que como Pepito Pérez. (Todo eso está muy bien. Pero al final vas a seguir siendo Pepito Pérez, con o sin gafas)



Ladramos. Constantemente. Lo peor es cuando dejamos de ladrar en soledad y empezamos a hacerlo en compañía, dirigiendo nuestros guau y nuestros ruf hacia otro ser pensante. Generalmente (más general que mente), nuestros ladridos impactan en aquellas personas a las que queremos. 

Es así. Cuanto más quieres, más ladras. Y ladras porque, de nuevo, tienes miedo. En otras palabras: estas cagao. Querer no es fácil, de eso ya hemos hablado. La parte más difícil llega cuando dejas de ser Miss Independent y te conviertes en No sin mi... lo que sea. 



Hay personas que viven bajo el lema: "Mejor prevenir que curar", pero lo que no saben es que siempre, siempre, acabas curando. 

Todo lo bueno tiene su parte mala. Tomarte un caramelo calma tu ansia de azúcar, pero tiene como consecuencia la alta probabilidad de tener caries. Así con todo. En serio. Amar tiene su parte increíblemente buena. Alguien con quien compartes la pasta de dientes (lo del cepillo va más en la línea de "la confianza da asco"), con quien compartes tus emociones, tus mejores historias, horas de avión y ratos de sueño. 

Pero como pasa también con el devenir de los días, llega la tormenta. El cielo nos regala rayos y truenos y nosotros, cuando llegan los problemas, ladramos, rebuznamos y rugimos. All at once. Todo en uno. A ninguno nos gusta que las cosas no vayan en la dirección que queremos, pero muchas veces, en los desvíos se esconden las mejores historias; igual que, si sois fuertes, después de las peleas, vendrá la mejor parte: las reconciliaciones. 




lunes, 4 de noviembre de 2013

Buscando el equilibrio

Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. Tengo un hueco en la cama que lleva tu nombre y un cajón en el armario donde solo caben tus calcetines. Tengo medio depósito de gasolina y me sobra uno entero de diésel. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos.



Tengo los zapatos viejos, los vaqueros rotos y las camisas sin botones. Tengo el cenicero hasta arriba y las ventanas abiertas por donde se cuela el viento aullando tu nombre. Tengo la televisión encendida con el sonido en silencio. Tengo lágrimas que saben a mar y el mar a más de trescientos kilómetros. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos.

Tengo tanto sueño que me duermo de pie. Tengo una carta a medias, un sobre rasgado por la mitad y un sello sin pegar. Tengo los ahorros en un tarro de galletas que alguien se comió por accidente. Tengo la botella de vino, las velas y la cena, pero me faltas tú sentado en la mesa. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 



Tengo la convicción de que si grito apareces. Tengo los pétalos de las últimas flores que me regalaste esparcidos por el suelo y una escoba que no barre por miedo a llevarse algo más que polvo. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 

Tengo pelusas debajo de la cama y algún calcetín que olvidaste a deshora. Tengo la cabeza llena de recuerdos que incrustaste en mi mente. Tengo un sábado de lluvia con ganas de lunes. Tengo un reloj que no marca la hora y un calendario sin trece. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos.


Tengo acordes de Santana y letras de Extremo. Tengo tu cuaderno de notas y todas las disculpas que quepan entre sus páginas. Tengo tu firma en mi espejo. Tengo todo el tiempo del mundo para pasarlo contigo. Tengo billetes a ninguna parte y un abono transporte para cruzar el Atlántico. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 

Tengo confesiones por un tubo y declaraciones de amor a mansalva. Tengo más de dos minutos y tantas vidas como un gato. Tengo ideas de bombero. Tengo más imaginación que John Lennon y tanto arte como un escarabajo pelotero. Tengo alas para irme y ninguna gana de volar lejos. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 



lunes, 28 de octubre de 2013

Amor vincit omnia

Creo que hay muchas formas de quererse. No hay un manual, ni unas normas básicas que puedas seguir o ir de rebelde e ignorarlas. Cada uno elige su propio estilo, su propia forma de querer. Cada una es válida e inimitable. Única. Cuando dicen aquello de "cada relación es un mundo", tienen razón.



Hay quien opta por cubrir a la otra persona de regalos, de obsequios materiales que siempre hacen ilusión. Hay otros detallistas que prefieren las pequeñas cosas, como calcetines de colores.


Los hay que discuten porque saben valorar la magia de la reconciliación. Otros no discuten nunca. Creo que esto es un error. Hay que discutir. (Chicas, gritad. Chicos, pasad de todo). Es una de las claves para que las relaciones funcionen. Ya te lo advierten en Little Manhattan: "Todas las cosas que no dije, me estaba ahogando en ellas". Pues eso. No os ahoguéis


Hay quienes disfrutan de una noche de lluvia bajo una manta, con un capítulo -ó 3 ó 4- de The Walking Dead. Otros prefieren irse de copas (o de gintonics, que ahora están muy de moda) y bailar como si fueran los últimos invitados de una boda gitana. Hay también quienes prefieren cenar fuera y quienes prefieren llamar al japo de turno. 


Hay quienes están un mes y pico sin verse y quienes no aguantan ni cinco días sin sufrir síntomas de psicosis. Otros se tragan la saga entera de Crepúsculo con comentarios del director incluidos. 


Hay quienes llaman siempre y otros que no llaman nunca. Los hay, también, que hablan del futuro y otros que no necesitan hablarlo. Están los que piden entrante y los que prefieren postre, siempre para compartir. 


Hay amores en los que conduce Ella y otros en los que conduce Él. Los hay que te acompañan al coche y otros que no se duermen hasta escucharte llegar. Hay quien te da la mano en la calle y quien lo hace en la intimidad.  



Están los que tuvieron un comienzo de cuento de hadas y los que acabaron comiendo perdices. Los hay que dan sorpresas sin motivo y los que no lo necesitan. Hay quien prefiere las palabras con actos o los actos sin palabras. Pero siempre actos.



Hay tantos tipos de amores como tipos de personas. Alguien me dijo esto una vez. No lo olvidaré nunca. Y dejas de pensar en lo que creías que te faltaba porque estás muy ocupado enamorándote de todo lo que tienes. 






Amor vincit onmia - Love conquers all - El amor todo lo puede

martes, 22 de octubre de 2013

De pupitre y almohada

He aprendido que más vale tarde que nunca y que las segundas oportunidades son las últimas. Que la confianza que se pierde muy pocas veces se gana y que no se debe confiar en quien más confías. 

He aprendido que mejor solo que mal acompañado pero que la compañía siempre es necesaria. Que la soledad está bien pero que emborracharse de ella trae la peor de las resacas.



He aprendido que no debemos darnos por vencidos y que el te quiero, a la cara, suena mejor. Que el whatsapp lo carga el diablo y que déjate de mensajes y hazme una visita.

He aprendido que el color rosa no siempre es de chica y que a ellos también les gustan las mariposas. He aprendido que cualquier cena sabe mejor si la comes con las manos y que los palillos no sirven para nada. 


He aprendido que en el amor más vale ser honesto y que mirando a los ojos siempre surge la risa. Que los miedos se van si tienes quien te proteja y que los traumas dejan de ser traumáticos si cierras los ojos.

He aprendido que la vida es p*** y te quita lo que más quieres, pero que te deja vivir de los recuerdos para que no te sientas tan solo. He aprendido que los perros también tienen custodia compartida. 


He aprendido que quien apuesta por ti estará siempre y que quien no lo hizo no lo hará nunca. Que lo más antiguo no tiene por qué ser lo mejor pero que lo que dura será bueno siempre.

He aprendido que la vida se disfruta más sonriendo y que para llorar siempre tenemos las películas. Que toda decisión tiene su coste de oportunidad y que todo tiene que valer la alegría, no la pena.


He aprendido que el karma is a bitch pero que si siembras, recoges. Que la suerte puede estar de tu lado y que las suites de los hoteles también pueden ser baratas.

He aprendido que el dinero no lo compra todo y que los abrazos no se pagan con dinero. He aprendido que el dolor es inevitable pero que sufrir es opcional. 


He aprendido que para que haya luz se necesita oscuridad y que sin momentos malos no valoraríamos los buenos. He aprendido que hay personas que cambian, sin ticket ni etiqueta.

He aprendido que los viajes en coche no tienen por qué ser aburridos y que el postre con dos cucharas tiene mejor sabor. 


He aprendido que me queda mucho por aprender

jueves, 17 de octubre de 2013

Lo que ella fue

Hace tiempo que no pensaba en ti. Me has dado una tregua en este maldito despropósito de joderme todo lo que hago, lo que digo y lo que pienso. Me has dado tiempo para reconstruirme, empezar de cero, volver a nacer. Pero aquí estás otra vez. 



Me pregunto si seguirás durmiéndote con la cara pegada al teclado del ordenador y si seguirás despertándote a cuadros. Si te sigue gustando el chocolate blanco más que cualquier otra cosa y si sigues pensando que el pescado está mejor siendo pez. 

Quisiera saber si sigues leyendo novelas rosas y si habrás encontrado a tu príncipe azul. Si tus zapatos siguen estando tirados en el armario y si continuas metiendo los pantalones en la secadora para que encojan antes de una noche de viernes.



Me pregunto si sigues echando de menos las noches de desvela, las películas de Disney y las cenas a deshora. No sé si te acordarás de los viajes, de los trenes a Hogwarts y de los helados de cinco bolas. Yo los recuerdo todos. 

Me pregunto si te sigue gustando más la playa que la montaña y si sigues diciendo a la gente que veraneas en una isla. Si sigues viendo todas las telenovelas que echan en Nova y si sigues pensando que madrugar es cosa de marcianos.



Me pregunto si sigues comiéndote solo los m&m marrones porque "son más naturales", y si sigues atiborrándote a gimnasio. Si sigues pensando que te pareces a aquella actriz de cine y si las alitas de pollo te siguen recordando a nuestra infancia.

Creo que no quiero saber de ti. Duelen las despedidas pero duele más no haberlas tenido. Me pregunto si tu pensarás lo mismo, si sigues igual de morena y si tu coche sigue rugiendo en plena sabana africana.



Quisiera decirte tantas cosas. No he pensado en ti, no he querido hacerlo. Duele la ausencia de quien una vez fuiste, no de quien eres ahora. Me pregunto si algún día leerás esto, o harás como con aquella biografía de Marilyn que seguramente siga en el asiento trasero de tu coche. 

No recuerdo bien la última vez que te vi, ni hace cuánto fue. Tampoco me acuerdo de lo que te dije ni si te di un beso antes de irme, irte o irnos, o si fue un abrazo de esos que transmiten vida.

Me pregunto tantas cosas. Y sé que tú ninguna. Me dijeron una vez que me abrazara a quien me abrace, y tú dejaste de abrazarme hace tiempo. 


lunes, 14 de octubre de 2013

Declaración de intenciones


Copiando a Neruda, yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche, puedo escribir que le quiero, que mi estado de humor depende de su sonrisa y que sus palabras bien son puñales o pueden convertirse en leves caricias. 

Sus manos son mejor sensación que las sábanas frías y me gusta su boca tanto como despertarme tarde. Puedo imitar a Salem diciendo que por verle feliz me marcharía, pero que para hacerle feliz permanezco, pero sería una mentira, como otras tantas que se dicen. 



Soy demasiado egoísta como para irme de su lado y dejar que otra persona ocupe un lugar que únicamente a mí me pertenece. Soy egoísta y me enorgullezco, no quiero que nadie más que yo acaricie los rizos que terminan en su nuca, ni sienta sus manos grandes sobre su cuerpo. Soy egoísta y lo digo porque así lo siento. 

Podría pasarme horas hablando de su cuerpo, de su sonrisa burlona de niño pequeño, de su nariz torcida por un golpe del destino y de sus ojos oscuros. 



Sus ojos no son nada del otro mundo, aunque proceden de otro planeta. Su mirada me mata y por ella mataría. No hay nada de diferente que le haga tan especial, pero es por Él por quien despierto y con Él vuelvo a soñar. 

La peor sensación es sentir el vacío que deja cuando se va, y el mejor sonido del mundo es escucharle llegar, en un coche grande para que quepa todo Él, delgadito con el corazón de elefante. 

Con un "adiós princesa" se despide, dejándome en la ventana, esperando que vuelva a pasar y, en algún momento, no vuelva a irse jamás. 

Soy egoísta y le quiero solo para mí. Le secuestraría. A él, a su perro, a sus camisetas blancas y a sus vaqueros rotos. Todo él. Lo dijo Benedetti, yo lo leo y lo releo y solo pienso en Él. Porque Él existe donde quiera pero existe mejor donde le quiero.



jueves, 10 de octubre de 2013

When we were young

Cuando éramos pequeños nos hablaron de los sueños, de lo fácil que sería ser feliz si los persigues hasta alcanzarlos. Nos contaron que la palabra imposible no existe y que para los ingleses sí es posible. Nos trataron como niños cuando quisimos dejar de serlo y nos convirtieron en adultos cuando todavía nos sentíamos niños. Transformaron nuestra infancia en una conexión constante. Nos prohibieron meter los dedos en los enchufes pero nos obligaron a vivir enchufados


Nos obligaron a vaciar el plato porque hay niños que se mueren de hambre pero nos convencieron de que la belleza está en no comer. Nos emborracharon de historias para ahogarnos en la resaca del día después. Nos dijeron que los príncipes azules existen pero los escondieron debajo de las piedras. Nos enseñaron que sin amor no se puede vivir y que mejor solos que mal acompañados. Nos dieron coches rápidos pero nos obligaron a parar en cada semáforo. 


Nos dejaron dormir hasta tarde para despertarnos a gritos. Nos convencieron de que la vida son dos días y que la muerte es una forma más de estar vivo. Nos rompieron la cara y lo justificaron diciendo que el tiempo cura todas las heridas. Nos enseñaron que todo pasa por algo y que lo que no pasa, también es por algo. Nos dieron cariño para quitárnoslo después. 


Nos vendieron promesas y nos dieron guantazos. Nos robaron el alma para luego venderlo al mejor postor. Nos obligaron a creer que el fin justifica los medios y que el egoísmo es la mejor de las virtudes.

Nos forzaron a dormir ocho horas pero nos quitaron horas de sueño. Nos preguntaron qué queríamos y no nos dieron nada. Nos enseñaron a andar y nos subieron a unos tacones. Admiraron nuestra belleza pero nos cubrieron de maquillaje. 


Nos leyeron cartas de amor que no eran para nosotros. Nos vendieron la moto y nos estafaron a dos ruedas. Pintaron corazones y los tacharon con permanente. Nos hablaron del para siempre y añadieron un nunca. Nos contaron que crecer sería divertido y nos cargaron de trabajo. Nos aburrieron con historias sobre lo que podríamos ser y nunca seríamos. Nos construyeron alas para cortarlas más tarde. 


Nos enseñaron a hablar pero prohibieron nuestra voz. Nos lloraron en vida y nos sonrieron en muerte. Nos mandaron flores con aroma a remordimiento. Escribieron mensajes y los llenaron de mentiras. Nos prometieron la luna, pero nos ocultaron parte. Nos olvidaron y nos obligaron a recordarles. 


Eso sí, si no lo hacemos nosotros antes.


domingo, 6 de octubre de 2013

Escápate (conmigo)

Hace apenas unas horas que he aterrizado en el aeropuerto de Madrid-Barajas. Vuelvo después de tres días fuera. Me he escapado de la capital. Y os lo recomiendo a todos. 


Llega octubre y todo cambia, atrás ha quedado la resaca del verano, las sábanas ligeras se han convertido en edredones y el aire del coche ya no está a 20º. Todo ha cambiado y nos toca asimilarlo.



Soy de esas personas que detesta el frío. Me encantan las noches de lluvia, de películas interminables y de calcetines de colores, pero como todo, en pequeñas dosis -y en estupenda compañía, sino, no vale-. Sé que nos pasa a muchos, sobre todo a los que vivimos en grandes ciudades en las que para respirar algo de naturaleza nos tenemos que adentrar en las profundidades del Parque del Retiro. 

Los edificios altos, las carreteras con atascos eternos, las prisas, las salas de cine abarrotadas, el sonido del despertador entonando en nuestros oídos, el bullicio propio de toda ciudad que se precie, nos causa trastornos de todo tipo. Tengo la teoría de que es mucho más difícil ser feliz en una ciudad en la que todos llegan tarde a cualquier sitio. 


Cuando noto que la ciudad se envuelve sobre mí con la intención de exprimir toda mi energía, aprovecho y me voy. Tal cual. Me largo. Cojo un avión y me voy.

Tengo la inmensa suerte de poder huír a uno de los lugares más paradisíacos del mundo, a solo 55 minutos en avión -un poquito menos para Ryanair, que no se sabe por qué siempre llega antes-. Pero no es necesario irse a una isla en mitad del Mediterráneo para que la terapia funcione. Solo hay que salir de Madrid, de Barcelona o de la gran ciudad en la que vivas. 

Siento una profunda envidia por aquellas personas que lo único que necesitan es un coche con algo de gasolina y 30 minutos de su tiempo para desaparecer. Tener una casa en zonas de Sierra, una finca en mitad de la llanura manchega o un apartamento en la costa levantina. ¡Qué lujo! 


Al final, si lo razonamos bien, nos pasamos diez meses del año envueltos en mantas, esperando que llegue el sol, el calor, la operación bikini, noches de alcohol y todo aquello que acaba demostrando que la vida no es suficiente.

Nos han echo creer que las vacaciones solo existen en julio y agosto y, si eso, en Navidad -para aquellos desgraciados que tienen (me incluyo) que estudiar en diciembre, estas no cuentan-. Pero quienes firmaron aquello se equivocaban. Las vacaciones de otoño sientan incluso mejor. Somos más felices después de dormir hasta tarde, dar paseos por la playa con vaqueros y jersey o caminar a la orilla de un lago, inspirando aire en su plena composición química. 


Todo esto está al alcance de everybody. De ti, de mí, de él, incluso de ella también. No es necesario tener una propiedad con o sin hipoteca en Navacerrada, ni un piso playero en Denia, ni mucho menos una mansión con vistas a la playa de Sitges.

Para resetear la mente, cargar baterías y volver al 100% solo hay que buscar un destino, encontrar la mejor compañía, hacer una maleta con lo indispensable y partir sin mirar atrás. 

Probablemente tus vacaciones solo duren lo que dura un fin de semana, pero no pienses en lo que te queda, aprovecha y vive el ahora. Disfruta de la oportunidad de ver estrellas sin tener que acudir al planetario. 




Nos enseñaron a sentir en dirección obligatoria
y nos llenaron la vida de semáforos.
Nos dijeron lo que se debe y lo que no
y que siempre quedaríamos debiendo.
(Carlos Salem)